jueves, 24 de noviembre de 2011

Sobre "Private Life of Sherlock Holmes" de Billy Wilder


Sobre “Private Life of Sherlock Holmes” dirigida por Billy Wilder

Si me pidieran que escogiera a mi director de cine favorito, me vería en un verdadero aprieto, son muchas las películas que me gustan y de tan variados autores, que sería de suma dificultad precisar qué director es el que más me satisface. Sin embargo, si me formularan la pregunta y tuviera que responder de inmediato, dos nombres me vendrían a la mente, Alfred Hitchcock y Billy Wilder, y como de Hitchcock ya hice una reseña (no muy buena por cierto) ahora toca el turno de Wilder y una de sus películas no tan conocidas.
Private Life of Sherlock Holmes (o la vida privada de Sherlock Holmes) fue para mí una increíble y muy agradable sorpresa. De todas las películas y series que he visto inspiradas en el famoso detective (Basil Rathbone y Charlton Heston han hecho excepcionales interpretaciones de nuestro querido detective) ninguna me conmueve tanto, como la paráfrasis que hace Wilder del misterioso personaje de Conan Doyle, enfocándose principalmente en un aspecto nada explorado por otros directores, su vida privada. Desde su singular inicio, cuando un Watson con voz en off nos narra que mantuvo inédito un caso debido a la controversia que puede causar, por lo tanto, decidió mantenerlo oculto. No es hasta que varias décadas después de su muerte se abre la caja que contiene dicho relato y uno que otro artículo personal (entre ellos, la jeringa con la que se metía sus dosis de heroína) de quién el mismo Watson relata que “Fue la persona que convirtió la deducción en un arte, el único y más grande detective privado, Sherlock Holmes”. La historia comienza con un terriblemente fastidiado y deprimido Sherlock (interpretado por el genial Robert Stephens) que se queja de que no ha aparecido un caso que pueda estar a la altura de su intelecto, aparte de que le echa en cara a Watson (un satírico Colin Blakely) todos los mitos que se le han achacado a su persona: su altura, su vestimenta (culpa del ilustrador), que lo tache de drogadicto (sólo se inyecta heroína cuando está aburrido), su virtuosismo en el violín, la exageración de sus relatos y en especial, su misoginia: Sherlock admite que le gustan las mujeres, sólo que desconfía de ellas (como bien dice: “te guiñen los ojos mientras le ponen arsénico a tu sopa”), las cosa se pone divertida cuando por insistencia de Watson, acepta ir a una presentación del Ballet ruso, donde la bailarina estrella, Madama Petrova, tiene un “caso” muy peculiar, quiere tener un hijo, pero anda todavía buscando un posible padre, y de entre la larga lista de famosos candidatos (entre ellos Nietzche y Tchaikovsky, de éste último resulto que “las mujeres no eran su debilidad”), el señor Holmes fue de los últimos prospectos, así que le ofrecen un Stradivarius a cambio de... su esperma prácticamente, nuestro detective, pues... busca alguna excusa para liberarse de tan embarazosa situación, llega incluso a alegar que es hemofílico, pero ya en su desesperación por rechazar su nuevo y galante caso, “confiesa” que él y el doctor Watson son más que compañeros de aventuras, conclusión que los lectores más mal pensados de los casos de Sherlock Holmes ya habían dilucidado, en fin, esto desata la ira del pobre doctor Watson, quien la estaba pasando bien con unas ballerinas tras bambalinas. También plantea una duda en la mente de Watson ¿Será Sherlock Holmes una máquina pensante incapaz de sentir emociones? ¿Cómo es su relación con las mujeres? Estás preguntas no tienen respuesta hasta que una amnésica y muy atractiva cliente aparece en la residencia de la calle Baker, poniendo por fin a trabajar la desocupada mente del mejor y más famoso detective, y conforme avanza la película, descubrirán una red de conspiraciones que los llevarán directamente a Escocia (con todo y monstruo del lago ness) y a vislumbrar un secreto que pondrá en peligro al imperio británico.
Si bien la trama puede estar ligeramente inspirada en el relato “Escándalo en Bohemia” (según yo) lo cierto es que es una historia original que sólo el duo Wilder-Diamond pueden ofrecer. La película tiene todos los detalles que hacen de Wilder un maestro: una gran belleza en la fotografía (las locaciones de Inverness son impecables), memorables escenas (chequen la sensual parte donde la amnésica cliente intenta seducir sin mucho éxito a un castísimo Sherlock) el socarrón y muy negro humor característico de este genial director y sobre todo, ese aire melancólico y agridulce, siempre presentes en cada uno de sus filmes.
Pienso que es un clásico que debe ser revalorizado y una película imprescindible para todos los fanáticos de Billy Wilder, La vida privada de Sherlock Holmes no es sólo una de las mejores películas que se hayan hecho sobre el más famoso detective inglés (con perdón del Padre Brown), sino que también es, por mucho, una de mis películas favoritas.

lunes, 26 de septiembre de 2011

¿Será tranquila y pura? Parte IV


IV

-¿Ya eres... famoso? -preguntó indiscretamente Liliana.
Alfonso intentó recordar el nombre de algún clarinetista famoso, además de Benny Goodman. Se dio cuenta de que la gente ni siquiera los nombres de los clarinetistas de duranguense recordaba.
-Eso no importa, yo me alegro de haberte encontrado.
Sí, Woody Allen también toca el clarinete, pero no es recordado por eso.
Liliana no podría estar más bella, con su cabello amarrado, sus aretes plateados, el sensual vestido de cóctel negro y sus maravillosos retoques de maquillaje. Bailaban al compás de una balada claramente ochentera, al parecer una de George Michael Careless whishpers.
Alfonso quería llevarla más lejos, cerca del jardín, donde se encontraban los coches aparcados, entre ellos la camioneta del padrastro de Fernando. Pero Liliana parecía resistirse, como si quisiera estar en aquel decadente lugar para toda la vida.
«Espero que Cristian no aparezca súbitamente como es su costumbre» pensó Alfonso mientras continuaba bailando junto a Liliana, era un momento sublime, muy a su manera, incluso con el rostro lleno de tristeza y el aparente estado etílico que su mal amada tenía.
-¿Cómo te... enteraste de la fiesta? -dijo trabajosamente Liliana, aún sin dar cabida a la presencia de Alonso.
-Me invitaron unos amigos.
Mentira he aquí la historia:
A pesar de todo, Alfonso siguió frecuentando la fonda Carlota, aunque le diera malos recuerdos, siempre comiendo a la misma hora, después de clases. Un día mientras estaba sentado frente a la barra, cuando tomaba un té y se sumergía en sus vanas fantasías y dilucidaciones. De entre los clientes frecuentes, donde se encontraban: un escritor Argentino, que al parecer su única ocupación es ocupar mesas de cafés, un dandy compositor, un economista y presentador de televisión de nombre Andrés Roemer (un total desconocido para la fortuna de los otros comensales) y un imbécil con ojos saltones de sapo, que se dice ser productor musical y... ¡Ah! Como olvidar a Diego el tenor ciego. Apareció Cristian, sin darse cuenta, se sentó junto a Alfonso, éste estuvo apunto de pagar la cuenta y largarse cuanto antes. Sin embargo, no podía resistir la tentación de saber algo de Liliana, aunque le doliera, tenía casi una año que no la veía. Ese día estaba lloviendo, y cuando el clima es sombrío, Alfonso siempre se ponía una gabardina marrón y un sombrero, involuntariamente ocultando su identidad; debió parecer un detective privado, o un cosplayer de Humphrey Bogart, si es que eso pudiera existir.
-Iré a la fiesta de Cevallos el próximo sábado -dijo el desagradable cliente a un receptor que no reconocía del todo, probablemente el abogado idiota que siempre le decía que buscará trabajo, porque, como él afirmaba, ya trabajaba en un buffet a la edad de veintiuno.
Alfonso se quedo quieto y aguzo el oído.
-Excelente, yo mismo lo he sacado de varios líos -sí, era él-, pero me despidió y contrato abogados de la escuela libre de derecho; maldito desagradecido.
-También vendrá Liliana conmigo.
Aquel nombre retumbo en lo más hondo del corazón de Alfonso, recordó el hormigueo que sentía al verla, su nasal risa y su juguetona forma de ser. Hizo un gran esfuerzo por contener la calma y siguió escuchando.
-¡Oh! Vaya, dichoso tú.
-Acaba de comprar aquella casa en Polanco donde filmaron, esa película de Buñuel... creo que “Ensayo de un crimen”
-¡El ángel exterminador! -dijo Alfonso, al no soportar el error en el dato.
-Ah sí, creo que fue esa, gracias -contestó Cristian de mala gana, sin darse cuenta de quien era el hombre con la gabardina y el sombrero-. En esa mansión hará su gran parranda, irán grandes celebridades, Liliana no lo va a poder resistir, su sueño es actuar en una película.
Por fin tenía un lugar y una fecha precisa para poder verla; había buscado en los suplementos culturales, por si de casualidad se presentaba en alguna de las tantas presentaciones teatrales, a las cuales, casi nadie va. Pero... ¿sería tan loco para presentarse a un fiesta exclusiva donde nadie lo invitó?
-Recuerdo cuando trabajaba aquí -agregó el mediocre jurista-. Todos admiraban su belleza, una vez vi que le daban propinas de cien pesos, nos traía a todos locos, en especial recuerdo a aquel patético enamorado que tenía, ¿cómo se llamaba? Bueno, el que apodábamos el “Harry Potter”, siempre come a está hora, casualmente a la hora del té. ¿No debería estar aquí?
Ambos voltearon para ver si encontraban al susodicho, sin darse cuenta que estaba a un lado de ellos, Alfonso quiso desaparecer, se acojonó en su banco, le hizo una seña al dependiente de la barra, pagó su cuenta, se acomodó el sombrero para que no pudieran reconocerlo, e inmediatamente salió a la calle, aún con lluvia y sin recibir la vuelta de su billete, no sin antes musitar un “con permiso, buenas noches” antes de retirarse de la fonda. Caminando en medio de un fuerte granizo, Alfonso pensó en la posibilidad de infiltrarse a aquella voluptuosa y extraña residencia para “salvar” a su tortuosamente amada Liliana. Necesitaría ayuda, así que contacto a su único amigo en el mundo en el primer teléfono público que vio.
-Fernando, ¿te gustaría embarcarte en una aventura?
-No sé por qué rayos terminó apoyándote en tus extraños proyectos, sale, ¡desembucha!
Así fue como Alonso y su amigo emprendieron su curiosa aventura.

