lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Será tranquila y pura? Parte IV


IV

-¿Ya eres... famoso? -preguntó indiscretamente Liliana.
Alfonso intentó recordar el nombre de algún clarinetista famoso, además de Benny Goodman. Se dio cuenta de que la gente ni siquiera los nombres de los clarinetistas de duranguense recordaba.
-Eso no importa, yo me alegro de haberte encontrado.
Sí, Woody Allen también toca el clarinete, pero no es recordado por eso.
Liliana no podría estar más bella, con su cabello amarrado, sus aretes plateados, el sensual vestido de cóctel negro y sus maravillosos retoques de maquillaje. Bailaban al compás de una balada claramente ochentera, al parecer una de George Michael Careless whishpers.
Alfonso quería llevarla más lejos, cerca del jardín, donde se encontraban los coches aparcados, entre ellos la camioneta del padrastro de Fernando. Pero Liliana parecía resistirse, como si quisiera estar en aquel decadente lugar para toda la vida.
«Espero que Cristian no aparezca súbitamente como es su costumbre» pensó Alfonso mientras continuaba bailando junto a Liliana, era un momento sublime, muy a su manera, incluso con el rostro lleno de tristeza y el aparente estado etílico que su mal amada tenía.
-¿Cómo te... enteraste de la fiesta? -dijo trabajosamente Liliana, aún sin dar cabida a la presencia de Alonso.
-Me invitaron unos amigos.
Mentira he aquí la historia:
A pesar de todo, Alfonso siguió frecuentando la fonda Carlota, aunque le diera malos recuerdos, siempre comiendo a la misma hora, después de clases. Un día mientras estaba sentado frente a la barra, cuando tomaba un té y se sumergía en sus vanas fantasías y dilucidaciones. De entre los clientes frecuentes, donde se encontraban: un escritor Argentino, que al parecer su única ocupación es ocupar mesas de cafés, un dandy compositor, un economista y presentador de televisión de nombre Andrés Roemer (un total desconocido para la fortuna de los otros comensales) y un imbécil con ojos saltones de sapo, que se dice ser productor musical y... ¡Ah! Como olvidar a Diego el tenor ciego. Apareció Cristian, sin darse cuenta, se sentó junto a Alfonso, éste estuvo apunto de pagar la cuenta y largarse cuanto antes. Sin embargo, no podía resistir la tentación de saber algo de Liliana, aunque le doliera, tenía casi una año que no la veía. Ese día estaba lloviendo, y cuando el clima es sombrío, Alfonso siempre se ponía una gabardina marrón y un sombrero, involuntariamente ocultando su identidad; debió parecer un detective privado, o un cosplayer de Humphrey Bogart, si es que eso pudiera existir.
-Iré a la fiesta de Cevallos el próximo sábado -dijo el desagradable cliente a un receptor que no reconocía del todo, probablemente el abogado idiota que siempre le decía que buscará trabajo, porque, como él afirmaba, ya trabajaba en un buffet a la edad de veintiuno.
Alfonso se quedo quieto y aguzo el oído.
-Excelente, yo mismo lo he sacado de varios líos -sí, era él-, pero me despidió y contrato abogados de la escuela libre de derecho; maldito desagradecido.
-También vendrá Liliana conmigo.
Aquel nombre retumbo en lo más hondo del corazón de Alfonso, recordó el hormigueo que sentía al verla, su nasal risa y su juguetona forma de ser. Hizo un gran esfuerzo por contener la calma y siguió escuchando.
-¡Oh! Vaya, dichoso tú.
-Acaba de comprar aquella casa en Polanco donde filmaron, esa película de Buñuel... creo que “Ensayo de un crimen”
-¡El ángel exterminador! -dijo Alfonso, al no soportar el error en el dato.
-Ah sí, creo que fue esa, gracias -contestó Cristian de mala gana, sin darse cuenta de quien era el hombre con la gabardina y el sombrero-. En esa mansión hará su gran parranda, irán grandes celebridades, Liliana no lo va a poder resistir, su sueño es actuar en una película.
