Dinorah
se encontraba jugando en un columpio y a lo lejos miró el horizonte,
era un crepúsculo hermoso y el sol, escondido bajo una colina,
parecía una gigantesca naranja partida a la mitad. En el solitario
lugar la niña era feliz columpiándose con toda la intensidad que
sus piernas podían, ya una vez agarrando lo que se llama “vuelo”,
ella carcajeaba de alegría sintiendo el vaivén del columpio,
aquella sensación de no estar ni lejos ni cerca del suelo, como
suspendida en el aire. Se columpiaba tan alto que Dinorah pensó que
podía volar... ¡y voló! Veía las nubes rosas, semejantes a los
algodones de azúcar que le gustaba comer en las ferias, logró tomar
un cachito de nube, y al llevárselo a la boca, comprobó sorprendida
que sabía a caramelo. Ella no tenía miedo a las alturas, y al bajar
un poco la vista vio un pueblito, muy chiquito, porque a la altura
que estaba, el pueblo lucía como una maqueta. Observó a la gente
como hormigas; ya sea comprando fruta y carne en el mercado; a los
niños haciendo travesuras en los parques; a una pareja de enamorados
sentados en una banqueta, cerca del kiosco, comiendo cada uno un
barquillo de nieve y, por último, un grupo de danzantes que bailaba
alegremente enfrente de una iglesia. Sobra decir que la majestuosa
iglesia se veía igual de pequeña que las casas de adobe, cuyos
techos rojos, vistos desde el cielo, parecían una gigantesca
alfombra.
Se
fue lejos, volando cada vez más alto, surcando el cielo cual
tecolote, hasta que una sombra llena de colores, a toda velocidad, se
atravesó en su camino. Dinorah sintió curiosidad, y emprendió la
búsqueda del extraño “objeto” que paso rápido ante sus ojos.
Seguramente había aterrizado en un bosque, lejos del pueblo y la
gente. Así como ella podía volar, también podía dejar de hacerlo,
y pausadamente, fue bajando y bajando, y sin darse cuenta, cayó en
un lago. Afortunadamente sabía nadar, y en la profundidad vio unas
truchas muy raras, eran de todos los colores del arco iris, también
vio unas ranas y sapos que parecían tener estampadas en las escamas,
toda clase de coloridas flores y soles. Aquel lago en su interior era
como un mirar a un gran caleidoscopio de luz y color.
Al
salir a la superficie, vio a una gigantesca bestia alada bebiendo
agua del lago, tenía un hermoso plumaje purpura, sus alas eran de un
fulgor que parecían llamas, grandes y magníficas, tenía una larga
cola como de lagartija con unas crestas anaranjadas y un cuello casi
tan largo como el de las jirafas (también tenía manchas, pero las
suyas eran de colores brillantes) y de su cabeza colgaban unas
antenas. La bestia caminaba con sus cuatro largas patas, llenas de
figuras curiosas, enredaderas y motas violetas y rojizas. Por su
físico, parecía un reptil, quizá un dragón, de no ser por su
majestuoso colorido, luciría amenazante. Y como Dinorah era un niña
muy valiente, se acercó al curioso animal.
-¿Puedo montarme en tu lomo? -preguntó la niña inquieta.
El
animal dejo de beber y respondió:
-Hace rato te vi volar, no me necesitas.
Abrazo risueñamente al animal, su plumaje era suave y terso, como
aterciopelado, y le susurro al oído.
-Me
gustaría más volar junto a ti.
Como
usted adivinará, querido lector, el animal fantástico era un
alebrije. Seres cuyo colorido se puede observar en todas las tiendas
de artesanías del país. Lo curioso es que Dinorah ignoraba el
nombre del ser que contemplaba sorprendida.
-Un
alebrije no puede ignorar la petición de una niña tan dulce.
-¿Ale... qué?
-¡Alebrije niña! -dijo con orgullo-. Seres que cuidan el color del
cielo y de la tierra: somos los que pintamos de violeta las
jacarandas en primavera; los que al final de la lluvia pintamos el
arcoiris, los que le damos brillo a las estrellas en la noche y en
otoño le damos al cempasúchil su fulgor y aroma -miró el rostro de
Dinorah, que estaba conmovida por los colores y la dulce e imponente
voz del alebrije-. Aunque no te veo muy convencida de mi grandeza,
anda, ¡ven y sube!