Y ahí se encontraba, en la mitad de su misión, sin saber cómo actuar.
-Luces hermosa -dijo, inseguro, Alfonso.
-Gracias -sonrió de manera maquinal.
Liliana reposo su cabeza un instante en el pecho de su pareja de baile en turno, él a su vez cerro los ojos, la abrazó y siguió bailando (muy a su manera) la sentimental balada. Al terminar la pieza la miró a los ojos, aquellos tan parecidos a los de María Felix en la película enamorada, aprovechando el repentino silencio, le susurro al oído.
-Huye conmigo.
Liliana se le quedó viendo con una cara de desconcierto, que pronto fue borrada por una impresión de pánico al escuchar unos disparos.

Momentos antes:

-¡Juro que lo mato si lo veo con ella! -gritó Cristian lleno de frustración.
Se encontraba con sus dos amigos, Wiggum y Carlo Magno, en el gigantesco porche de la mansión, fumando y tomando cerveza.
-¿Tienes un arma? -pregunto Carlo Magno mientras sostenía su tercera lata de cerveza Tecate.
-Simón -contestó Cristian mostrando con una sonrisa su diente plateado-. Acabo de sacar de la guantera está belleza.
De su bolsillo sacó lo que a simple vista parecía un revólver plateado.
-¿Es de verdad?
-A huevo -y lanzó un chiflido de muy mal gusto.
-Eso me recuerda a una de las películas donde saliste -comentó Wiggum-. Esa donde unos estudiantes violan a una prostituta, ¿cómo se llamaba? ¿Mexicanos al grito de guerra?
Cristian y Carlo Magno le dieron el avión a su muy estúpido amigo, del cual no sabían de qué rayos estaba hablando o qué película vio.
-¿Qué, todavía siguen enojados conmigo?
-¿Vas a salir en otra película Cristian?
-Quizá, van a hacer una adaptación del Llano en llamas, me ofrecen aparecer como Macario, pero les dije que sólo aceptaría el papel si ponían a Liliana como Felipa.
Los tres amigos rieron ante el repulsivo chiste, Carlo Magno sin saber si realmente estaba hablando en serio o no, y Wiggum sin tener la más remota idea de lo que estaban hablando.
-Buscaré a Liliana, no tardo, vigilen por favor.
Cristian entró a la mansión, sin darse cuenta, que en la entrada, escondidos atrás de unas muy anchas y largas macetas. Se encontraban Yahir, en la maceta izquierda, y Fernando en la derecha, inmediatamente que Cristian les dio la espalda, Yahir, totalmente impresionado, ya que escuchó toda la conversación del Porche, comentó siseando a Fernando.
-¡Escuchaste! ¡Trae un arma!
Le sorprendió ver el rostro lleno de confianza de Fernando
-No creo que ese actor mediocre sepa diferenciar de una Colt Python a una carabina.
-¡Quizá no sepa de armas, pero trae una pistola para matar a tu amigo!
-Ése cabrón tiene buena suerte, pero la mayoría del tiempo no se da cuenta. Seguramente cuando Cristian apunte para matarlo, del cañón de la pistola saldrá un cartel que diga bang!, o quizá salga un chorrito de agua.
-¿Qué estás queriendo decir?
Fernando le susurró al oído de Yahir todo lo que creía que podría suceder.
-¿Crees que Diego se encuentre bien?
-Está en muy buena compañía -contesto Fernando con una contagiosa seguridad-, aparte creo que será de mucha ayuda.
Con unos pasos vacilantes y furiosos, Cristian caminó hacía el gran salón, cada vez había menos gente, podría encontrar a Liliana sin mucha dificultad, mientras avanzaba empujando a las parejas que bailaban pegadas al son de la melosa voz de George Michael, dio un tropezón muy fuerte, demasiado deliberado. Así que se volteó con ira, y reconoció al tenor ciego, notó que había chocado con su bastón, tenía la inesperada compañía de tres muchachas que resultaban ser un grupo de coristas.
-Señor Diego ¿cómo está usted? -Saludo, como siempre acostumbraba al encontrarse con un párroco de la fonda Carlota.
-Yo diría que bastante bien -contestó con su sobresaliente voz, y mostrando al final una muy boba sonrisa.
-Estaba buscando a Liliana, cuando me tropecé con tu bastón, te preguntaría si la haz visto, ¡pero por obvias razones no podrías ayudarme!
Justo cuando estuvo a punto de darle la espalda. Diego, quien había puesto a propósito su bastón para que tropezará Cristian, le refutó.
-¡No me subestime caballero!, no por que no pueda ver, no significa que no me dé cuenta de las cosas.
-¿Qué me quiere decir?
Diego le hizo una seña para que se acercará y le susurró al oído.
-Tu dama se encuentra con un clarinetista barroco.
Cuando escuchó esas palabras, los ojos de Crisitian se fueron llenando de odio, y con violencia, fue empujando a los demás invitados, hasta que dio con Liliana, y la inesperada sorpresa de que Alfonso la estuviera acompañando.
Con la velocidad de rayo, sacó su “revólver” y apuntó al techo, los disparos fueron como truenos, provocando la histeria colectiva de los invitados.
Tres disparos así, bang, bang, ¡bang! Y la gente salió corriendo, creando un maremoto humano que terminó noqueando a Crisitan momentáneamente.
Cuando escuchó los disparos, rápidamente Alfonso volteó la cabeza, y observo claramente como Cristian le disparaba al techo (aparentemente) fue ahí cuando tomó del brazo a Liliana.
-¡Qué pasa Alfonso!
-Nada, creo que tu cónyuge intenta matarme.
-¿Por qué siempre hablas tan raro?
-¡Corramos!
Y Alfonso, quien no toma las decisiones más lógicas bajo presión, al ver que estaba bastante lejos de la salida, aparte de que la gente las estaba bloqueando, salió corriendo junto con Liliana hacía unas escaleras en forma de caracol, que conducían a las otras habitaciones de la misteriosa residencia.
La mansión pareció cobrar vida, el piso en el que se encontraban lucía como un pabellón de puertas sin fin, era como estar adentro de una caricatura de los hermanos Fleisher, para ser más precisos, el corto de “la iniciación de Bimbo”.
-¿Adónde me llevas? -se quejo de manera cansada Liliana.
-A algún lugar seguro, lejos de esa gentuza.
-¿De qué rayos hablas? -dijo molesta.
Alfonso la tomo de los hombros y le respondió.
-¡Liliana! ¡Esas personas no son tus amigos! ¡Sólo quieren abusar de tu belleza e ingenuidad!
Liliana apartó sus manos con rabia.
-¡No me trates como una niña! ¡Sé defenderme! -al hablar se podía oler su aliento a alcohol-. ¿No te dije que llegue a cinta morada en el karate?
-¡Oh sí! ¡Cómo no me di cuenta! ¡Tu cinta morada en karate! ¡Cómo olvidarlo! -agregó sarcástico.
Súbitamente escuchó unos pasos.
-Bueno, no importa sígueme.
Giró la perilla de una puerta, estaba cerrada con llave, ora fue con otra y otra, todas estaban cerradas desde adentro. Los pasos se escuchaban cada vez más cerca, Liliana seguía casi a ciegas a Alfonso cada vez que intentaba abrir una puerta.
-Bueno, moriré con dignidad -resignado, confesó-. Antes quiero decir una cosa, Liliana te...
Mientras hablaba, puso su mano en una puerta que casualmente estaba entreabierta, casi se cae del descuido, aprovecho la oportunidad, se metió al cuarto y le puso seguro. El cuarto estaba en una total oscuridad, Liliana, completamente dócil (con ayuda de las copas que ya llevaba), se dejo tocar por Alfonso, que con una mano le tapo la boca, y con la otra tomo una parte que no supo reconocer por la emoción del momento. Adentro de la recámara se escucharon pasos, poco después, el sonido estéril que produce forzar una manija bloqueada con seguro. El perseguidor en fracción de segundos daba unos cuantos pasos, y hacía el click, click, de las manijas forzadas.
-Rayos está cerrada.
Cada cuando decía eso y cada vez que intentaba abrir otra puerta decía “y esta también, y esta, y esta, ¡y esta!”
Escuchó los pasos más cerca, el corazón de Alfonso latió aceleradamente, mientras, Liliana no mostraba ningún signo de forcejeo. Ahora Cristian estaba atrás de la puerta que los protegía, el sudor frío empezó a recorrer la piel enchinada de Alfonso, escuchó el click, click cada vez más fuerte, apretó los ojos del nerviosismo, cosa innecesaria ¡Estaba en la total oscuridad!
-¡Y esta!
Los pasos se fueron escuchando cada vez más lejos, hasta volverse imperceptibles. Por fin tuvo un momento de calma, al recobrar el juicio, notó que su mano derecha tocaba algo suave, que daba una sensación agradable al tacto, siguió explorando, poseía una consistencia gelatinosa al mismo tiempo que firme, siguió acariciando aquella cosa hasta que descubrió qué era.
-¡Oh Dios mio!
Aparto rápidamente su mano de ahí, acababa de acariciar uno de los pechos de Liliana.
A tientas logró prender un interruptor, y una muy diáfana luz alumbró una habitación decorada al más puro estilo libanés. Apreció una hermosa cama, sus columnas eran como torres en forma de espiral, y en la cabecera se encontraba bellamente tallado un complejo morisco, había en el mismo cuarto unos pintorescos puffs y una mesita del mismo estilo, Alfonso se dio cuenta de que pisaba una peculiar, y seguramente muy cara alfombra, como sacada de las mil y una noches. Uno inmediatamente se sentía transportado al medio oriente en ese lugar.
Liliana desfalleció en sus brazos mientras se ocultaban, y a rastras, la llevó lentamente hasta la cama para acostarla un momento. Alfonso se sentó junto a ella, intentando recobrar la calma, mientras ella, medio consciente, reía sigilosamente.
-Qué es tan gracioso.
-Que tú y yo estemos sólos en un cuarto.
Sin entender sus incoherentes comentarios, la degustó con la vista un momento, primero las torneadas piernas, desnudas, sin medias, su cortísimo vestido no hacía casi ningún esfuerzo por ocultar sus bragas, que, por cierto, eran de color blanco. Con calma, llegó al escote que acababa de tocar (seguramente ella no se enteró de que la larga palma de su mano la acarició por accidente) y su rostro, afilado, hermoso, como el de una madonna. Toda su piel de color café con leche, acanelada, tan tersa, y su cabello, castaño como hojas de otoño. Tenía los ojos cerrados, reflejando una serenidad hipnótica.
-No le veo la gracia.
-Yo sí -susurro con picardía.
-¿No entiendes que me estoy jugando la vida por ti? ¡Por ti!
Quizá por la intoxicación que el alcohol le provocaba comenzó a jugar con los tirantes de su vestido, hasta dejárselos muy por debajo de sus hombros, dejando resaltar sus pechos.
-¿Quieres hacerme el amor?
-¡Mujer, qué cosas dices!
No existía cosa en la tierra que no deseara más Alfonso, era el lugar, pero no el momento.
-¡Eres tonto! -y soltó una risita de niña traviesa.
-Sí, tal vez lo sea -contestó, no sin antes darle un beso en la frente.