Por fin tenía un lugar y una fecha precisa para poder verla; había buscado en los suplementos culturales, por si de casualidad se presentaba en alguna de las tantas presentaciones teatrales, a las cuales, casi nadie va. Pero... ¿sería tan loco para presentarse a un fiesta exclusiva donde nadie lo invitó?
-Recuerdo cuando trabajaba aquí -agregó el mediocre jurista-. Todos admiraban su belleza, una vez vi que le daban propinas de cien pesos, nos traía a todos locos, en especial recuerdo a aquel patético enamorado que tenía, ¿cómo se llamaba? Bueno, el que apodábamos el “Harry Potter”, siempre come a está hora, casualmente a la hora del té. ¿No debería estar aquí?
Ambos voltearon para ver si encontraban al susodicho, sin darse cuenta que estaba a un lado de ellos, Alfonso quiso desaparecer, se acojonó en su banco, le hizo una seña al dependiente de la barra, pagó su cuenta, se acomodó el sombrero para que no pudieran reconocerlo, e inmediatamente salió a la calle, aún con lluvia y sin recibir la vuelta de su billete, no sin antes musitar un “con permiso, buenas noches” antes de retirarse de la fonda. Caminando en medio de un fuerte granizo, Alfonso pensó en la posibilidad de infiltrarse a aquella voluptuosa y extraña residencia para “salvar” a su tortuosamente amada Liliana. Necesitaría ayuda, así que contacto a su único amigo en el mundo en el primer teléfono público que vio.
-Fernando, ¿te gustaría embarcarte en una aventura?
-No sé por qué rayos terminó apoyándote en tus extraños proyectos, sale, ¡desembucha!
Así fue como Alonso y su amigo emprendieron su curiosa aventura.

Y ahí se encontraba, en la mitad de su misión, sin saber cómo actuar.
-Luces hermosa -dijo, inseguro, Alfonso.
-Gracias -sonrió de manera maquinal.
Liliana reposo su cabeza un instante en el pecho de su pareja de baile en turno, él a su vez cerro los ojos, la abrazó y siguió bailando (muy a su manera) la sentimental balada. Al terminar la pieza la miró a los ojos, aquellos tan parecidos a los de María Felix en la película enamorada, aprovechando el repentino silencio, le susurro al oído.
-Huye conmigo.
Liliana se le quedó viendo con una cara de desconcierto, que pronto fue borrada por una impresión de pánico al escuchar unos disparos.

Momentos antes:

-¡Juro que lo mato si lo veo con ella! -gritó Cristian lleno de frustración.
Se encontraba con sus dos amigos, Wiggum y Carlo Magno, en el gigantesco porche de la mansión, fumando y tomando cerveza.
-¿Tienes un arma? -pregunto Carlo Magno mientras sostenía su tercera lata de cerveza Tecate.
-Simón -contestó Cristian mostrando con una sonrisa su diente plateado-. Acabo de sacar de la guantera está belleza.
De su bolsillo sacó lo que a simple vista parecía un revólver plateado.
-¿Es de verdad?
-A huevo -y lanzó un chiflido de muy mal gusto.
-Eso me recuerda a una de las películas donde saliste -comentó Wiggum-. Esa donde unos estudiantes violan a una prostituta, ¿cómo se llamaba? ¿Mexicanos al grito de guerra?
Cristian y Carlo Magno le dieron el avión a su muy estúpido amigo, del cual no sabían de qué rayos estaba hablando o qué película vio.
-¿Qué, todavía siguen enojados conmigo?
-¿Vas a salir en otra película Cristian?
-Quizá, van a hacer una adaptación del Llano en llamas, me ofrecen aparecer como Macario, pero les dije que sólo aceptaría el papel si ponían a Liliana como Felipa.
Los tres amigos rieron ante el repulsivo chiste, Carlo Magno sin saber si realmente estaba hablando en serio o no, y Wiggum sin tener la más remota idea de lo que estaban hablando.