Dinorah montó el animal y hecho un rayo, despegaron al cielo
infinito, la velocidad era insuperable, y el alebrije hacía mortales
y piruetas, dibujando en el firmamento audaces acrobacias. Siempre es
más bonito transportarse en algo ¿a poco no?
-¡Eres increíble! ¿Cuál es tu nombre? -preguntó mientras
surcaban el cielo.
-Mi
nombre está escrito en una lengua indescifrable, que únicamente
nosotros los alebrijes podemos hablar.
-Entonces te llamaré José Luis -ése era el nombre del padre de
Dinorah.
-Es
un nombre algo vergonzoso, para el príncipe de los alebrijes.
-¡Oye! A mi me parece un bonito nombre... ¿a poco eres un príncipe?
¿Puedo ver tu reino?
José Luis, que así llamaremos al alebrije, soltó una carcajada.
-Te
llevaría niña, pero últimamente las cosas no van bien en el reino,
así como puede existir la luz y el color, también existe la
oscuridad y la tristeza, tenemos nuestros enemigos ¿sabes? Seres que
odian la alegría y el jubilo. Ellos quieren tapar al mundo con una
manta de penumbra.
-¡Qué malos!
-Nosotros los alebrijes llevamos mucho tiempo luchando contra ellos,
y siempre los hemos mantenido a la raya. Pero ahora ellos parecen
tener más fuerza.
-¿Quiénes son ellos?
-Su
sólo nombre me aterra, se llaman...
El
cielo empezó a oscurecerse de manera súbita, José Luis se alteró
y voló más rápido, pero ya estaban en vueltos en una nube negra
que cada vez los envolvía más y más.
-¡Ellos están aquí! ¡Sujétate!
-¿Qué pasa? ¿Quiénes son ellos?
-¡No puedo más niña! ¡Tienes que despertar!
-¿Despertar?
Dinorah se despertó sobresaltada, en su cama. Todas sus visiones de
que podía volar y ver alebrijes eran un sueño.
Nuestra protagonista vivía en una modesta casa en el bello y
colorido pueblo de Tepoztlán, que se encuentra en el estado de
Morelos, su madre tenía un bazar donde vendía velas, incienso,
remedios para el amor y una que otra artesanía, también sabía leer
las cartas y la mano. Por otra parte su padre era profesor en una
preparatoria, aunque los días de carnaval los celebraba con peculiar
alegría vistiéndose de chinelo (cabe recalcar que sin el disfraz,
seguía pareciendo un chinelo) por cierto que ya se estaba acercando
el miércoles de cenizas, y el padre de Dinorah (que también se
llama José Luis) se encontraba siempre muy ocupado en sus ratos
libres, confeccionando él mismo su traje de chinelo (en broma
siempre le decían que no necesitaba la máscara).
Aquella mañana después del sueño, cuando se sentó con sus padres
a desayunar, con su uniforme puesto y sus útiles listos, sintió la
necesidad de contarle su sueño a su madre, ya que ella comprendía
todo lo mágico y misterioso.
-Fue un sueño maravilloso cariño -dijo su madre, siempre vestida
como gitana.
-Sí, pero lo que quiero saber es quiénes son “ellos” -replicó
la niña -. Los que no quieren a los alebrijes.
La
madre sólo le sonrío, a lo que contestó.
-No
te preocupes, no conozco cosa tan mala que sea capaz de odiar a un
alebrije.
-¡Pero el reino de los alebrijes corre peligro! ¡Mamá que puedo
hacer!
-Calma hija -contestó el padre, mientras bebía café con una mano,
y con la otra sostenía el periódico-. Lo bueno de los sueños es
que son simplemente eso, sueños.
-¿Y
si vuelvo a soñar con el país de los alebrijes?
-Considérate afortunada, serás la salvadora del país de los
alebrijes.