En una oscuridad parcial, alumbrada por la minúscula llama de un puro “te amo” se encontraba Cevallos sentado, dándole la espalda a Cristián, en el fondo, donde se encontraba una gran ventana, se lograba apreciar una luna llena magnética, un pedazo de mármol en una oscuridad de terciopelo.
-¿Estás pendejo? ¿Cómo te atreves a ahuyentar a mis invitados? -reprendió con furia el magnate-. Todavía que te invito a mis exclusivas reuniones en mi humilde morada, ¿cómo justificas tu comportamiento jovencito?
-Yo...
-¡Silencio imbécil! -su voz como un relámpago-. ¿Crees que es gracioso que andes espantando a la gente con tu juguetito?
-Es que yo...
El hombre se levanto, con la luz nocturna su espalda lucía monstruosa y atemorizante, casi inhumana.
-¡Eres una vergüenza! ¡Quedas vetado de mis reuniones!
-¡Señor! -dijo un sirviente de la casa-. Temo informarle que unos intrusos entraron a su casa, al principio fue una confusión de la vigilancia, pero fue el joven y sus amigos quienes lo permitieron, incluso mantuvieron amarrado a uno de los intrusos en su sótano.
Cevallos miró con rabia a Cristian.
-¿A todo esto cómo te declaras?
Cristian sacó su “revólver” y disparo hacia Cevallos, absolutamente nada paso.
Cevallos que siempre traía una pistola con la empuñadura de marfil cargada, de un solo disparo y con una increíble puntería desarmó al joven de su arma ficticia.
-Usted... usted -tartamudeo de terror.
Cevallos dio una prolongada bocanada y contestó.
-Si me dijeran que soy el diablo en persona, les creería.

Alfonso se encontraba en la salida de la mansión, cargando a Liliana con sus brazos mientras ella dormitaba suavemente, camino sobre el pasto húmedo y se acercó a la camioneta Hummer. Por lo demás, el jardín se encontraba desierto, todos abandonaron de inmediato la residencia.
Fernando les abrió las puertas traseras, y juntos acomodaron con delicadeza a Liliana, Alfonso se sentó en el asiento del copiloto, mientras Fernando encendía el motor. En lo que se ponían los cinturones de seguridad, golpeó a su amigo en el brazo de la excitación.
-¡No lo puedo creer! ¡Lo conseguiste!
-¡Ya, acelera!
La camioneta se puso en marcha, pero, ¡Oh! ¡Sorpresa!, la reja automática comenzó a cerrarse.
-No creo poder lograrlo Alfonso.
-Yo tampoco creía, y sin embargo pude.
Piso el acelerador con todas sus fuerzas y salieron volando, apenas los dos extremos de las rejas los rozaron, ya en la calle se marcharon a toda velocidad.
Cevallos y uno de sus sirvientes salieron, vieron las huellas de las llantas de la camioneta impresas en el pasto de su jardín, su sirviente preguntó.
-¿Llamo a las autoridades?
El patrón se quedo viendo la luna mientras fumaba su puro, y respondió.
-No, déjalos ir, cuando vengan los medios, no quiero que me hagan más preguntas.
Los dos amigos vieron desde su espejo retrovisor, como se alejaban más y más de aquel lugar de decadencia y perdición.
-¡Lo logramos, lo logramos! -gritaban de alegría, mientras en el asiento de atrás Liliana dormía.
El espejo de pronto reflejo la luna, irradiando luz sobre las calles silenciosas de la madrugada. Alfonso recordó unas palabras.
-Si mis dedos pudieran desojar a la luna.
-¿Qué?
-Nada, olvídalo.