-Buscaré a Liliana, no tardo, vigilen por favor.
Cristian entró a la mansión, sin darse cuenta, que en la entrada, escondidos atrás de unas muy anchas y largas macetas. Se encontraban Yahir, en la maceta izquierda, y Fernando en la derecha, inmediatamente que Cristian les dio la espalda, Yahir, totalmente impresionado, ya que escuchó toda la conversación del Porche, comentó siseando a Fernando.
-¡Escuchaste! ¡Trae un arma!
Le sorprendió ver el rostro lleno de confianza de Fernando
-No creo que ese actor mediocre sepa diferenciar de una Colt Python a una carabina.
-¡Quizá no sepa de armas, pero trae una pistola para matar a tu amigo!
-Ése cabrón tiene buena suerte, pero la mayoría del tiempo no se da cuenta. Seguramente cuando Cristian apunte para matarlo, del cañón de la pistola saldrá un cartel que diga bang!, o quizá salga un chorrito de agua.
-¿Qué estás queriendo decir?
Fernando le susurró al oído de Yahir todo lo que creía que podría suceder.
-¿Crees que Diego se encuentre bien?
-Está en muy buena compañía -contesto Fernando con una contagiosa seguridad-, aparte creo que será de mucha ayuda.
Con unos pasos vacilantes y furiosos, Cristian caminó hacía el gran salón, cada vez había menos gente, podría encontrar a Liliana sin mucha dificultad, mientras avanzaba empujando a las parejas que bailaban pegadas al son de la melosa voz de George Michael, dio un tropezón muy fuerte, demasiado deliberado. Así que se volteó con ira, y reconoció al tenor ciego, notó que había chocado con su bastón, tenía la inesperada compañía de tres muchachas que resultaban ser un grupo de coristas.
-Señor Diego ¿cómo está usted? -Saludo, como siempre acostumbraba al encontrarse con un párroco de la fonda Carlota.
-Yo diría que bastante bien -contestó con su sobresaliente voz, y mostrando al final una muy boba sonrisa.
-Estaba buscando a Liliana, cuando me tropecé con tu bastón, te preguntaría si la haz visto, ¡pero por obvias razones no podrías ayudarme!
Justo cuando estuvo a punto de darle la espalda. Diego, quien había puesto a propósito su bastón para que tropezará Cristian, le refutó.
-¡No me subestime caballero!, no por que no pueda ver, no significa que no me dé cuenta de las cosas.
-¿Qué me quiere decir?
Diego le hizo una seña para que se acercará y le susurró al oído.
-Tu dama se encuentra con un clarinetista barroco.
Cuando escuchó esas palabras, los ojos de Crisitian se fueron llenando de odio, y con violencia, fue empujando a los demás invitados, hasta que dio con Liliana, y la inesperada sorpresa de que Alfonso la estuviera acompañando.
Con la velocidad de rayo, sacó su “revólver” y apuntó al techo, los disparos fueron como truenos, provocando la histeria colectiva de los invitados.
Tres disparos así, bang, bang, ¡bang! Y la gente salió corriendo, creando un maremoto humano que terminó noqueando a Crisitan momentáneamente.
Cuando escuchó los disparos, rápidamente Alfonso volteó la cabeza, y observo claramente como Cristian le disparaba al techo (aparentemente) fue ahí cuando tomó del brazo a Liliana.
-¡Qué pasa Alfonso!
-Nada, creo que tu cónyuge intenta matarme.
-¿Por qué siempre hablas tan raro?
-¡Corramos!
Y Alfonso, quien no toma las decisiones más lógicas bajo presión, al ver que estaba bastante lejos de la salida, aparte de que la gente las estaba bloqueando, salió corriendo junto con Liliana hacía unas escaleras en forma de caracol, que conducían a las otras habitaciones de la misteriosa residencia.
La mansión pareció cobrar vida, el piso en el que se encontraban lucía como un pabellón de puertas sin fin, era como estar adentro de una caricatura de los hermanos Fleisher, para ser más precisos, el corto de “la iniciación de Bimbo”.