Dinorah no se quedó muy convencida, no pudo dejar de pensar que eran
“ellos”, si podían existir (o al menos imaginar) seres que
sintieran tanto odio hacia los alebrijes, criaturas muy nobles y
pacíficas, pero al mismo tiempo gallardas y valientes cuando las
circunstancias lo requieren. La incertidumbre de no saber que cosa
eran “ellos” le impidió poner atención a la clase, sumado al
hecho de que estaba dibujando en su cuaderno a José Luis, el
príncipe de los alebrijes, le valió una reprenda de su profesora.
-¡Dinorah, podrías poner atención!
Todo
el salón se carcajeo de risa, y con mucha vergüenza Dinorah
contestó:
-Disculpe maestra Tania, no volverá a ocurrir.
La
pobre tuvo que esperar hasta el recreo para poder contarle su sueño
a su único amigo, Josefino, un niño de su salón. Ella no tenía
muchas amigas, como era un poco diferente a las demás (tenía el
pelo lacio, era muy claro y le llegaba a la cintura, usaba lentes, y
era blanquita y rosada) no les caía muy bien a las otras niñas;
envidiosas de que Dinorah fuera una niña bonita y dulce.
Sentada en una banqueta, comiendo su almuerzo junto a su amigo, le
explicó el sueño que había tenido, y le mostró la hoja donde
había dibujado al príncipe de los alebrijes.
-¿Qué dices que es? -preguntó el niño con curiosidad.
-Un
alebrije.
Josefino ya había escuchado ese nombre en algún lado, pero nunca se
le quedaba en la memoria. Alebrije... qué palabra tan rara.
-¿Y
qué se supone que hace?
-Dan
brillo y color al mundo -el niño no parecía muy interesado, a lo
que Dinorah agregó-. También pelean contra... “ellos”.
-¿Quiénes son ellos? -de pronto sintió interés.
-No
lo sé, justo cuando José Luis el alebrije estuvo a punto de
decírmelo, desperté. ¿Quiénes podrán ser ellos? ¿Quién me lo
podrá explicar?
-Quizá en una tienda donde vendan alebrijes te puedan decir.
-¡Por qué no se me habrá ocurrido antes! -dijo emocionada-:
Podemos vernos en la tarde en el kiosco de la plaza principal.
A su
Josefino le parecía una locura, sin embargo, le gustaba mucho estar
en compañía de su amiga, ¡y cualquier pretexto es bueno para salir
y comprar una nieve de sabor!
La
chicharra dando la hora de la salida sonó en la escuela, cuando la
mamá de Dinorah pasó por ella, la profesora Tania las alcanzó para
comentarle lo distraída que andaba el día de hoy. Ese es el
problema con ser adulto, ¿a quién podemos consultar cuando el reino
de los alebrijes corre peligro?. Caminar por las empedradas calles de
Tepoztlán es siempre un gran placer, el cielo estaba despejado y el
calor no era sofocante. Uno siempre puede alzar la vista y mirar con
admiración el cerro del Tepozteco, tan grande y majestuoso que
pareciera haber sido construido por gigantes, o uno puede escuchar el
agradable bullicio de las calles, los restaurantes y cafés siempre
con los mismos comensales, y algunas temporadas, llenos de turistas
de todas las partes del mundo, en cualquier calle se puede escuchar
la calma y la alegría; en cada tienda de artesanía; en cada
panadería o confitería uno no hace más que sentir el calor humano
de la gente y la sensación de encontrarse en un lugar maravilloso
¿quién sería tan desalmado para destruir la paz y la tranquilidad?
-Dinorah, me acaba de contar tu maestra que hoy no pusiste mucha
atención a la clase -dijo su mamá-. Supongo que el sueño te dejo
impactada, pero debo de darle la razón a tu padre. Los sueños son
sólo eso, sueños. Nada que haya ahí es real o puede hacerte daño.
-Pero quiero saber quiénes son “ellos” -lo decía con verdadera
angustia-, si puede existir algo tan terrible que odie la paz, la
alegría y en especial a los alebrijes.
-Eres
una niña muy considerada, pero yo creo que los alebrijes pueden
defenderse por ellos mismos, así que no te preocupes más por ellos.
-Bueno, ¿pero en la tarde puedo ir con Josefino a la plaza, y
preguntar en las tiendas en donde venden alebrijes, si hay una manera
de ayudarlos?
