Parte tres: Final
¿Habré muerto? ¿Estaré soñando? ¿Soñando despierto? Me sentí
desprotegido sin mis gafas y esa era una sensación que sólo sentía
en el mundo real, no, no era un sueño. Ahí estaba, desnuda,
reposando en una isla artificial. La emoción aceleraba mi pulso,
pero... ¿emoción de qué? ¿Acaso la violaría mientras duerme,
lejos de testigos, donde nadie nos puede oír? Júzguenme como un
hipócrita, pero sería incapaz de cometer semejante crimen, yo la
amo y no haría nada en contra de la voluntad de ella.
La luz de la tarde le daba al lugar un efecto entrecortado y
apacible, similar a la espectral iluminación que presencié en el
parque Benito Juárez. Sobre las estatuas y columnas se hicieron
jardines colgantes, con plantas y flores que serían el sueño de
cualquier horticultor o de un erudito de las plantas fanerógamas.
Ignoro mucho sobre flores también, pero eso no me convierte en un
insensible que no se maraville por el color de las plantas y su
embriagante olor. La fantástica acrópolis oculta era el lugar más
maravilloso que había visto en toda mi vida, y no lo digo solamente
por el amor, único e irrepetible, que descansaba desnuda, frágil,
despreocupada y vulnerable, como una flor, sobre una isla artificial.
El acto sexual, de darse, sería la cereza del pastel. Ella y el
lugar, eran en sí mismos, un momento mágico.
De nuevo me quedé parado, recargado en una columna, contemplando
desde mi orilla ese nuevo horizonte. Indeciso, desee haber equipado
los prismáticos y contemplar su lejana y perfecta desnudez. Mis ojos
sólo veían una delicada silueta humana, borrosa, sentí mucha
frustración, y ese sentimiento, ruin y despreciable, fue el que me
motivó a caminar a través del agua, para verla de cerca y quedar
extasiado de su hermosura.
Caminé por el montículo de arena artificial, juraría que mi
corazón se saldría de mi garganta, me sentí como una abeja apunto
de polinizar una flor, cerca, más cerca, ¡todavía más cerca de
ella! Ahí estaba, con una expresión de tranquilidad angelical, sus
firmes pechos con aquellos pequeños higos que eran sus pezones, su
larga cabellera desparramada alrededor suyo, y una orgullosa pubis,
que invitaba a tocar el aterciopelado sexo. Ella se me figuró a la
Danae de Gustav Klimt. Yo me quedé inmóvil, perplejo, paralizado,
bebiendo su belleza; degustándola sin prisa, el deseo me quemaba,
pero era incapaz de aprovecharme, ¡qué hace un hombre ante tales
circunstancias!
Yo seguí erecto sin hacer nada, a tres metros de ella, cada
segundo que la admiraba sentía que el espíritu se me saldría del
cuerpo, mi olfato -será porque mi sentido de la vista se adormiló
que mi capacidad para olfatear aumentó- rastreó el perfume de su
piel, ¡oh!, casi caigo desmayado. A medida que pasó el tiempo me
fui debilitando, no comí casi nada en la mañana, la fatiga caía
sobre mi cuerpo como una dolorosa sensación de desvanecimiento que
progresivamente se hacia más intensa. Si desfallecía, lo haría en
presencia de lo que más amo. Nada me llenaba más de satisfacción
que pensar eso.