-¿Adónde me llevas? -se quejo de manera cansada Liliana.
-A algún lugar seguro, lejos de esa gentuza.
-¿De qué rayos hablas? -dijo molesta.
Alfonso la tomo de los hombros y le respondió.
-¡Liliana! ¡Esas personas no son tus amigos! ¡Sólo quieren abusar de tu belleza e ingenuidad!
Liliana apartó sus manos con rabia.
-¡No me trates como una niña! ¡Sé defenderme! -al hablar se podía oler su aliento a alcohol-. ¿No te dije que llegue a cinta morada en el karate?
-¡Oh sí! ¡Cómo no me di cuenta! ¡Tu cinta morada en karate! ¡Cómo olvidarlo! -agregó sarcástico.
Súbitamente escuchó unos pasos.
-Bueno, no importa sígueme.
Giró la perilla de una puerta, estaba cerrada con llave, ora fue con otra y otra, todas estaban cerradas desde adentro. Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, Liliana seguía casi a ciegas a Alfonso cada vez que intentaba abrir una puerta.
-Bueno, moriré con dignidad -resignado, confesó-. Antes quiero decir una cosa, Liliana te...
Mientras hablaba, puso su mano en una puerta que casualmente estaba entreabierta, casi se cae del descuido, aprovecho la oportunidad, se metió al cuarto y le puso seguro. El cuarto estaba en una total oscuridad, Liliana, completamente dócil (con ayuda de las copas que ya llevaba), se dejo tocar por Alfonso, que con una mano le tapo la boca, y con la otra tomo una parte que no supo reconocer por la emoción del momento. Adentro de la recámara se escucharon pasos, poco después, el sonido estéril que produce forzar una manija bloqueada con seguro. El perseguidor en fracción de segundos daba unos cuantos pasos, y hacía el click, click, de las manijas forzadas.
-Rayos está cerrada.
Cada cuando decía eso y cada vez que intentaba abrir otra puerta decía “y esta también, y esta, y esta, ¡y esta!”
Escuchó los pasos más cerca, el corazón de Alfonso latió aceleradamente, mientras, Liliana no mostraba ningún signo de forcejeo. Ahora Cristian estaba atrás de la puerta que los protegía, el sudor frío empezó a recorrer la piel enchinada de Alfonso, escuchó el click, click cada vez más fuerte, apretó los ojos del nerviosismo, cosa innecesaria ¡Estaba en la total oscuridad!
-¡Y esta!
Los pasos se fueron escuchando cada vez más lejos, hasta volverse imperceptibles. Por fin tuvo un momento de calma, al recobrar el juicio, notó que su mano derecha tocaba algo suave, que daba una sensación agradable al tacto, siguió explorando, poseía una consistencia gelatinosa al mismo tiempo que firme, siguió acariciando aquella cosa hasta que descubrió qué era.
-¡Oh Dios mio!
Aparto rápidamente su mano de ahí, acababa de acariciar uno de los pechos de Liliana.
A tientas logró prender un interruptor, y una muy diáfana luz alumbró una habitación decorada al más puro estilo libanés. Apreció una hermosa cama, sus columnas eran como torres en forma de espiral, y en la cabecera se encontraba bellamente tallado un complejo morisco, había en el mismo cuarto unos pintorescos puffs y una mesita del mismo estilo, Alfonso se dio cuenta de que pisaba una peculiar, y seguramente muy cara alfombra, como sacada de las mil y una noches. Uno inmediatamente se sentía transportado al medio oriente en ese lugar.
Liliana desfalleció en sus brazos mientras se ocultaban, y a rastras, la llevó lentamente hasta la cama para acostarla un momento. Alfonso se sentó junto a ella, intentando recobrar la calma, mientras ella, medio consciente, reía sigilosamente.
-Qué es tan gracioso.
-Que tú y yo estemos sólos en un cuarto.