En la mañana, en medio del piso donde vivía Alfonso, estaba encendido el televisor, mostrando una curiosa noticia.
-Hoy en la madrugada se registro un incidente en la residencia de Juan Cevallos: Filántropo y magnate, justo en medio de una de sus famosas y exclusivas reuniones, un invitado, al parecer, sacó una pistola de utilería, creando caos y confusión entre los demás invitados, no hubo heridos.
Alfonso apago el televisor con el control remoto.
Ninguno de los dos había podido conciliar el sueño de la emoción.
-Sí, la gente huyó despavorida -dijo Fernando con orgullo-. Hubieras visto, los dos compinches de tu rival salieron corriendo como maricas al escuchar los disparos.
-Debí suponerlo, un arma de utilería. Bueno veré como se encuentra Liliana.
Fue a su recámara para verla, y la vio, tranquila y pura aún durmiendo, ¿siempre sería así?, pensar que ella no se había acostado con Cristian sería muy ingenuo, pensar que había tenido mil amantes sería tacharla de puta. A final de cuentas, qué más daba lo que le hayan hecho, ella no era la culpable de que mancillarán su honra, la culpa la tenía un medio artístico corrupto que se aprovechaba de la sinceridad y el buen deseo de las jovencitas. Alfonso cerró silenciosamente la puerta.
-¿Qué hacemos ahora señor? -preguntó Fernando.
-¿Qué tal si tocamos un poco?
-¡Claro!
Tocaron unos cuantos rag-times y blueses. Mientras interpretaban moonlight serenade: Fernando rasgando su ukelele mientras Alfonso tocaba suavemente la melodía con su clarinete, Liliana despertó y salio del cuarto, totalmente desorientada.
-¿Dónde estoy?
-¡Liliana!
-Bueno chicos, yo saldré a dar un paseo, los dejo -le dio una palmada en la espalda a su amigo y le susurro-: Suerte.
Fernando se retiró dejando a Alfonso y a Liliana solos.
-¿Podrías explicarme que rayos sucedió? -Dijo Liliana furiosa, mientras Alfonso se preguntaba el por qué las mujeres se veían más bonitas enojadas.
-Quería apartarte de aquel centro de corrupción en el que te metiste.
-¿Crees que soy una chiquilla, que soy una inútil, que no sé defenderme sola?
“Espero que no vuelva a mencionar lo de la cinta morada en karate” pensó.
-No creo que seas ninguna de esas cosas -contestó-, es que... desde que salías con ese sujeto, te perdí la pista, todos en la fonda te extrañábamos. Al enterarme que estarías en aquella reunión, no pude resistir la oportunidad de volverte a ver, porque me quede con la ganas de decirte... decirte...
-¿Decirme qué?
-Te amo.
Liliana se puso del color de una rosa y desviando la mirada hacia la salida dijo:
-Yo me retiro, que tengas un buen día.
Alfonso la tomó del brazo y le dijo.
-Al menos, permíteme invitarte a desayunar.
Ella lo medito un momento y dijo.
-Luzco desaliñada, pero está bien, ¡acepto! -y le mostró una clara y brillante sonrisa.
Liliana se agarro del brazo de Alfonso y juntos salieron a la calle.

FIN

jueves, 22 de septiembre de 2011

¿Será tranquila y pura? Parte III



III

-A las mujeres sólo las seduce el poder -dijo Cevallos mientras fumaba un puro “te amo”-. Nunca es claro su comportamiento, un día están a tus pies, al otro... simplemente hacen sus maletas, influenciadas por alguna estúpida idea feminista -hizo un extraño anillo de humo con la boca, a lo que continuó-. Pero como siempre pasa, de nuevo, regresan al día siguiente, rogándote que las perdones, diciéndote que no sabían lo que hacían, que tu les das algo que otros no les pueden ofrecer, he ahí la importancia del poder; ya a la mujer no le importa la familia y lo hijos, desean aventura, éxito, placer. Es ahí donde nosotros entramos, les ofrecemos cosas que otros imbéciles no pueden, ¡Cuánto me rió del hombre común!
Cristian y Cevallos se encontraban en una sala privada, ambos sentados en asientos forrados de piel y acompañados por unas modelos que se sentaban en sus piernas y se dejaban acariciar.
-Hay muchas como Liliana -dijo el temible hombre, con su repugnante barba canosa-, lo que no me queda claro fue que hiciste para que se ofendiera.
-Problemas de enamorados -contestó de manera cínica Cristian.
Lo cierto es que la tuvo comiendo de su mano por un tiempo, igual que ahora tenía a la modelo, la había embelesado con la promesa de abrirle las puertas del medio artístico. Una joven aspirante debe dejar a un lado los escrúpulos, y dejarse llevar, confiada en su talento y belleza, por las turbulentas aguas de la farándula, sin prever quizá, que terminaría en un desagüe, justo como le acabó de suceder.
-Liliana me quiere, y yo la quiero a ella, además le cae bien a mi mamá. Es la mujer perfecta, sólo que le gusta montar un drama so cualquier pretexto.
-El amor es una superstición del hombre común a quien exploto como se me da mi puta gana -el olor de su puro se volvía amargo e inquietante-. Si quieres seguir fornicando con ella, no te culpo. ¡Es una delicia de mujer! Pero si lo que quieres es casarte con ella, es mejor que vayas con un médico, pude que tengas retraso mental o síndrome de Down.
Cristian sabía que Cevallos era un hombre fuerte y sabio, por lo que sintió deseos de preguntarle una cosa más.
-¿Ha sentido el deseo de matar a alguien?
Cevallos lo miró fijamente.
-¿Por qué preguntas eso?
-Es... una pregunta hipotética.
-Bueno... tanto en la vida como en los negocios, siempre hay que disparar en las “bolas”, es lo que siempre digo, hay que humillar de la manera más brutal y vergonzosa posible a nuestros rivales. Hacerles probar la mierda que tienes embarrada en el zapato.
-Como siempre, fue un placer.
-Salúdame a tu viejo de mi parte.
Aquella frase parecía ofender a Cristian.
-Sabe que no tengo padre.
-Entonces lo saludaré yo de tu parte cuando lo vea.
Cristian se marchó furioso sin despedirse del que creía su mentor y amigo.

-¿Entonces tienen un grupo de Jazz? -pregunto Diego, como siempre, con un gesto extraviado y con la boca abierta, mucho después de haber terminado sus oraciones.
-El toca el clarinete y yo lo acompaño con el ukelele -contesto Fernando Espada con modestia-. Es algo más como ragtime o music hall.
-¿Qué tipo de clarinete tocas? -volvió a preguntar Diego, conocedor de la música de orquesta y de cámara, pero ignorante de cualquier género de tipo popular.
-Yo... Un modelo alemán afinado en la.
-Tocas cosas de Stravinsky.
-Como ya lo ha dicho mi compañero, lo nuestro es el jazz y el be bop.
Diego se quedo pensativo, ¡cómo profanar tan noble instrumento con música “negra”!
-Caballeros, ¿podrían guiarme al sanitario por favor? Tantos Manhattans y Whiskys en las rocas necesitan ser evacuados.
-Seguro, nosotros también tenemos ganas de orinar.
Alfonso necesitaba algún pretexto para movilizarse, ir al baño era el motivo perfecto para dar una vuelta y ubicar a Lilina, desgraciadamente había demasiados rostros, todos los ahí presentes parecían una especie de sopa humana, que se movilizaba con el ritmo de alguna canción estúpida (prácticamente, se movían a las ordenes del DJ en turno) ¿Sería posible diferenciarla de todas las mujeres? ¿Qué tal si en el fondo era también una de ellas? ¿También ella sería igual de superficial y hueca que las demás, borrando así las grandes virtudes que vio Alfonso en Liliana?
«Ella no puede ser como las demás» pensó Alfonso, «trabaja duro y realmente le apasiona la actuación. Pero verla con ese hombre es... es que no tiene explicación ¿Qué tal si de verdad lo ama? ¿Qué tal si soy un entrometido en su vida? Es terrible afrontar la realidad, ciertamente, lo prefiere a él.»
Diego tenía su mano en el hombro de Alfonso, tenía que guiar a su nuevo amigo, mientras Fernando le mostraba el camino hacía los baños.
-¿Sigues sin poder encontrarla? -Le susurro despacio al oído.
-No la veo, quizá esté lejos.
-Yo no estaría tan seguro.
Si Alfonso se hubiera volteado, habría notado una muy estúpida sonrisa en el semblante de Diego, como si estuviera a punto de cometer una travesura.
El baño, lleno de azulejos blancos, daba un aspecto enfermizo, parecido a encontrarse dentro de un hospital. Los tres amigos depositaron su orina en su respectivo mingitorio, y como era costumbre en él. Diego comenzó a cantar, al parecer, una romanza.


