IV
-¿Ya
eres... famoso? -preguntó indiscretamente Liliana.
Alfonso intentó recordar el nombre de algún clarinetista famoso,
además de Benny Goodman. Se dio cuenta de que la gente ni siquiera
los nombres de los clarinetistas de duranguense recordaba.
-Eso
no importa, yo me alegro de haberte encontrado.
Sí,
Woody Allen también toca el clarinete, pero no es recordado por eso.
Liliana no podría estar más bella, con su cabello amarrado, sus
aretes plateados, el sensual vestido de cóctel negro y sus
maravillosos retoques de maquillaje. Bailaban al compás de una
balada claramente ochentera, al parecer una de George Michael
Careless whishpers.
Alfonso quería llevarla más lejos,
cerca del jardín, donde se encontraban los coches aparcados, entre
ellos la camioneta del padrastro de Fernando. Pero Liliana parecía
resistirse, como si quisiera estar en aquel decadente lugar para toda
la vida.
«Espero que Cristian no aparezca súbitamente como es su
costumbre» pensó Alfonso mientras continuaba bailando junto a
Liliana, era un momento sublime, muy a su manera, incluso con el
rostro lleno de tristeza y el aparente estado etílico que su mal
amada tenía.
-¿Cómo te... enteraste de la fiesta? -dijo trabajosamente
Liliana, aún sin dar cabida a la presencia de Alonso.
-Me invitaron unos amigos.
Mentira he aquí la historia:
A pesar de todo, Alfonso siguió frecuentando la fonda Carlota,
aunque le diera malos recuerdos, siempre comiendo a la misma hora,
después de clases. Un día mientras estaba sentado frente a la
barra, cuando tomaba un té y se sumergía en sus vanas fantasías y
dilucidaciones. De entre los clientes frecuentes, donde se
encontraban: un escritor Argentino, que al parecer su única
ocupación es ocupar mesas de cafés, un dandy compositor, un
economista y presentador de televisión de nombre Andrés Roemer (un
total desconocido para la fortuna de los otros comensales) y un
imbécil con ojos saltones de sapo, que se dice ser productor musical
y... ¡Ah! Como olvidar a Diego el tenor ciego. Apareció Cristian,
sin darse cuenta, se sentó junto a Alfonso, éste estuvo apunto de
pagar la cuenta y largarse cuanto antes. Sin embargo, no podía
resistir la tentación de saber algo de Liliana, aunque le doliera,
tenía casi una año que no la veía. Ese día estaba lloviendo, y
cuando el clima es sombrío, Alfonso siempre se ponía una gabardina
marrón y un sombrero, involuntariamente ocultando su identidad;
debió parecer un detective privado, o un cosplayer de Humphrey
Bogart, si es que eso pudiera existir.
-Iré a la fiesta de Cevallos el próximo sábado -dijo el
desagradable cliente a un receptor que no reconocía del todo,
probablemente el abogado idiota que siempre le decía que buscará
trabajo, porque, como él afirmaba, ya trabajaba en un buffet a la
edad de veintiuno.
Alfonso se quedo quieto y aguzo el oído.
-Excelente, yo mismo lo he sacado de varios líos -sí, era él-,
pero me despidió y contrato abogados de la escuela libre de derecho;
maldito desagradecido.
-También vendrá Liliana conmigo.
Aquel nombre retumbo en lo más hondo del corazón de Alfonso,
recordó el hormigueo que sentía al verla, su nasal risa y su
juguetona forma de ser. Hizo un gran esfuerzo por contener la calma y
siguió escuchando.
-¡Oh! Vaya, dichoso tú.
-Acaba de comprar aquella casa en Polanco donde filmaron, esa
película de Buñuel... creo que “Ensayo de un crimen”
-¡El ángel exterminador! -dijo Alfonso, al no soportar el error
en el dato.
-Ah sí, creo que fue esa, gracias -contestó Cristian de mala
gana, sin darse cuenta de quien era el hombre con la gabardina y el
sombrero-. En esa mansión hará su gran parranda, irán grandes
celebridades, Liliana no lo va a poder resistir, su sueño es actuar
en una película.