-¿Después de que la profesora me contó de tu mal comportamiento el
día de hoy? -afortunadamente su madre era comprensiva con todo lo
mágico y místico a lo que contestó-: bueno, cuando termines de
hacer tu tarea veremos.
Siempre que salían de la escuela, pasaban directamente al bazar de
su madre, se encontraba en una especie de túnel, donde había más
basares, ya sea de ropa, joyería o pequeñas fondas. Cualquiera que
pasará veía inmediatamente las fuentes que adornan los negocios, o
alguna gigantesca geoda, o el fuerte aroma de algún incienso.
Dinorah al llegar al bazar de su madre se sentaba en un banco junto a
una mesita, en la cual se ponía a hacer sus deberes. Mientras su
madre atendía o se ponía a leerle la fortuna a una amiga.
«Un
hombre muy atractivo se te aparecerá el día del carnaval» le decía
a una. «¿En serio?» contestaba ésta. «Sí, será al final del
desfile, tendrá los ojos azules y una frente amplia, provendrá de
una tierra lejana», «¿París?» preguntaba a la adivina, «cerca,
muy cerca» le contestaba.
Dinorah interrumpió la actividad adivinatoria de su madre, para
avisarle que ya había acabado con sus deberes.
-¡Ya termine!
-Bueno, puedes salir, pero regresa a casa antes de las seis.
Encontró la plaza tranquila y medianamente poblada, aunque
comenzaban los preparativos para la fiesta del carnaval, estaba igual
de pacífica que siempre. Miró hacía el kiosco y descubrió a su
amigo Josefino sentado en las escaleras.
-¿Estás listo para comenzar la búsqueda? -dijo la inquieta niña.
-Creo que debemos preguntar en la gran tienda “El Recuerdo”, uno
de mis hermanos me dijo que es la tienda que tiene los mejores
alebrijes.
-¡Perfecto!
Y
se dirigieron a la famosa tienda, que era una muy bonita casa llena
de toda clase de artesanías, desde máscaras, pulseras, esculturas
de barro, juguetes tradicionales de madera, y sobre todo, alebrijes:
los había de todos los tamaños, colores y formas, unos eran
gigantes reptiles con motas floreadas y de los colores más vistosos
que se puedan ver, otros eran puercoespines con espinas coloreadas,
otros eran gigantescas aves, ranas, peces, caballos... en fin, no
existía cosa o animal que no pudiera ser un alebrije. Para su
sorpresa, vio el alebrije más grande e imponente que estaba en
exhibición , ¡y era nada más y nada menos que José Luis el
alebrije de sus sueños! Se quedo sorprendida y lo miró fijamente.
-¡Mira Josefino, es él, José Luis!
Y se
quedo consternada, mirando fijamente la hermosa artesanía, cuando
una aún más hermosa joven se les acercó.
-¿Puedo atenderlos en algo? -dijo con una sonrisa.
Era
Amanda, la persona que siempre estaba atrás del mostrador, Dinorah
al verla se dijo «¡Qué hermosa es! Cuando crezca quiero ser igual
de bonita que ella» la joven tenía la piel acanelada, su cabello
era castaño y ondulante, su rostro era más bonito que el de la
virgen de la Natividad, y siempre atendía sonriendo. No siempre
atendía la tienda, formaba parte de una compañía de teatro.
Cualquiera que la veía en el escenario quedaba prendado de ella y
decía “brilla como una estrella” o en las pastorelas llegaban a
decir que no habían visto nunca una virgen María tan hermosa.
-¡Sí
señorita, quiero ese alebrije!
-¡Bueno! -luego Amanda dijo con aprehensión-, pero temo decirte que
cuesta mucho dinero, ¿llevas en la bolsa la cantidad que está
marcada en el papel?
Vio
el papel que indicaba el precio y... ¡Vaya que sí era caro!
-Lo
siento señorita.
-¡Puedes decirme Amanda!
-Bueno, señorita Amanda, resulta que no tengo dinero, ¡pero le diré
a mi papá que me lo compre! Porque se llama José Luis, igual que
él.
-¿El
alebrije se llama José Luis? -Amanda la miró con ternura y
contestó-. Una niña tan dulce merece que le regalen el alebrije que
ella pida.