Sin entender sus incoherentes comentarios, la degustó con la vista un momento, primero las torneadas piernas, desnudas, sin medias, su cortísimo vestido no hacía casi ningún esfuerzo por ocultar sus bragas, que, por cierto, eran de color blanco. Con calma, llegó al escote que acababa de tocar (seguramente ella no se enteró de que la larga palma de su mano la acarició por accidente) y su rostro, afilado, hermoso, como el de una madonna. Toda su piel de color café con leche, acanelada, tan tersa, y su cabello, castaño como hojas de otoño. Tenía los ojos cerrados, reflejando una serenidad hipnótica.
-No le veo la gracia.
-Yo sí -susurro con picardía.
-¿No entiendes que me estoy jugando la vida por ti? ¡Por ti!
Quizá por la intoxicación que el alcohol le provocaba comenzó a jugar con los tirantes de su vestido, hasta dejárselos muy por debajo de sus hombros, dejando resaltar sus pechos.
-¿Quieres hacerme el amor?
-¡Mujer, qué cosas dices!
No existía cosa en la tierra que no deseara más Alfonso, era el lugar, pero no el momento.
-¡Eres tonto! -y soltó una risita de niña traviesa.
-Sí, tal vez lo sea -contestó, no sin antes darle un beso en la frente.

En una oscuridad parcial, alumbrada por la minúscula llama de un puro “te amo” se encontraba Cevallos sentado, dándole la espalda a Cristián, en el fondo, donde se encontraba una gran ventana, se lograba apreciar una luna llena magnética, un pedazo de mármol en una oscuridad de terciopelo.
-¿Estás pendejo? ¿Cómo te atreves a ahuyentar a mis invitados? -reprendió con furia el magnate-. Todavía que te invito a mis exclusivas reuniones en mi humilde morada, ¿cómo justificas tu comportamiento jovencito?
-Yo...
-¡Silencio imbécil! -su voz como un relámpago-. ¿Crees que es gracioso que andes espantando a la gente con tu juguetito?
-Es que yo...
El hombre se levanto, con la luz nocturna su espalda lucía monstruosa y atemorizante, casi inhumana.
-¡Eres una vergüenza! ¡Quedas vetado de mis reuniones!
-¡Señor! -dijo un sirviente de la casa-. Temo informarle que unos intrusos entraron a su casa, al principio fue una confusión de la vigilancia, pero fue el joven y sus amigos quienes lo permitieron, incluso mantuvieron amarrado a uno de los intrusos en su sótano.
Cevallos miró con rabia a Cristian.
-¿A todo esto cómo te declaras?
Cristian sacó su “revólver” y disparo hacia Cevallos, absolutamente nada paso.
Cevallos que siempre traía una pistola con la empuñadura de marfil cargada, de un solo disparo y con una increíble puntería desarmó al joven de su arma ficticia.
-Usted... usted -tartamudeo de terror.
Cevallos dio una prolongada bocanada y contestó.
-Si me dijeran que soy el diablo en persona, les creería.

Alfonso se encontraba en la salida de la mansión, cargando a Liliana con sus brazos mientras ella dormitaba suavemente, camino sobre el pasto húmedo y se acercó a la camioneta Hummer. Por lo demás, el jardín se encontraba desierto, todos abandonaron de inmediato la residencia.
Fernando les abrió las puertas traseras, y juntos acomodaron con delicadeza a Liliana, Alfonso se sentó en el asiento del copiloto, mientras Fernando encendía el motor. En lo que se ponían los cinturones de seguridad, golpeó a su amigo en el brazo de la excitación.
-¡No lo puedo creer! ¡Lo conseguiste!
-¡Ya, acelera!
La camioneta se puso en marcha, pero, ¡Oh! ¡Sorpresa!, la reja automática comenzó a cerrarse.
-No creo poder lograrlo Alfonso.
-Yo tampoco creía, y sin embargo pude.
Piso el acelerador con todas sus fuerzas y salieron volando, apenas los dos extremos de las rejas los rozaron, ya en la calle se marcharon a toda velocidad.