Por fin tenía un lugar y una fecha precisa para poder verla; había
buscado en los suplementos culturales, por si de casualidad se
presentaba en alguna de las tantas presentaciones teatrales, a las
cuales, casi nadie va. Pero... ¿sería tan loco para presentarse a
un fiesta exclusiva donde nadie lo invitó?
-Recuerdo cuando trabajaba aquí -agregó el mediocre jurista-.
Todos admiraban su belleza, una vez vi que le daban propinas de cien
pesos, nos traía a todos locos, en especial recuerdo a aquel
patético enamorado que tenía, ¿cómo se llamaba? Bueno, el que
apodábamos el “Harry Potter”, siempre come a está hora,
casualmente a la hora del té. ¿No debería estar aquí?
Ambos voltearon para ver si encontraban al susodicho, sin darse
cuenta que estaba a un lado de ellos, Alfonso quiso desaparecer, se
acojonó en su banco, le hizo una seña al dependiente de la barra,
pagó su cuenta, se acomodó el sombrero para que no pudieran
reconocerlo, e inmediatamente salió a la calle, aún con lluvia y
sin recibir la vuelta de su billete, no sin antes musitar un “con
permiso, buenas noches” antes de retirarse de la fonda. Caminando
en medio de un fuerte granizo, Alfonso pensó en la posibilidad de
infiltrarse a aquella voluptuosa y extraña residencia para “salvar”
a su tortuosamente amada Liliana. Necesitaría ayuda, así que
contacto a su único amigo en el mundo en el primer teléfono público
que vio.
-Fernando, ¿te gustaría embarcarte en una aventura?
-No sé por qué rayos terminó apoyándote en tus extraños
proyectos, sale, ¡desembucha!
Así fue como Alonso y su amigo emprendieron su curiosa aventura.
Y ahí se encontraba, en la mitad de su misión, sin saber cómo
actuar.
-Luces hermosa -dijo, inseguro, Alfonso.
-Gracias -sonrió de manera maquinal.
Liliana reposo su cabeza un instante en el pecho de su pareja de
baile en turno, él a su vez cerro los ojos, la abrazó y siguió
bailando (muy a su manera) la sentimental balada. Al terminar la
pieza la miró a los ojos, aquellos tan parecidos a los de María
Felix en la película enamorada, aprovechando el repentino silencio,
le susurro al oído.
-Huye conmigo.
Liliana se le quedó viendo con una cara de desconcierto, que
pronto fue borrada por una impresión de pánico al escuchar unos
disparos.
Momentos antes:
-¡Juro que lo mato si lo veo con ella! -gritó Cristian lleno de
frustración.
Se encontraba con sus dos amigos, Wiggum y Carlo Magno, en el
gigantesco porche de la mansión, fumando y tomando cerveza.
-¿Tienes un arma? -pregunto Carlo Magno mientras sostenía su
tercera lata de cerveza Tecate.
-Simón -contestó Cristian mostrando con una sonrisa su diente
plateado-. Acabo de sacar de la guantera está belleza.
De su bolsillo sacó lo que a simple vista parecía un revólver
plateado.
-¿Es de verdad?
-A huevo -y lanzó un chiflido de muy mal gusto.
-Eso me recuerda a una de las películas donde saliste -comentó
Wiggum-. Esa donde unos estudiantes violan a una prostituta, ¿cómo
se llamaba? ¿Mexicanos al grito de guerra?
Cristian y Carlo Magno le dieron el avión a su muy estúpido
amigo, del cual no sabían de qué rayos estaba hablando o qué
película vio.
-¿Qué, todavía siguen enojados conmigo?
-¿Vas a salir en otra película Cristian?
-Quizá, van a hacer una adaptación del Llano en llamas, me
ofrecen aparecer como Macario, pero les dije que sólo aceptaría el
papel si ponían a Liliana como Felipa.
Los tres amigos rieron ante el repulsivo chiste, Carlo Magno sin
saber si realmente estaba hablando en serio o no, y Wiggum sin tener
la más remota idea de lo que estaban hablando.
-Buscaré a Liliana, no tardo, vigilen por favor.