E lucevan le stelle...
Ed olezzava la terra...
La voz del tenor tenía un efecto imponente y desolador, causado más por la sorpresa de escuchar una pieza de ópera en medio de una actividad, digamos, íntima, que por la belleza de la misma.

Stridea l'uscio dell'orto...
E un passo sfiorava la rena...
Entrava ella, fragrante,
Mi cadea fra le braccia...
Debido a lo dolorosa interpretación de la estrofa, Alfonso reprimió sus ganas de orinar un momento, y escucho con singular atención E lucevan le stelle, aunque de italiano no tuviera noción alguna (y se ufanaba de que un bisabuelo suyo, era italiano).

Oh! dolci baci, o languide carezze,
Mentr'io fremente
Le belle forme disciogliea dai veli!
Svanì per sempre il sogno mio d'amore...

Y por un momento la recordó, tranquila y pura, siempre atendiéndolo de buena manera y con una radiante sonrisa, en aquella vieja fonda donde solía almorzar. “¿Desea algo más?” Decía ella, “no, gracias, la cuenta por favor” contestaba él, sin poder decirle lo que realmente pensaba su corazón “luces hermosa” o “te quiero, te necesito, se mía”.

L'ora è fuggita...
E muoio disperato!
E muoio disperato!
E non ho amato mai tanto la vita!...
Tanto la vita!...

¿Volvería a escuchar su voz? ¿A verla sonreír, cantar y bailar de nuevo? En medio de sus pensamientos, soltó el último chorro de orina. Justo al terminar el último verso de la romanza.
-Hermoso maestro -dijo Fernando, a quien gustaba de escuchar ópera, aunque no reconocía la aria-. Simplemente sublime. ¿Y tú que opinas Alfonso?
-Muy bonito, es usted un virtuoso señor Diego, no obstante, soy más un aficionado de los musicales, ¿ha escuchado a Cab Calloway? No es un Caruso o un Pavarotti, pero cuando canta St. James Infirmary me provoca un sentimiento de tristeza similar a la pieza que acaba de interpretar.
-En realidad no es nada, siempre estoy cantando todo el tiempo piezas al azar -agregó el cantante ciego con la peculiar falsa modestia que caracteriza a los artistas discapacitados-. Un momento interpreto un fragmento de Verdi, al siguiente uno de Mozart, la música es la única forma con la cual ahuyentó la perpetua oscuridad en la que dicen que estoy, la verdad... quizá los ciegos, de alguna manera, son ustedes, incapaces de detenerse un momento a oler las flores o apreciar la perfección técnica de los clásicos; cada nota representa un orden, nada es gratuito, todo debe interpretarse con la mayor precisión posible, y no sólo eso, también se debe sentir pasión.
-¿Y no le gustaría crear sus propias piezas?
La pregunta desconcertó al músico invidente.
-¡Cómo poder compararme con los grandes!
-¿Y por qué no? -respondió Alfonso-. Ellos a su vez se sintieron intimidados por los grandes que les antecedieron.
-No... no podría.
-No sé ustedes maestros -interrumpió Fernando, que al igual que sus compañeros, se encontraba bastante alcoholizado-. Pero lo que no tiene de visión, lo tiene de voz cabrón.
-Gracias, siempre me lo dicen.
Alfonso reflexionó, quizá estaba ciego dentro de una cortina de hechos, ¿Necesariamente ella amaba al susodicho Cristian? ¿Y qué tal si ella lo estaba utilizando? ¿Ella sentiría algo por él (Alfonso) muy adentro de su muralla de indiferencia? ¿Qué eran todas esas invitaciones a sus espectáculos? ¿Simple lástima? Entonces... ¿Para qué rayos agradecer el supuesto apoyo que recibía por el simple hecho de verla? ¿Para vender un misero boleto que no sirve ni para pagar una cuarta parte de su costosa colegiatura? ¿Le gusta que los hombre se peleen por ella? ¿Le gusta ser deseada y amada? ¿Será tranquila y pura?
Al salir del baño, cerró los ojos, notó con muchísimo más presencia la horrenda música electrónica, el olor a sudor de los invitados y el sofocante calor humano de las reuniones de sociedad. Con mucha imaginación se sintió una pequeña gota de sudor, escurriendo de la nuca de una jovencita, lentamente, iba bajando sobre su cuello, ¿Cuántos chupetones habrá sentido? ¿Cuántos labios se habrán posado ante tan sensible parte del cuerpo? Poco a poco, llegó al escote, haciendo una escala antes, en una pequeña peca en medio del pecho izquierdo. ¿Cuántos habrán tocado con alevosía sus senos? ¿Cuántos habrán mamado de sus pezones? Aquellos puntos de perfección y de placer. Como era una gota pequeñita, dio una mortal parada en el ombligo, la gota se volvió una miniatura de piscina, secándose más y más, en cada movimiento que su cadera daba, y así la existencia de la gotita terminó, muriendo feliz de que en tan corta existencia haya paseado por tanta hermosura. Muy probablemente, no era la única gota de sudor en su cuerpo, había más paseándose por sus piernas, sus muslos, su sexo. Cuando terminó su fantasía, percibió un aroma irresistible, uno que destacaba de las demás esencias que tenían impregnadas las otras muchachas. Con paciencia, abrió los ojos de manera pausada, y de su sueño despertó en una pesadilla.
En medio de una iluminación violeta, las demás parejas parecían irse apartando adrede, para dejar que Alfonso la viera, y la vio, estaba de espaldas, bailando. Paso algo muy raro en ese interludio; la música cambió radicalmente, era un pieza suave y calmada, Alfonso la reconoció de inmediato; los demás no se daban por enterados; les pareció una pieza más para bailar de forma pegada.
-No lo puedo creer, alguien puso Don't Let Me Be Misunderstood la versión de Joe Cocker -pensó en voz alta.
Una curiosa casualidad en tan desafortunado encuentro, él la vio, bailando tan cerca de algún imbécil, le sorprendió que no fuera Cristian. Por lo descompasado de sus pasos, se dio cuenta que estaba borracha, en una de sus manos sostenía una bebida que parecía un coctel (hasta tenía una sombrillita adentro del vaso) y se dejaba acariciar, como si fuera una... bueno... eso no era lo peor, también se daba un momento para coquetear con otro hombre, ambos sujetos se rolaban a Liliana, como a un juguete.
-Ahí está.
-¿Es ella Alfonso?
-Apostaría mi voz a que está bailando con dos sujetos al mismo.
-¿Seguro?
-Reconocería su espalda en cualquier lugar, tan delicada, tan frágil, siempre que me rompe el corazón tiene que verse tan bien.
Alfonso tuvo ganas de llorar, deseaba perder la vida en aquel momento, salir huyendo y regresar a casa, resguardarse entre sus sábanas y rogar porque aquella visión fuera solo un mal sueño. En aquella desdicha, ya nada valía la pena, fue ahí cuando escucho el pasional y desesperado estribillo de la canción.

Oh but I'm just a soul who's intentions are good
-¿Dejarás que esto continué así Alfonso?