Perdí un poco la conciencia, cerré los ojos, no me lo van creer,
pero escuché su graciosa respiración, seguía alejado de ella, pero
aun así, logré percibirla. Dio un murmullo de descanso, ¡mi
voluntad y sentido de la decencia iba disminuyendo! Ahora veía más
borroso, no sé si a causa del bochorno o del poco vapor que aún se
podía ver, ella se movió, el jocoso movimiento de sus pechos -de
perfecta simetría y proporción- me cautivó, su piel morena
enrojecida por el calor, y el suave murmullo de sus sueños, me sentí
mareado, a poco de desfallecer. Fue cuando abrió los ojos, se
levantó ágilmente y un poco alertada, figuré que tenía miedo en
su mirada, se cubrió celosamente los pechos, ahora la vi con una
expresión de desasosiego en su rostro, yo estaba sumamente
adormecida como para sentirme preocupado por las malas
interpretaciones que ella estaba conjeturando. Sin saber que hacer o
con mi capacidad cognoscitiva reducida al mínimo, di un paso en la
suave arena, ella se puso firme y alerta, di otro, no podía dar
crédito a lo que intuía, ella estaba resignada a cualquier cosa que
pudiera pasar, seguía ocultando sus hermosas partes. Debía decir
algo, no pude pensar con lógica o dar un discurso persuasivo
«hagamos el amor, ya no aguanto mis instintos» no, definitivamente
no podía decirle eso. El bochorno, el calor, y ella cada vez más
provocativa ¡qué hacer! ¡Qué hacer!
-Te amo -dije antes de perder el conocimiento.
*
-Gerardo... Gerardo... ¿estás bien?
Miré a través del cielo nublado, prestamente reconocí los
rostros de mis amigos alrededor: Carlos, Homero y Roberto. Estaba
acostado en el pasto, confundido, en la misma zona arbolada que fue
el punto de partida de mi acecho. Me incliné un poco y miré el
gigantesco edificio que era la resbaladilla. ¿Qué había pasado?
-¿Te sientes bien compadre? -interrogó Carlos.
-Sí, sí, estoy bien -fuera de la sensación de fatiga y
confusión, me sentía en una pieza -. ¿Alguien podría decirme qué
sucedió?
-No lo sabemos we, -reprendió Homero- después de que nos
aburrimos de la resbaladilla fuimos a buscarte a la alberca y ya no
te encontramos. Te esperamos un rato más y nos preocupó que no
aparecieras, te buscamos por todo el balneario y ni rastro de ti we,
hasta hace unos minutos supimos de ti.
-Y... ¿qué paso?
-Es lo que quisiéramos saber.
-Bueno y ¿cómo me encontraron?
-Vimos una multitud rodeándote, en un principio no sabíamos que
eras tú, le preguntamos a la gente y nos dijeron que alguien se
estaba ahogando o algo así, que una chica te trajo de no sé dónde,
de hecho... la vimos dándote respiración boca a boca.
¿Qué rayos sucedió? Sabía con seguridad que me desmayé por el
bochorno y la fatiga, no porque me estuviera ahogando. No comprendí
nada en el momento, y sigo sin comprender gran parte de lo sucedido.
Lo que deduje fue que al momento de desmayarme, la chica del bikini
azul tuvo que elegir entre dos opciones, en dejarme ahí; en el lugar
secreto; a mi suerte. O llevarme afuera y fingir, ante todos los
presentes, que me había ahogado y necesitaba primeros auxilios.
Supongo que optó por la segunda opción porque nos soportaría la
culpa de que por ella, alguien (yo) moriría por su imprudencia, aun
cuando fuera un violador potencial. La respiración boca a boca, más
que un primer auxilio, lo interpreté como una nota de
agradecimiento, de no haberme aprovechado cuando tuve la oportunidad,
o tal vez, - por qué no digo yo-, una respuesta al “te amo” que
dije en la isla artificial. Seré un iluso, pero sentí en mi boca,
como si la hubieran acariciado. Me sentí contrariado ¡besé sus
labios y yo no estaba consciente para sentirlos! Pero inmediatamente
me levanté repleto de energías. Saber que ella no me abandonó y
que aparte me dio un beso, haya sido respiración boca a boca o no,
era suficiente motivación para mí.
-¿La chica era bonita? -pregunté.
-No nos fijamos, estábamos preocupados, pero creo que sí, era
atractiva -afirmó Homero.
-¿Traía un bikini azul?
-Creo que sí we, no sabemos con exactitud, no vimos bien.