Cristian entró a la mansión, sin darse cuenta, que en la entrada,
escondidos atrás de unas muy anchas y largas macetas. Se encontraban
Yahir, en la maceta izquierda, y Fernando en la derecha,
inmediatamente que Cristian les dio la espalda, Yahir, totalmente
impresionado, ya que escuchó toda la conversación del Porche,
comentó siseando a Fernando.
-¡Escuchaste! ¡Trae un arma!
Le sorprendió ver el rostro lleno de confianza de Fernando
-No creo que ese actor mediocre sepa diferenciar de una Colt Python
a una carabina.
-¡Quizá no sepa de armas, pero trae una pistola para matar a tu
amigo!
-Ése cabrón tiene buena suerte, pero la mayoría del tiempo no se
da cuenta. Seguramente cuando Cristian apunte para matarlo, del cañón
de la pistola saldrá un cartel que diga bang!, o quizá salga
un chorrito de agua.
-¿Qué estás queriendo decir?
Fernando le susurró al oído de Yahir todo lo que creía que
podría suceder.
-¿Crees que Diego se encuentre bien?
-Está en muy buena compañía -contesto Fernando con una
contagiosa seguridad-, aparte creo que será de mucha ayuda.
Con unos pasos vacilantes y furiosos, Cristian caminó hacía el
gran salón, cada vez había menos gente, podría encontrar a Liliana
sin mucha dificultad, mientras avanzaba empujando a las parejas que
bailaban pegadas al son de la melosa voz de George Michael, dio un
tropezón muy fuerte, demasiado deliberado. Así que se volteó con
ira, y reconoció al tenor ciego, notó que había chocado con su
bastón, tenía la inesperada compañía de tres muchachas que
resultaban ser un grupo de coristas.
-Señor Diego ¿cómo está usted? -Saludo, como siempre
acostumbraba al encontrarse con un párroco de la fonda Carlota.
-Yo diría que bastante bien -contestó con su sobresaliente voz, y
mostrando al final una muy boba sonrisa.
-Estaba buscando a Liliana, cuando me tropecé con tu bastón, te
preguntaría si la haz visto, ¡pero por obvias razones no podrías
ayudarme!
Justo cuando estuvo a punto de darle la espalda. Diego, quien había
puesto a propósito su bastón para que tropezará Cristian, le
refutó.
-¡No me subestime caballero!, no por que no pueda ver, no
significa que no me dé cuenta de las cosas.
-¿Qué me quiere decir?
Diego le hizo una seña para que se acercará y le susurró al
oído.
-Tu dama se encuentra con un clarinetista barroco.
Cuando escuchó esas palabras, los ojos de Crisitian se fueron
llenando de odio, y con violencia, fue empujando a los demás
invitados, hasta que dio con Liliana, y la inesperada sorpresa de que
Alfonso la estuviera acompañando.
Con la velocidad de rayo, sacó su “revólver” y apuntó al
techo, los disparos fueron como truenos, provocando la histeria
colectiva de los invitados.
Tres disparos así, bang, bang, ¡bang! Y la gente salió
corriendo, creando un maremoto humano que terminó noqueando a
Crisitan momentáneamente.
Cuando escuchó los disparos, rápidamente Alfonso volteó la
cabeza, y observo claramente como Cristian le disparaba al techo
(aparentemente) fue ahí cuando tomó del brazo a Liliana.
-¡Qué pasa Alfonso!
-Nada, creo que tu cónyuge intenta matarme.
-¿Por qué siempre hablas tan raro?
-¡Corramos!
Y Alfonso, quien no toma las decisiones más lógicas bajo presión,
al ver que estaba bastante lejos de la salida, aparte de que la
gente las estaba bloqueando, salió corriendo junto con Liliana
hacía unas escaleras en forma de caracol, que conducían a las otras
habitaciones de la misteriosa residencia.
La mansión pareció cobrar vida, el piso en el que se encontraban
lucía como un pabellón de puertas sin fin, era como estar adentro
de una caricatura de los hermanos Fleisher, para ser más precisos,
el corto de “la iniciación de Bimbo”.