Oh lord , please don't let me be misunderstood

-No -contestó Alfonso con una inesperada valentía-, deja a Diego con su amigo, o mejor aún, déjalo con alguna mujer que consideres bonita, espérame en el coche; procura que esté encendido, nos llevaremos a Liliana.
-¿Eso no es secuestro? -interrumpió Diego, a cuyos oídos nada se le escapaba.
-Lo hago por su propio bien y porque la amo.
-Entendido -afirmó su compañero-, te veo ahí en dos horas, tengas o no a Liliana, tengo un mal presentimiento, y será mejor huir cuanto antes posible. ¿Están sincronizados nuestros relojes?
Fernando cambio la hora que tenía en su teléfono móvil, que estaba adelantado por diez minutos, por la hora que marcaba el viejo Steelco de Alfonso, eran alrededor de las doce y media de la noche.
-Siempre le doy cuerda, así que no me preguntes si está desajustado.
-Suerte, y no la dejes escapar, acompañaré a Diego un poco más.
-Está bien, ya no bebas, tendrás que conducir a toda velocidad para alejarnos de este lugar de corrupción.
Sus compañeros lo dejaron solo. Alfonso no tuvo más remedio que acercarse de manera decidida a Liliana, cada paso que daba se sentía como una puñalada en el corazón, hizo un gran esfuerzo por dominar sus arcadas e interrumpió el agasajo que se estaban dando aquellos dos sinvergüenzas.
-Caballeros, ¿podrían permitirme una pieza con la señorita?
Los dos galantes, al mismo tiempo que despreciables sujetos, no le hicieron caso. Afortunadamente Liliana volteó y aun en la tenue iluminación logró vislumbrar a su perdido enamorado.
-¡Alfonso! ¡Cuánto tiempo sin verte!
-Shall we dance?
Su pronunciación del inglés era horrible.
-¿Qué?
-¿Bailamos?
Con mucho esfuerzo la tomó de la cadera, y fue alejándola de sus dos acompañantes.


miércoles, 14 de septiembre de 2011

¿Será tranquila y pura? Parte II


II

Liliana se encontraba gateando en una cama de tamaño king size de corte renacentista, era un mueble hecho de madera de nogal sostenida por cuatro gigantescas columnas que colgaban doseles de terciopelo rojo, combinando con la gigantesca colcha de color vino, la luz era nula, en parte, porque era noche, en parte porque las cortinas estaban cerradas, la recámara se encontraba amueblada de la misma manera. Liliana se había pasado horas en el delicioso budoir maquillándose y arreglándose para la fiesta, aún llevaba puesto su delicioso vestido de coctel negro, y en la posición en que estaba se podían ver sus pechos colgando, gateando hasta acercarse a su amante de aspecto primitivo: Cristian. No sabría decirles por qué siempre la bestialidad y la belleza siempre van de la mano; las mujeres son siempre un misterioso.
Beso el pecho parcialmente desnudo de su amante, mientras él estaba pensando en sabrá dios que cosa, una noche perfecta, un poco arruinada por la intromisión de un idiota enamorado.
-¿Crees que esté bien que lo hagamos en la casa de tu amigo?
Pregunto con su peculiar sonrisa. Si bien estaba medianamente consciente de lo que hacía, lo cierto es que estaba un poco alcoholizada, sentía la terrible presión de escalar en la entrecortada y tramposa escalera del medio artístico, tenía que obtener un buen papel, o algo que hiciera creer a sus padres que la actuación era un trabajo rentable, de lo contrario tendría que salir de la capital y regresar a su pueblo. No, ella no podía echarse para atrás, tenía que mantener contento a su intermediario entre ella y el éxito.
-Hay montones de cuartos, nadie se dará cuenta, aparte mi amigo es buen pedo.
Se besaron apasionadamente, hasta que en su bolsillo sintió vibrar la cosa más importante para él en el mundo, su iphone.
-¿Me permites un segundo?
-No tardes mi amor.
Se levantó fastidiado, le seguía preocupando que su prisionero hiciera alguna estupidez, tal vez sí tendría que llamar a las autoridades.
-¿Carlo Magno?
-Cristian... tengo malas noticias.
-¿Cevallos se enteró del prisionero en su sótano?
-Aún peor, escapó.
-¡Como es eso posible! ¡No Wiggum estaba vigilando!
-Se cansó de vigilar y empezó a decir incoherencias de que Maite Perrioni estaba en la fiesta.
-¡Idiotas!
Colgó con furia, si Cevallos se enteraba del intruso y éste hablaba sobre su aprisionamiento, lo vetarían de todas las fiestas de sociedad.
-¿Paso algo cariño?
-No te preocupes, seguiremos con nuestra fiesta privada más al rato, tengo que resolver... un asunto.
-¿Así que prefieres estar con tus amigos que conmigo? -dijo Liliana furiosa.
-No es eso lo que pasa es que...
-¡Bajaré de nuevo a la fiesta, haber si encuentro un hombre de verdad!
«No» se dijo así mismo Cristian «todo menos eso».
-Discúlpame Liliana yo...
Tomó su bolso y se marchó de la recámara con ira.
-¡Ése maldito me las va a pagar!