De
pronto sonaron las campanas de la entrada de la tienda, y apareció
un joven pelinegro, con guitarra en mano, tocando una suave melodía
que parecía ser una serenata. Era Andrés, uno de los tantos
enamorados de Amanda.
-Amanda, en esto veo la gracia de Dios -interrumpió el enamorado.
-¿En
qué, Andrés? -contestó Amanda, conociendo aquel fragmento de La
Celestina, un clásico de la literatura Hispana.
-En
dar poder a natura de tan perfecta hermosura -respondió Andrés
haciéndose pasar por Calisto mientras imaginaba que Amanda era su
Melibea.
La
joven pareja se quedó en un incómodo silencio, mirándose un largo
rato, hasta que Dinorha se impaciento, y preguntó:
-¡Señorita Amanda! ¿Los alebrijes tienen enemigos?
-¿Perdón? -dijo desconcertada.
-¿Eh? Veo que tienes clientes, no te preocupes yo me encargo -Y
Andrés a quien le gustaba mucho inventar historias empezó a
narrar-: Bueno, para empezar, los alebrijes son seres hechos de papel
o madera, ¿y qué es la cosa a la que podría ser vulnerable un
alebrije?
-¿El agua? -dijo Josefino.
-No.
-¡El fuego! -respondió Dinorah.
-¡Exacto! ¡El fuego! - y después continuó-: Esto lo digo, porque
hace muchos años, en estas mismas tierras, existía un monstruo que
echaba fuego y tenías forma de perro, su nombre era Xólotl y era el
hermano malvado de Quetzalcóatl. Xólotl iba acompañado de su
ejército de Nahuales: seres que se pueden transformar en cualquier
animal. Tanto él como su ejército odiaban la luz y el color.
Agobiados por la situación, los dioses le pidieron a Quetzalcóatl
que detuvieran a su hermano, el problema es que no tenía un
ejército, así que decidió crear a los alebrijes, ellos serían los
guardianes de la luz y el color y ayudarían a Quetzalcóatl a luchar
contra su hermano. La lucha fue épica y encarnizada, fue tan pero
tan violenta, que al final solo quedaron Quetzalcóatl y Xólotl.
Quetzalcóatl al ver el gran tamaño de su rival, dejo que se lo
comiera vivo, Xólotl se lo trago de un bocado, afortunadamente
sobrevivió al llegar a su estómago, y con una navaja de obsidiana
le provocó un gran malestar, que Xólotl no tuvo más remedio que
rendirse, y en castigo por sus fechorías, fue aprisionado en las
profundidades de la tierra. Cuando el pueblo fue habitado por
humanos, Quetzalcóatl les pidió a todos los artesanos que crearán
alebrijes para que el pueblo estuviera siempre seguro.
A
los niños les gusto tanto la historia que aplaudieron con alegría.
Al salir de la tienda (porque querían dejar a la joven pareja a
solas) Dinorah, se encontraba un poco feliz, ya sabía a quiénes se
refería José Luis, el problema ahora es que no sabía como detener
la amenaza.
Después de cenar una concha y un chocolate caliente, volvió a soñar
con el mundo de los alebrijes, parecía menos alegre que como lo
recordaba. Lo vio muy solitario y se sintió muy triste. Al caminar
por los desolados cerros miró hacia el horizonte y; de pronto, su
corazón se lleno de emoción al ver a lo lejos la imponente y
colorida figura de José Luis. Corrió como si fuera una gacela para
encontrarse con su amigo. Lo encontró muy serio y meditabundo.
-¡Niña! ¡Qué haces aquí! -reprendió el príncipe de los
alebrijes-. Este no es un lugar seguro, “ellos”, los nahuales,
están merodeando por todo el cerro. Trépate a mi lomo, te llevaré
a conocer al ejercito que acabo de conformar.
Y se
fueron volando hacia una pequeña planicie donde estaba el
increíblemente colorido ejército de alebrijes, muy disciplinados y
bien formados, se encontraban esperando las órdenes de su líder, el
príncipe José Luis. Al aterrizar, un alebrije en forma de
puercoespin se le acercó.
-¡Señor! El enemigo se encuentra cerca, estamos esperando sus
ordenes.