-¿Adónde me llevas? -se quejo de manera cansada Liliana.
-A algún lugar seguro, lejos de esa gentuza.
-¿De qué rayos hablas? -dijo molesta.
Alfonso la tomo de los hombros y le respondió.
-¡Liliana! ¡Esas personas no son tus amigos! ¡Sólo quieren
abusar de tu belleza e ingenuidad!
Liliana apartó sus manos con rabia.
-¡No me trates como una niña! ¡Sé defenderme! -al hablar se
podía oler su aliento a alcohol-. ¿No te dije que llegue a cinta
morada en el karate?
-¡Oh sí! ¡Cómo no me di cuenta! ¡Tu cinta morada en karate!
¡Cómo olvidarlo! -agregó sarcástico.
Súbitamente escuchó unos pasos.
-Bueno, no importa sígueme.
Giró la perilla de una puerta, estaba cerrada con llave, ora fue
con otra y otra, todas estaban cerradas desde adentro. Los pasos se
escuchaban cada vez más cerca, Liliana seguía casi a ciegas a
Alfonso cada vez que intentaba abrir una puerta.
-Bueno, moriré con dignidad -resignado, confesó-. Antes quiero
decir una cosa, Liliana te...
Mientras hablaba, puso su mano en una puerta que casualmente estaba
entreabierta, casi se cae del descuido, aprovecho la oportunidad, se
metió al cuarto y le puso seguro. El cuarto estaba en una total
oscuridad, Liliana, completamente dócil (con ayuda de las copas que
ya llevaba), se dejo tocar por Alfonso, que con una mano le tapo la
boca, y con la otra tomo una parte que no supo reconocer por la
emoción del momento. Adentro de la recámara se escucharon pasos,
poco después, el sonido estéril que produce forzar una manija
bloqueada con seguro. El perseguidor en fracción de segundos daba
unos cuantos pasos, y hacía el click, click, de las manijas
forzadas.
-Rayos está cerrada.
Cada cuando decía eso y cada vez que intentaba abrir otra puerta
decía “y esta también, y esta, y esta, ¡y esta!”
Escuchó los pasos más cerca, el corazón de Alfonso latió
aceleradamente, mientras, Liliana no mostraba ningún signo de
forcejeo. Ahora Cristian estaba atrás de la puerta que los protegía,
el sudor frío empezó a recorrer la piel enchinada de Alfonso,
escuchó el click, click cada vez más fuerte, apretó los
ojos del nerviosismo, cosa innecesaria ¡Estaba en la total
oscuridad!
-¡Y esta!
Los pasos se fueron escuchando cada vez más lejos, hasta volverse
imperceptibles. Por fin tuvo un momento de calma, al recobrar el
juicio, notó que su mano derecha tocaba algo suave, que daba una
sensación agradable al tacto, siguió explorando, poseía una
consistencia gelatinosa al mismo tiempo que firme, siguió
acariciando aquella cosa hasta que descubrió qué era.
-¡Oh Dios mio!
Aparto rápidamente su mano de ahí, acababa de acariciar uno de
los pechos de Liliana.
A tientas logró prender un interruptor, y una muy diáfana luz
alumbró una habitación decorada al más puro estilo libanés.
Apreció una hermosa cama, sus columnas eran como torres en forma de
espiral, y en la cabecera se encontraba bellamente tallado un
complejo morisco, había en el mismo cuarto unos pintorescos puffs y
una mesita del mismo estilo, Alfonso se dio cuenta de que pisaba una
peculiar, y seguramente muy cara alfombra, como sacada de las mil y
una noches. Uno inmediatamente se sentía transportado al medio
oriente en ese lugar.
Liliana desfalleció en sus brazos mientras se ocultaban, y a
rastras, la llevó lentamente hasta la cama para acostarla un
momento. Alfonso se sentó junto a ella, intentando recobrar la
calma, mientras ella, medio consciente, reía sigilosamente.
-Qué es tan gracioso.
-Que tú y yo estemos sólos en un cuarto.