Alfonso llevaba su anticuado saco tipo sport, lo cual irónicamente lo hacía resaltar más, la mayoría llevaba afeminadas camisas de colores chillones, y en sus cuellos pañoletas de colores todavía más nocivos para la vista. Fernando pasaba desapercibido porque iba vestido de la misma manera.
La estancia se encontraba llena, y eso era mucho decir, porque era enorme, la iluminación era tenue, y el ruido de las bocinas ensordecedor. La gente se encontraba bailando al ritmo de una canción de moda, y todo resultaba bastante grotesco; jovencitas bailando con sujetos mucho más grandes que ellas; hombres con repulsivas sonrisas y todavía más repulsivos cuerpos, llenos de inútiles músculos, dando a entender que nunca salían del gimnasio.
-Míralos, son como ovejas -dijo Alfonso.
-Trata de no llamar la atención, quizá Cristian ya se enteró de que escapaste.
-Tenemos que encontrar a Liliana y sacarla de aquí.
-¿No quieres primero tomar un trago?
-No creo que tengamos tiempo para ello... aunque me hacen falta agallas.
Miraba por todos lados sin encontrar a Liliana, sin duda había muchas mujeres bonitas, pero ninguna tenía su gracia, ella debía de ser la más bella. Al menos para los ojos de Alfonso lo era.
-Estoy nervioso... necesitaré un trago.
Fernando sabía a lo que se refería, siempre que estaba su amigo con una mujer que le gustaba empezaba a temblarle la mano como si estuviera enfermo de Parkinson.
-¡Nada como un buen trago para relajarse!
-Pero... tú... eres el conductor designado.
-No hay problema, no vamos a tomarnos una botella entera.
Los dos fueron junto a una mesa donde unos “barman” servían tragos en vasos de plásticos.
-¿Qué van querer?
-Dos whyskeys dobles -contestó Fernando.
Mientras servían las bebidas, Alfonso seguía buscándola desesperadamente. Tantos rostros, tanta gente, ¿cómo podría encontrarla?, la luz no ayudaba en mucho, y aquel desesperante escandalo. Quizá se encontraba en alguno de las tantas recámaras de la mansión, pero buscar en cada una de ellas sería inútil, seguramente estaban vigiladas por un custodio, que lo sacarían a patadas de la calle, a él y a su amigo, o peor aún, la encontraría haciendo algo desagradable.
-¿Todavía no la identificas?
-No, aún no.
-Pronto aparecerá, ya verás.
Alfonso degusto la bebida con dolor, el picante sabor del licor que invadía su lengua era semejante al dolor que había en su corazón. Deseaba poder beberse una botella entera, para así olvidar que Liliana simplemente estaba fuera de su alcance.
-Mira, creo que ahí está Diego el ciego de la ópera, ¿Dices que él la conoce, verdad?
-Sí... pero si no puede ver, no será de mucha ayuda.
-No subestimes a los discapacitados, ellos perciben el mundo de otro modo.
-Tienes razón -reflexionó Alfonso-. Él iba muy seguido a la fonda, quizá recuerde su olor.
-¿Ves de qué te estoy hablando?
Ambos se dirigieron a una barra un poco apartada de la zona de baile, atravesar aquel mar de gente fue molesto, tantas personas, tanta gente, tantos rostros, todos alcoholizados, fingiendo pasarla bien, tantos escotes y tantas piernas descubiertas.
Diego se encontraba dando pequeños sorbos a su bebida, sonriéndole a la nada con los ojos cerrados, iba acompañado de un joven corpulento, algo chaparro, con lentes de pasta dura y con los pelos parados pintados de rubio, era Yahir.
Causaba lástima ver al ciego, parecía estar en otro mundo, siempre sonriente y con un lenguaje corporal brusco, daba una muy equivocada impresión, no era su culpa, carecía del sentido de la vista, aun siendo una celebridad, parecía un rezagado en la fiesta. A pesar de la relativa soledad en la que se encontraba, se veía que la pasaba bien.
-¡Diego, me recuerdas! -Fernando alzó la voz muy fuerte.
-¿Quién habla? -contesto Diego como hablándole a algún objeto inanimado.
-Es Fernando, el que te ayudo a encontrar el baño -dijo Yahir.
-¡Ah sí claro! ¿Y quién lo acompaña?
Alfonso quedo impresionado.
-Soy Alfonso Ordaz, mucho gusto -los saludo de mano, a lo que agrego cuando se dirigió a Diego-. Soy, de hecho, un comensal frecuente en la “fonda de Carlota”
-Debí adivinarlo, me llego un olor a loción barata que me parecía familiar.
Alfonso se sintió agredido por el comentario, aunque se tranquilizo sabiendo que no lo hacia por ofender, cruelmente, le reconfortaba ver que Diego, ante la óptica de cualquiera, lucía digamos... más discapacitado de lo que en realidad era.
-¿Tan mal huelo?
-No, tan sólo es el picazón en la nariz que deja la loción.
-Entiendo.
-¿Qué te trae por aquí Fernando? -pregunto Yahir.
-Bueno... estamos buscando a una amiga de mi amigo, su nombre es Liliana, ¿Alguien de ustedes la conoce o la ha visto?
Cuando Fernando nombró aquella mujer, el semblante alegre de Diego cambio a uno más serio y reflexivo, como si aquel nombre estuviera vinculado con un aroma específico; uno agradable y melodioso, como flores.
-¿Liliana Álvarez?
-¡Exacto! -respondió abruptamente Alfonso.
-La saludé hace ya rato -musitó el ciego-, me gustaría escucharla otra vez, tiene una voz aterciopelada y un gracioso ritmo de respiración, iba acompañada con su novio, un sujeto que huele desagradable, peor que todos ustedes, pareciera que se echa litros y litros de desodorante. A diferencia de Liliana, que huele a rosas húmedas. Cada vez que me atendía, podía oler la fragancia de su cabello, era embriagante ¡A Nadie le sienta tan bien el shampoo de esencia de hierbas como a ella!
-Entonces, ninguno de los dos la ha visto u olido en las últimas horas.
-No -respondieron ambos.
Decepcionado Alfonso dijo:
-Será mejor que nos marchemos.
-No se vayan, es todavía muy temprano -dijo Diego con un aire de melancolía.
-El problema es que nos buscan, no estamos invitados.
-No se preocupen, les diré que vienen de mi parte, ¡Cantinero, más bebida para mis amigos!
Yahir al escuchar la grandilocuente voz del ciego ordeno más bebida a uno de los “barman”.
-Ya que insiste.
Alfonso y Fernando le hicieron compañía al ciego, con la esperanza de que el pobre enamorado encontrara a su musa, en medio de un gentío de superficialidad.
En una pequeña sala de monitoreo, Cristian y Carlo Magno repreoducieron el video de seguridad, donde entraban los intrusos.
-Ahí aparece él.
La definición del monitor era deficiente, aunque era un tanto obvia la actuación de Alfonso.
-¿Quién fue el idiota que lo dejo entrar?
-Alguien de seguridad -contestó nervioso Carlo Magno-, debió confundirlo el hecho de que trajera una Hummer.
-Astuto... -murmuro Cristian-. A él lo tenemos identificado ¿Quién es su amigo?
-Uso un seudónimo, un tal David Hewson.
-¿Y no era obvio que era un nombre falso?
-Parecían importantes.
Se notaba la ira en el semblante de Cristian, golpeó los controles y agregó:
-Los buscaré personalmente, no tiene por qué enterarse Cevallos.
-Entiende que el amigo de tu prisionero, luce como cualquiera en la fiesta.
-Veamos la cámara de la estancia.
Era inútil, había demasiadas personas y el zoom era deficiente, mostraba imágenes borrosas.
-Tú y Wiggum vigilen la entrada, no dejaré que ese pendejo se salga con la suya.
Salió corriendo en busca de su antagonista, aunque otra cosa le preocupaba más, ¿Qué rayos estará haciendo Liliana? Cuando se enojaba resultaba impredecible, seguramente estaría con otro sujeto para darle celos, sería demasiada casualidad que el elegido fuera Alfonso, no lo creía probable, aun sabiendo que él la buscaba. A ella le encantaba ser adorada por todos, recibir halagos de los clientes de su trabajo de medio tiempo, era fácil caer en las redes de su hermosura. Pero cuando alguien como Alfonso llega al extremo de hacer una ridícula imitación de Benny Goodman en la entrada del edificio donde vive; estamos hablando de algo que raya en el acoso, y no hay nada que moleste más una mujer que muestras directas de afecto, inclusive cuando lo único que quería decir era un “me gustas”.
-Clarinetista de mierda -pensaba Cristian refiriéndose a Alfonso mientras se dirigía de nuevo a la estancia- por qué no en vez de soplar esa cosa, me soplas la...
De pronto se encontró con el magnate Cevallos, era un hombre de alrededor de cincuenta años, aunque aparentaba más edad. Filántropo, político, narcotraficante, sólo dios podría saber qué era en realidad.
-Buenas noches muchacho -sonrió el diabólico hombre que en cada uno de sus brazos sostenía a una súper modelo- ¿Y tú deliciosa acompañante dónde está?.
Cristian se quedo callado, intentando fraguar alguna historia creíble, aunque la que estaba viviendo era más irreal que cualquiera que pudiera inventar.

lunes, 12 de septiembre de 2011

¿Será tranquila y pura? parte I


¿Será tranquila y pura?

¿Te querré como entonces
alguna vez? ¿Qué culpa
tiene mi corazón?
Si la niebla se esfuma
¿qué otra pasión me espera?
¿será tranquila y pura?
¡¡si mis dedos pudieran
deshojar a la luna!!
Federico García Lorca
I