-¡A
ti te llamaré Toño! -la niña no pudo aguantar las ganas de ponerle
un nombre a otro alebrije.
-¡Ja, ja, ja! Toño... me parece un nombre excelente -rió José
Luis, después agregó con seriedad-. Esperaremos a que el enemigo se
acerque, cuando esté lo suficientemente cerca, esperen mis ordenes
para lanzarnos a la batalla.
-¿Y
su invitada estará segura?
-Ella nos será de mucha ayuda en “el otro lado”.
-¡Oh! Entiendo, entiendo.
Mirando un poco más allá del campo de batalla, se lograba ver una
gran sombra que cubría el horizonte, eran los nahuales, quizá no
muy diferentes en esencia de los alebrijes, también tenían forma de
animal, sólo que ellos no eran más que sombras, sin el colorido y
bondad de los alebrijes. Dinorah sintió miedo al verlos.
-¡Qué haremos José Luis, son demasiados!
-No
te preocupes mi niña, si los dioses nos favorecen, ganaremos la
batalla hoy. Pero si perdemos, necesitaremos refuerzos. Así que te
pediré de favor, que en dado caso de que no ganemos, les digas a los
humanos que creen más alebrijes, es bien sabido que si un alebrije
es creado en el mundo humano, aparecerá también en nuestro mundo.
La hora se acerca, prepararé el ataque.
José Luis, volteó a ver las filas de su colorido ejercito, y con su
gran voz les dijo:
-¡Hermanos! Los rumores desgraciadamente son ciertos, Xólotl ha
despertado una vez más y también sus hijos, nuestra misión es
proteger la luz y el color del mundo, así sea con nuestras vidas; sé
que los dioses no socorrerán para garantizar nuestra victoria, sólo
resta decir ¡a la carga!
Y el
ejercito de alebrijes rompió filas al escuchar el grito de guerra,
Dinorah se quedó en la planicie mientras veía a los demás
alebrijes luchar contra los nahuales en una épica batalla, en la
distancia sólo se lograba apreciar una gran mancha de color pelear
contra otra mancha de sombra, desgraciadamente la mancha de sombra se
hacía cada vez más grande, cubriendo todo el horizonte. Fue
entonces cuando un agobiante pensamiento llegó a su cabeza: ¡Los
alebrijes iban perdiendo la batalla!
Poco tiempo después, José Luis regresó a la planicie, se veía
adolorido y lastimado, ¡a Dinorah casi se le rompe el corazón!
-Niña, será mejor que regreses a tu mundo y nos ayudes, díles a
los humanos que creen más alebrijes para que vengan a ayudarnos.
-¡Pero cómo voy a poder hacer eso!
-Despierta y regresa a tu mundo, ¡el mundo de los alebrijes corre
peligro!
A lo
lejos vio a un gigantesco perro cubierto con llamas, era Xólotl,
capaz de lanzar grandes llamaradas de fuego, la imagen fue lo
suficientemente horripilante para que la niña sobresaltada
despertará en su cama.
En
la mañana, ya adentro de su salón de clases, se escuchaba el jubilo
de los niños, la maestra no llegaba y los niños podían hacer lo
que quisieran, todos parecían felices, menos Dinorah, que seguía
preocupada por no saber cómo ayudar a los alebrijes. Se hubiera
puesto a llorar de no ser por que vio entrar en su salón a Amanda.
De un inmenso escándalo se quedaron en silencio al ver a la hermosa
joven, era como si un ángel se hubiera aparecido de la nada del
salón, algo no muy lejano de la realidad ahora que lo pienso.
-¡Hola niños! Mi nombre es Amanda y soy sobrina de la profesora
Tania, vengo a sustituirla por hoy porque tuvo un compromiso, ¡así
que saquen su libro de lecturas, nos vamos a poner a leer!
Dinorah pensó que su día no sería tan malo, Amanda era divertida y
dulce; siempre se le ocurrían actividades divertidas y se sabía
miles de historias, estar con ella era como estar de fiesta, a pesar
de todo, Dinorah se seguía sintiendo preocupada.
Llegó la hora del receso, así que la niña se acercó a su
profesora sustituta.