Sin entender sus incoherentes comentarios, la degustó con la vista
un momento, primero las torneadas piernas, desnudas, sin medias, su
cortísimo vestido no hacía casi ningún esfuerzo por ocultar sus
bragas, que, por cierto, eran de color blanco. Con calma, llegó al
escote que acababa de tocar (seguramente ella no se enteró de que la
larga palma de su mano la acarició por accidente) y su rostro,
afilado, hermoso, como el de una madonna. Toda su piel de color café
con leche, acanelada, tan tersa, y su cabello, castaño como hojas de
otoño. Tenía los ojos cerrados, reflejando una serenidad hipnótica.
-No le veo la gracia.
-Yo sí -susurro con picardía.
-¿No entiendes que me estoy jugando la vida por ti? ¡Por ti!
Quizá por la intoxicación que el alcohol le provocaba comenzó a
jugar con los tirantes de su vestido, hasta dejárselos muy por
debajo de sus hombros, dejando resaltar sus pechos.
-¿Quieres hacerme el amor?
-¡Mujer, qué cosas dices!
No existía cosa en la tierra que no deseara más Alfonso, era el
lugar, pero no el momento.
-¡Eres tonto! -y soltó una risita de niña traviesa.
-Sí, tal vez lo sea -contestó, no sin antes darle un beso en la
frente.
En una oscuridad parcial, alumbrada por la minúscula llama de un
puro “te amo” se encontraba Cevallos sentado, dándole la espalda
a Cristián, en el fondo, donde se encontraba una gran ventana, se
lograba apreciar una luna llena magnética, un pedazo de mármol en
una oscuridad de terciopelo.
-¿Estás pendejo? ¿Cómo te atreves a ahuyentar a mis invitados?
-reprendió con furia el magnate-. Todavía que te invito a mis
exclusivas reuniones en mi humilde morada, ¿cómo justificas tu
comportamiento jovencito?
-Yo...
-¡Silencio imbécil! -su voz como un relámpago-. ¿Crees que es
gracioso que andes espantando a la gente con tu juguetito?
-Es que yo...
El hombre se levanto, con la luz nocturna su espalda lucía
monstruosa y atemorizante, casi inhumana.
-¡Eres una vergüenza! ¡Quedas vetado de mis reuniones!
-¡Señor! -dijo un sirviente de la casa-. Temo informarle que
unos intrusos entraron a su casa, al principio fue una confusión de
la vigilancia, pero fue el joven y sus amigos quienes lo permitieron,
incluso mantuvieron amarrado a uno de los intrusos en su sótano.
Cevallos miró con rabia a Cristian.
-¿A todo esto cómo te declaras?
Cristian sacó su “revólver” y disparo hacia Cevallos,
absolutamente nada paso.
Cevallos que siempre traía una pistola con la empuñadura de
marfil cargada, de un solo disparo y con una increíble puntería
desarmó al joven de su arma ficticia.
-Usted... usted -tartamudeo de terror.
Cevallos dio una prolongada bocanada y contestó.
-Si me dijeran que soy el diablo en persona, les creería.
Alfonso se encontraba en la salida de la mansión, cargando a
Liliana con sus brazos mientras ella dormitaba suavemente, camino
sobre el pasto húmedo y se acercó a la camioneta Hummer. Por lo
demás, el jardín se encontraba desierto, todos abandonaron de
inmediato la residencia.
Fernando les abrió las puertas traseras, y juntos acomodaron con
delicadeza a Liliana, Alfonso se sentó en el asiento del copiloto,
mientras Fernando encendía el motor. En lo que se ponían los
cinturones de seguridad, golpeó a su amigo en el brazo de la
excitación.
-¡No lo puedo creer! ¡Lo conseguiste!
-¡Ya, acelera!
La camioneta se puso en marcha, pero, ¡Oh! ¡Sorpresa!, la reja
automática comenzó a cerrarse.
-No creo poder lograrlo Alfonso.
-Yo tampoco creía, y sin embargo pude.
Piso el acelerador con todas sus fuerzas y salieron volando, apenas
los dos extremos de las rejas los rozaron, ya en la calle se
marcharon a toda velocidad.