«Actores, no hay profesión más promiscua que las artes escénicas» pensó Alfonso Ordaz mientras se encontraba atado en una vieja silla, era un mueble viejo, pero cómodo, «Si voy a pasarla mal, que sea con orgullo». Alfonso se encontraba en una mansión de lujo, en el cruce de Homero y Pedro Calderón de la Barca en la colonia Polanco, como usted sabrá, querido lector, dicha mansión tiene notable relevancia en el cine mexicano, y si ignora el dato, no se preocupe, será mencionado más tarde.
Se escuchó a alguien bajar las escaleras, Alfonso imaginó lo peor, tal vez sacarían una batería de auto y electrificarían sus gónadas, o quizá lo harían probar agua mineral en el trasero. Sin embargo, ningún horror se comparaba con el que ya estaba viviendo, el sufrimiento del rechazo y la conmiseración.
La habitación estaba muy bien alumbrada para ser un sótano, así que no habría interrogatorio, a final de cuentas era obvio por qué estaba ahí, como en otras ocasiones, metió la pata donde no debía, ¿Y qué es lo que debe hacer un hombre enamorado? ¿Dejar que su amada sea participe en aquellas orgías del Jet-set? Se abrió la puerta, y un joven con cara de simio (semejante a un chimpancé) apareció en el lujoso cuarto.
-¿La estás pasando bien?
Alfonso no contestó, fue pillado cuando entro a la residencia buscando desesperadamente a Liliana, logró infiltrarse gracias a que confundió al personal de seguridad estacionando una camioneta Hummer que era de la propiedad del padrastro de su acompañante de su muy patética aventura, Fernando Espada, él iba conduciendo, mientras Alfonso fraguaba un improvisado plan; engañando al servicio con la ridícula excusa de «Sí estoy en la lista de invitados ¿no me reconoce? ¡Soy el imitador oficial de Daniel Radcliffe!», confundidos, los dejaron pasar, aunque no dejaron de vigilarlos, hasta que se dieron cuenta de que los dos sujetos no eran celebridades de ningún tipo, todavía no atrapaban a Fernando.
En medio de biombos japoneses, vasijas de la dinastía Ming, un cofre del tesoro sacado de alguna novela de Stevenson y una vieja armadura de un caballero, Alfonso y el joven con rostro de homínido (sin evolucionar) se miraron frente a frente, no era la primera vez, ya lo habían hecho en la entrada de un restaurante, en el porche de una unidad habitacional, y en la primera fila de un teatro, los dos esperando a la misma persona, Liliana.
-Pronto encontraremos a tu amigo, para que te haga compañía -rió mientras sostenía en el brazo izquierdo lo que parecía ser un LP-, no llamaremos a las autoridades en este momento, no queremos que arruinen la diversión.
El nombre del pederasta era Cristian A. Maldonado, llevaba una camisa de colores chillones muy pegada y en medio le colgaban uno horribles lentes oscuros. Se escuchaba lejana la música de la fiesta, se alcanzaban a sentir los rebotes de los bajos. Alfonso notó que a su izquierda había una vieja vitrola RCA Víctor de 1910, del otro lado se veía un arrumbado cuadro que parecía ser de la autoría de José Luis Cuevas.
-Velo de esta manera, no puedes salir del cuarto no porque no quieras salir, ¡Sino porque no puedes salir!
El oscuro chiste no le hizo gracia a lo que contestó.
-Ya dime dónde tienes al oso, el que sale en la película.
-Aún conservas el sentido del humor, este... ¿Cuál es tu nombre? Bueno, da igual -empezó a quitar con la mano el polvo y las telarañas que había en la aguja de la vieja vitrola-. Un amigo me dice que lo enterraron en el jardín, otros me dijeron que lo donaron al zoológico de Chapultepec, puede que aparezca su espíritu, dicen que devora niños en las noches de luna llena, ¡Con eso las nanas de la colonia duermen a los niños! ¡El oso del Ángel exterminador te comerá si no duermes!
Mientras Cristian daba cuerda al aparato, Alfonso preguntó.
-¿Ella sabe que estoy aquí?
-No, pero no te preocupes, pasaré la noche con ella, así que no estará sola.
Conservando la tenacidad contestó:
-¡Con que pasará la noche con Un mexicano más! ¿No es así?
Cristian contuvo sus ganas de abofetearlo.
-Pondré un poco de música ¡Qué lo disfrutes!
-¡Tú lo haz dicho! ¡La vida es una canción!
Cristian cerro con furia la puerta del sótano, dejando a su prisionero acompañado de un familiar ruido.
-¡Maldita sea! ¡Es Enter Sandman de Metallica!
Sonaba mucho más vieja de lo que realmente era, como si Porfirio Diaz escuchará metal, sentado en su trono, meneando su calva con los poderosos riffs de James Hetfield y Kirk Hammett.
Sólo resta esperar a que la fiesta terminé y Cristian me entregue a las autoridades por allanamiento de morada” pensó mientras escuchaba The Unforgiven “¿Cómo dice la canción? ¡Ya nada más importa!”
Desde hace mucho había perdido la esperanza, ¿Qué se puede hacer cuando una ilusión se esfuma de las manos? Liliana lo era todo; hermosa, inteligente y talentosa. Pero como todas las mujeres, tenía la debilidad de ser siempre el foco de atención. Cristian podía llevarla a fiestas y reuniones con la farándula, y no hay nada más seductor para una joven actriz, que ser admirada por los de su gremio, aun cuando muchos, sino todos, se podría decir que pertenecían “a la nobleza más baja” del medio artístico.
Justo cuando la angustia se hacia más latente, en medio de un cuarto medio obscuro, lleno de antigüedades, la puerta se abrió, creía que era su antagonista o algún miembro del personal, dispuesto a poner el lado “B” del disco, para que su desdicha fuera mucho más leve, tal fue su sorpresa que quien estaba bajando las escaleras era su mejor amigo Fernando, a quien creía que también lo habían capturado.
-Justo para escuchar Don't tread on me -dijo.
-¡Enhorabuena! Debo tener algún Serafín que me cuida.
-Bueno... A cada quien su santo.
Desamarró con rapidez a su amigo, sintiéndose intrigado por la gran cantidad de chácharas ocultas en el sótano de una mansión. Ambos se sintieron asustados al escuchar las desafinadas notas de un piano.
-Seguramente una rata camino por las teclas del viejo Bosendorfer.
-Mientras no toqué la sonata de Paradisi todo está bien -contestó Alfonso.
-Supongo que no hay tiempo de voltear el disco y poner Nothing else matters.
-No hay tiempo que perder, por cierto, ¿Cómo fue que me encontraste?
-Me infiltré con mayor facilidad, de hecho, el ciego que canta ópera me invitó un trago -saco un cigarro de su bolsillo y lo encendió -. Escuché a uno de los esbirros de tu amigo, un tal Carlo Magno, le preguntó a Cristian en dónde te había dejado y éste respondió que estabas en el sótano. Yo estaba atrás de ellos tomando unos tragos en la barra, alcancé a escuchar que la puerta del sótano estaba vigilada, por lo que le pedí a uno de mis nuevos amigos, creo que un actor de telenovelas llamado Yahir que me mostrará el lugar donde filmaron “el ángel exterminador”. Él me contestó que era un área restringida, yo le dije que sólo quería echar un vistazo, como buen admirador de Buñuel que soy -dio una gran bocanada de humo y continuó-. Sólo había una persona cuidando, no era precisamente parte del personal de seguridad, más bien parecía otro de los patiños de tu querido amigo, Yahir se retiró de inmediato, dijo que esa película le causaba pesadillas.
-Y bueno, ¿qué más pasó?
-Take it easy my friend, al ver que no era del personal, le engañe diciendo que ahora era mi turno de cuidar la puerta, aparte le dije que Maite Perrioni había llegado y que perdería la oportunidad de tener un autógrafo, no pensé que funcionaría.
-Gracias.
-Antes de salir, no seas tan obvio, yo te cuidaré las espaldas, buscala con cautela, no andes preguntando por todos lados por tu Liliana.
-¿Entonces no la viste?
-¡Cómo voy a saber! No la conozco, había muchísimas mujeres ahí, la gran mayoría, muy bonitas. Ciertamente estuve apunto de ligarme a una, pero obviamente tenía que rescatarte.
Fernando era un poco mentiroso, así que no le hizo mucho caso, siempre le gustaba alardear de todo.
Antes de cruzar la línea, Alfonso recordó la película, aquella habitación tenía algo de tétrico, un ambiente que muchas personas considerarían como “pesado”, dudó unos segundos antes de cruzarla.
-¿Pasa algo?
-Sí, mi conciencia me dice que es mejor huir, dejar que Cristian o algún otro sujeto abuse de Liliana, de todas maneras es eso lo que busca, sin embargo, sería una pena retirarme ahora que he llegado tan lejos. No hay peor cosa que estar enamorado de la belleza -recordó la canción de Enter Sandman a su vez esa canción le recordaba uno de sus relatos favoritos “El hombre de arena”-. Estar enamorado de una actriz, es casi como estarlo de un maniquí, siempre bella, altanera y fría. Separados por el frío vidrio de un anaquel, en este caso, el frío vidrio del prejuicio y la indiferencia, sólo resta contemplarla a lo lejos, como un vagabundo observa a esos muñecos fríos, en mi caso, viéndola desde un palco, ¡Una muñeca viva que canta, baila y actúa! Es lo que refleja su exterior lo que embruja a todos los hombres, su delicada silueta paseando sobre nuestros ojos, incluso de nuestros sueños, y aquella mirada fría, que pareciera que no tiene más ojos que para un espejo, la única cosa que puede representar fielmente su belleza. Deberías verla en un escenario, ¡Brilla como una estrella!
Desconcertado Fernando preguntó.
-¿Qué le dirás cuando la veas?
-No lo sé, nunca planeó los finales -se le vinieron a la memoria escenas de la película y agregó-, ¿Crees que podamos salir? No somos burgueses, lo cual ya es una ventaja.
-Vamos sólo es una película.
-¿Salimos a la cuenta de tres?
-Lo que tú digas.
Ambos contaron hasta tres, y al unisono salieron de la habitación.
-¿Ves? No era tan difícil.
-Me preguntó si en uno de los biombos estarán los cadáveres de la pareja que aparece en la película.
-¡Cuántas veces te tengo que decir que es sólo una historia!
Y los dos amigos abandonaron la habitación para embarcarse en una aventura todavía más rara y absurda que la del mismo “ángel exterminador”.