-¡Hola Dinorah! No sabes la sorpresa que tuve al ver que estabas en
el grupo de mi tía.
-¡Hola señorita Amanda! A mi también me da mucho gusto verla.
-¿Y
cómo has estado? ¿El mundo de los alebrijes ya se encuentra mejor?
-No
-contestó con tristeza-, es de eso de lo que quería hablarle.
-No
me digas, tendré que regañar a Andrés por contar historias tan
feas.
-¡No, no, no!, él no tiene la culpa -y Dinorah se puso a relatar su
sueño, al terminar dijo-: y no sé que hacer para ayudar a los
alebrijes, me dijeron que les dijera a los humanos que crearán más
alebrijes para que los ayudaran a pelear contra los nahuales de
Xólotl, pero ¿cómo puedo decirles a la gente que se ponga a crear
alebrijes?
Conmovida por el relato, a Amanda se le ocurrió una gran idea.
-¡Ya
sé! Después del recreo les pediré a los niños que se pongan a
dibujar alebrijes.
-¡Qué buena idea Amanda! También habrá que pedirles que los
hagan a prueba de fuego.
-Sí,
lo serán.
Dinorah de la emoción abrazó a Amanda. Así que al terminar el
recreo, los niños, con plumas, lápices, colores, plumones, pinturas
y crayolas, se pusieron a dibujar los más coloridos y vistosos
alebrijes que su imaginación les permitía crear, de alguna manera,
todos los niños del mundo dibujan alebrijes sin saberlo, porque los
alebrijes viven en el mundo de los sueños.
Fue
tanta su felicidad, que en la tarde, mientras su mamá le leía la
fortuna a una de sus amigas, fue a la tienda “El Recuerdo” para
ver a José Luis y contarle lo que acababa de pasar. Al entrar a la
tienda notó que ahora el que estaba atendiendo era Andrés, quien
estaba sentado en el mostrador, siempre con guitarra en mano,
improvisando alguna canción.
-¿Ahora tú atiendes?
-Hay que trabajar de vez en cuando.
Su
felicidad volvió a decaer, porque por más que miraba y buscaba, no
encontró al alebrije José Luis.
-¿Y
José Luis?
-¿Quién es José Luis? Yo tenía un profesor en la preparatoria que
se llamaba así, le apodábamos “el chinelo”.
Dinorah por más que veía por todos lados, no encontraba a su
alebrije favorito, así que con lágrimas en los ojos, se marchó de
la tienda. Dejando al pobre Andrés hablando solo.
En
la noche, Dinorah estuvo inapetente, no quiso comer su pieza de pan
de dulce ni su chocolate caliente, y su cara reflejaba una tristeza
difícil de ignorar.
-¿Qué te pasa cariño? ¿Te paso algo en la escuela?
-No
mamá, la maestra no vino y la sustituyó mi amiga, la señorita
Amanda, ella es muy bonita, es sólo que, sólo que -y en ese momento
se volvió todo un mar de llanto-. ¡Se llevaron a José Luis, mi
Alebrije!
Siguió llorando desconsolada en el regazo de su madre.
-Vamos, mi amor, las cosas van y vienen, ponte a pensar que ahora
José Luis está con una familia que lo quiere, anda, deja de llorar.
Y
siguió así, hasta que llegó su padre, por aquellos días llegaba
tarde a casa, debido a sus prácticas con su grupo de la danza de los
chinelos, ya pronto sería el carnaval. Aún traía puesto el traje y
la máscara, en uno de sus brazos llevaba una caja.
-Ahora mujeres -se quitó la mascara, ¡increíble!, seguía siendo
un chinelo y dijo-. ¿Por qué tanto drama?
-¡Papá, papá, se llevaron a mi alebrije!
-¿Se
llevaron a tu alebrije? ¿No será de casualidad éste?
Y
cuando abrió la caja, no podía creer lo que veía, ¡era el
alebrije José Luis!
-De
repente, me dieron ganas de comprar un alebrije -explicó el barbón
y rosado padre, como chinelo- así nomas, el joven me sugirió el que
ven aquí, curiosamente era un exalumno mio, me dio gusto saludarlo.
Y
las lágrimas de Dinorah se volvieron lágrimas de felicidad.