Dinos, ¿qué fue lo que te paso?
-Se los contaré en el coche.
Ya era un poco tarde y amenazaba con llover, nos largamos del
parque acuático mientras yo les conté mi increíble historia
-desde que la espié en la orilla de la alberca, hasta el inusitado
episodio en el baño romano secreto-, que fue escuchada con mucha
incredulidad.
-¿No habrás soñado todo Gerardo? -dijo Roberto
-Me da la impresión de que así fue -me limité a contestar.
Al final sólo queda la música, antes de ensayar, Homero no paró
de preguntarme si me sentía bien, si podía tocar. De hecho, nunca
en mi vida me había sentido mejor, tocamos apenas llegamos a la
casa. Un molesto optimismo me motivaba, al dar un repaso del
repertorio, se me ocurrió una idea.
-¿Saben qué? -dije-, siempre sí tocaremos Madeleine.
-No puede faltar nuestra mejor canción we.
Si la volví a encontrar en un parque acuático... ¿qué me
impediría encontrarla de nuevo en el afamado festival al que vamos a
tocar? Mañana sería el gran día, teníamos que preparar nuestro
número lo mejor posible.
*
La noche fue una agonía, no pude dormir, el deseo que me provocó
ver el cuerpo desnudo de la mujer anónima, combinado con las
circunstancias que mi mente entretejía, me provocaron un terrible
insomnio. También habría que agregar la presión del concierto.
Descansé muy poco; dormía unos cuantos minutos y volvía a dar
vueltas sobre mi colchón. Me solazaba recordando el hermoso cuerpo
de la bella durmiente de la isla artificial, pero por más que
intentaba desahogar mi deseo, siempre terminaba con una frustración
infinita. La madrugada se volvió un martirio de dudas ¿quién era
exactamente el sujeto que estaba sentado a un camastro de ella? ¿Era
su novio, amante, o un primo al que quería mucho? ¿Por que él
tenía tanto desinterés por ella, y ella tanto cariño por él? La
posible certeza de saber que tenía un rival era una patada en la
ingle. Me perdí en sueños inteligibles, rogaba por un milagro;
porque ella me viera tocar, se enamorara de mí y me diera la
oportunidad de amarla.
La mañana siguiente fue surreal. Desvelado, me despertó un
furioso concierto de Dinosaurs and Cadillacs, la banda de
Roberto estaba ensayando a las nueve de la mañana. No tenían mucho
de haber llegado y como también tocarían en el evento, consideraron
oportuno echarse un ensayo exprés. Me dirigí al cuarto de ensayo,
más confundido que enojado, me puse a ver a su banda liderada por
una cantante que no para de teñirse el cabello de diferente color
-ahora lo traía pintado de rosa mexicano-, gritando una
incomprensibles letras en inglés. Roberto toca con mucha actitud,
envidió su tenacidad en el escenario, yo solía emocionarme también,
pero tanta experiencia negativa en mi vida me volvió algo frío e
insensible.
Los saludé alzando la mano y los dejé ensayar. Fui al comedor,
habitado por Homero y Carlos comiendo waffles con miel de
maple. Debía al menos desayunar bien para aguantar el ajetreo que
estaba por venirse.
-¿Gustas we?
-Sí por favor, y café si son tan amables.
-No deberías beber tanto café.
Acaso yo te preguntó cuántos litros de coca cola bebes al
día, pensé, la verdad es que estaba muy irritable.
Me senté junto a ellos e ingerimos nuestros alimentos, un poco
indiferentes. Para matar el tiempo intenté mantener una
conversación.
-¿A qué hora llegaron los Dinosaurs?
-Como a las cinco de la mañana bro -respondió Carlos.
-Sí, tuve que salir a abrirles we.
-Bueno, en unas cuantas horas tenemos que hacer el sound check,
¿no se sienten emocionados?
-Algo -respondieron ambos.