Cevallos y uno de sus sirvientes salieron, vieron las huellas de las llantas de la camioneta impresas en el pasto de su jardín, su sirviente preguntó.
-¿Llamo a las autoridades?
El patrón se quedo viendo la luna mientras fumaba su puro, y respondió.
-No, déjalos ir, cuando vengan los medios, no quiero que me hagan más preguntas.
Los dos amigos vieron desde su espejo retrovisor, como se alejaban más y más de aquel lugar de decadencia y perdición.
-¡Lo logramos, lo logramos! -gritaban de alegría, mientras en el asiento de atrás Liliana dormía.
El espejo de pronto reflejo la luna, irradiando luz sobre las calles silenciosas de la madrugada. Alfonso recordó unas palabras.
-Si mis dedos pudieran desojar a la luna.
-¿Qué?
-Nada, olvídalo.

En la mañana, en medio del piso donde vivía Alfonso, estaba encendido el televisor, mostrando una curiosa noticia.
-Hoy en la madrugada se registro un incidente en la residencia de Juan Cevallos: Filántropo y magnate, justo en medio de una de sus famosas y exclusivas reuniones, un invitado, al parecer, sacó una pistola de utilería, creando caos y confusión entre los demás invitados, no hubo heridos.
Alfonso apago el televisor con el control remoto.
Ninguno de los dos había podido conciliar el sueño de la emoción.
-Sí, la gente huyó despavorida -dijo Fernando con orgullo-. Hubieras visto, los dos compinches de tu rival salieron corriendo como maricas al escuchar los disparos.
-Debí suponerlo, un arma de utilería. Bueno veré como se encuentra Liliana.
Fue a su recámara para verla, y la vio, tranquila y pura aún durmiendo, ¿siempre sería así?, pensar que ella no se había acostado con Cristian sería muy ingenuo, pensar que había tenido mil amantes sería tacharla de puta. A final de cuentas, qué más daba lo que le hayan hecho, ella no era la culpable de que mancillarán su honra, la culpa la tenía un medio artístico corrupto que se aprovechaba de la sinceridad y el buen deseo de las jovencitas. Alfonso cerró silenciosamente la puerta.
-¿Qué hacemos ahora señor? -preguntó Fernando.
-¿Qué tal si tocamos un poco?
-¡Claro!
Tocaron unos cuantos rag-times y blueses. Mientras interpretaban moonlight serenade: Fernando rasgando su ukelele mientras Alfonso tocaba suavemente la melodía con su clarinete, Liliana despertó y salio del cuarto, totalmente desorientada.
-¿Dónde estoy?
-¡Liliana!
-Bueno chicos, yo saldré a dar un paseo, los dejo -le dio una palmada en la espalda a su amigo y le susurro-: Suerte.
Fernando se retiró dejando a Alfonso y a Liliana solos.
-¿Podrías explicarme que rayos sucedió? -Dijo Liliana furiosa, mientras Alfonso se preguntaba el por qué las mujeres se veían más bonitas enojadas.
-Quería apartarte de aquel centro de corrupción en el que te metiste.
-¿Crees que soy una chiquilla, que soy una inútil, que no sé defenderme sola?
“Espero que no vuelva a mencionar lo de la cinta morada en karate” pensó.
-No creo que seas ninguna de esas cosas -contestó-, es que... desde que salías con ese sujeto, te perdí la pista, todos en la fonda te extrañábamos. Al enterarme que estarías en aquella reunión, no pude resistir la oportunidad de volverte a ver, porque me quede con la ganas de decirte... decirte...
-¿Decirme qué?
-Te amo.
Liliana se puso del color de una rosa y desviando la mirada hacia la salida dijo:
-Yo me retiro, que tengas un buen día.
Alfonso la tomó del brazo y le dijo.
-Al menos, permíteme invitarte a desayunar.
Ella lo medito un momento y dijo.
-Luzco desaliñada, pero está bien, ¡acepto! -y le mostró una clara y brillante sonrisa.
Liliana se agarro del brazo de Alfonso y juntos salieron a la calle.

FIN

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