-¡Papá, papá, es José Luis!
-Claro que soy yo.
-¡No, así se llama el alebrije! -gritaba de la emoción-. ¿Me lo
puedo quedar?
El
padre tenía planeado dejarlo como adorno en el librero, pero al ver
a su hija llena de felicidad sosteniendo la colorida figura, le dijo:
-Bueno, está bien, sólo si prometes cuidarlo mucho.
-¡Sí, lo prometo!
Siempre llega la hora de dormir, el momento que ansiamos después de
un arduo trabajo, o de un ajetreado día de escuela. Llega más
pronto para los niños. Dinorah volvió al país de los alebrijes,
vio más solitario el lugar, más que la vez pasada, miro hacía el
cielo y logró ver a José Luis volando en círculos, se acercó a
ella aterrizando con elegancia, Dinorah lo recibió con un gran
abrazo.
-José Luis ahora eres mio.
-Gracias, niña, los alebrijes que vinieron nos ayudaron a ganar la
batalla, ¡dudo mucho que el mismo Xólotl vuelva a aparecer!
Aparecieron todos los alebrijes que estaban escondidos entre los
matorrales y le dieron muchas hurras a Dinorah, la celebración fue
interrumpida cuando apareció a lo lejos Xólotl, ya sin su ejército
de Nahuales.
-¡Ni creas que me has derrotado sucio alebrije! -vociferó la
inmunda bestia llameante-. Derrotaste a mi ejército, ¡pero yo
todavía puedo quemarlos!
-Creo que viene la batalla más dura de todas muchachos, bueno ¡a la
carga!
-¡Espera! yo me encargo -interrumpió Dinorah.
-¡Pero niña!
-No
se preocupen, sé lo que hago, pero antes quiero ver a Toño.
-¡Aquí estoy! -dijo el simpático puercoespin.
-Perdóname por lo que te voy a hacer.
Dinorah le arrancó unas cuantas espinas, que ocultó en su espalda,
el pobre Toño soltó un grito de dolor. La valiente niña se acercó
a la bestia llameante.
-¡Qué puede hacer una criatura tan insignificante como tú! ¿No
sabes que puedo comerte de un sólo bocado?
Y
sin desperdiciar un segundo, la bestia se la trago de un bocado, cabe
aclarar que las bestias no tienen el buen hábito de masticar, todos
los alebrijes se quedaron sorprendidos, «¡pobre niña!» decían.
Xólotl comenzó a regocijarse de la victoria, mientras los alebrijes
lamentaban la perdida de su amiga, pero pronto las carcajadas del
monstruo se transformaron en llanto, Xólotl empezó a sentir un
horrible dolor de estómago, ¡qué ingeniosa era Dinorah! Se había
metido a propósito en el estómago del animal para provocarle
malestar en su barriga, lastimándolo con las espinas del alebrije
Toño. ¡Como en la leyenda que le contó Andrés! Xólotl no tuvo
más remedio que escupir a Dinorah y caer rendido, fue así como los
alebrijes volvieron a aprisionar a la bestia por otros miles de años
más. La paz volvía reinar, y el colorido regresó al país de los
alebrijes.
La
semana siguiente fue de carnaval, ¡qué otra festividad puede estar
acompañada de luz y color! Ya sea con el sin igual baile de los
chinelos, qué el padre de Dinorah bailo con mucha alegría, con las
calles tapizadas de confetí y papel maché, con la gente vestida de
todos los colores habidos y por haber, con las sorprendentes
máscaras, con los juegos pirotécnicos adornando la bóveda celeste,
como estrellas, o con los colores de los deliciosos dulces. En aquel
carnaval se divirtió como nunca junto con su familia. También vio a
Amanda, vestida con un hermoso vestido tradicional, acompañada de
Andrés, muy juntitos los dos.
¿Y
José Luis, el alebrije? Él se encuentra en la recámara de Dinorah,
está ahí para protegerla en sus sueños, y siempre que quiera,
viajar al país de los alebrijes.
Así
que querido lector, aunque el país de los alebrijes está seguro por
ahora, no está demás crear o comprar uno, para que nos proteja
mientras durmamos. Un alebrije es un aliado y un amigo para toda la
vida.