Cevallos y uno de sus sirvientes salieron, vieron las huellas de
las llantas de la camioneta impresas en el pasto de su jardín, su
sirviente preguntó.
-¿Llamo a las autoridades?
El patrón se quedo viendo la luna mientras fumaba su puro, y
respondió.
-No, déjalos ir, cuando vengan los medios, no quiero que me hagan
más preguntas.
Los dos amigos vieron desde su espejo retrovisor, como se alejaban
más y más de aquel lugar de decadencia y perdición.
-¡Lo logramos, lo logramos! -gritaban de alegría, mientras en el
asiento de atrás Liliana dormía.
El espejo de pronto reflejo la luna, irradiando luz sobre las
calles silenciosas de la madrugada. Alfonso recordó unas palabras.
-Si mis dedos pudieran desojar a la luna.
-¿Qué?
-Nada, olvídalo.
En la mañana, en medio del piso donde vivía Alfonso, estaba
encendido el televisor, mostrando una curiosa noticia.
-Hoy en la madrugada se registro un incidente en la residencia de
Juan Cevallos: Filántropo y magnate, justo en medio de una de sus
famosas y exclusivas reuniones, un invitado, al parecer, sacó una
pistola de utilería, creando caos y confusión entre los demás
invitados, no hubo heridos.
Alfonso apago el televisor con el control remoto.
Ninguno de los dos había podido conciliar el sueño de la emoción.
-Sí, la gente huyó despavorida -dijo Fernando con orgullo-.
Hubieras visto, los dos compinches de tu rival salieron corriendo
como maricas al escuchar los disparos.
-Debí suponerlo, un arma de utilería. Bueno veré como se
encuentra Liliana.
Fue a su recámara para verla, y la vio, tranquila y pura aún
durmiendo, ¿siempre sería así?, pensar que ella no se había
acostado con Cristian sería muy ingenuo, pensar que había tenido
mil amantes sería tacharla de puta. A final de cuentas, qué más
daba lo que le hayan hecho, ella no era la culpable de que
mancillarán su honra, la culpa la tenía un medio artístico
corrupto que se aprovechaba de la sinceridad y el buen deseo de las
jovencitas. Alfonso cerró silenciosamente la puerta.
-¿Qué hacemos ahora señor? -preguntó Fernando.
-¿Qué tal si tocamos un poco?
-¡Claro!
Tocaron unos cuantos rag-times y blueses. Mientras interpretaban
moonlight serenade: Fernando rasgando su ukelele mientras Alfonso
tocaba suavemente la melodía con su clarinete, Liliana despertó y
salio del cuarto, totalmente desorientada.
-¿Dónde estoy?
-¡Liliana!
-Bueno chicos, yo saldré a dar un paseo, los dejo -le dio una
palmada en la espalda a su amigo y le susurro-: Suerte.
Fernando se retiró dejando a Alfonso y a Liliana solos.
-¿Podrías explicarme que rayos sucedió? -Dijo Liliana furiosa,
mientras Alfonso se preguntaba el por qué las mujeres se veían más
bonitas enojadas.
-Quería apartarte de aquel centro de corrupción en el que te
metiste.
-¿Crees que soy una chiquilla, que soy una inútil, que no sé
defenderme sola?
“Espero que no vuelva a mencionar lo de la cinta morada en
karate” pensó.
-No creo que seas ninguna de esas cosas -contestó-, es que...
desde que salías con ese sujeto, te perdí la pista, todos en la
fonda te extrañábamos. Al enterarme que estarías en aquella
reunión, no pude resistir la oportunidad de volverte a ver, porque
me quede con la ganas de decirte... decirte...
-¿Decirme qué?
-Te amo.
Liliana se puso del color de una rosa y desviando la mirada hacia
la salida dijo:
-Yo me retiro, que tengas un buen día.
Alfonso la tomó del brazo y le dijo.
-Al menos, permíteme invitarte a desayunar.
Ella lo medito un momento y dijo.
-Luzco desaliñada, pero está bien, ¡acepto! -y le mostró una
clara y brillante sonrisa.
Liliana se agarro del brazo de Alfonso y juntos salieron a la
calle.
FIN