Ahora no estaban nerviosos, pero los conozco, son de los que les da
el pánico escénico ya estando en el escenario. Seguimos
desayunando, escuchando el peculiar ruido de los Dinosaurs and
Cadillacs rebotando desde la azotea.
*
Mis Fender Twin Reverbs, mi guitarra, y mi sistema de
preamplificación se encontraba en orden. Miré el centro histórico,
todavía vacío, la prueba de sonido finalizó. Ninguno de mis
compañeros tuvo un problema. Fui por un café, me caía de sueño.
Atrás del escenario me senté encima de lo que parecía ser una
bocina y me puse a rememorar: cuando la vi por primera vez en la
discoteca, y en la agridulce segunda vez, que la seguí hasta llegar
a un lugar maravillosamente insólito. Sin darme cuenta me hallé en
toda una aventura que todavía no tenía un final claro. ¿Qué
pasaría después del concierto? Me gustaba imaginarla hermosa, con
una blusita anaranjada -por alguna razón-, el pelo recogido y una
cálida sonrisa. Al finalizar el concierto ella vendría a mí, me
felicitaría y me diría su nombre, seguramente será algo que suene
como a “Madeleine”, intercambiaríamos direcciones y nos daríamos
muchas cartas... bueno, soñar no cuesta nada.
Mis patéticas ensoñaciones fueron interrumpidas por la pareja de
pelafustanes que nos invitaron a tocar a un evento que nadie conoce,
Eric y Joaquín.
-¿Todo en orden? -inquirió uno.
-Este... sí, todo en orden.
-Bien, ustedes tocan hasta en la noche como acordamos, después de
Dinosaurs and Cadillacs, esto es porque son los dos grupos de
música “eléctrica” que tenemos, los demás son de una onda más
acústica -dijo el otro, daba igual, no les prestaba atención.
Poco a poco se presentó la gente, cuando tocó el primer grupo,
unos remedos de folcloristas, el centro histórico comenzó a ser
habitado por un conjunto bastante decente de público. No vi señales
de ella. Son bastante personas, me dije, hay mucho más gente reunida
hoy que en todos nuestros conciertos juntos. Los segundos se
volvieron largos, vi el gran desfile de grupos, esperando que
captaran mi atención, eran tan fatalmente mediocres que volví a
perderme en ensoñaciones. Ella, todo se resumía en ella; tocaría
por ella, para ella y por ella. El serio metejón que sentía por una
mujer de la cual sabía absolutamente nada, se transformó en una
pesada carga. ¿Se me cumpliría el tercer milagro de volver a verla?
Comencé a dudarlo. Un epígono de Bob Dylan aulló cuando las calles
se vieron rodeadas por el ocaso azulado, y un tenue alumbrado público
comenzaba a iluminar la tarde, dando un aspecto espectral al pueblo,
vi unas jacarandas rodeadas por curiosas lamparas, todo parecía tan
irreal, como sacado de un sueño. No supe si quería despertar.
-Ahora con ustedes Dinosaurs and Cadillacs.
La sensación del tiempo se diluía misteriosamente, ya era de
noche, un poco distante divisé la imponente parroquia de San Miguel
Arcángel; con la iluminación que le ponen luce en las noches
dorada. Escuché unas lejanas campanadas. Miré de nuevo al público,
sin rastro de ella todavía.
-¡We ya casi nos toca tocar! -hasta ahora se daba cuenta
Homero.
Vi a Carlos afinar su bajo, sentía que yo también debía revisar
si mi instrumento estaba correctamente afinado. Antes vi la luna,
estaba llena, y reflexioné... ella era la luna... o mejor dicho era
como la luna. Lejana, caprichosa, distante, por más que lo intentes,
nunca la alcanzas. Me puse triste. Para alejar el mal humor me colgué
mi vieja Jazzmaster, y verifiqué su afinación. Todo en
orden.
Cuando llegó la hora de estar frente al escenario, me sentí como
si fuera el grupo estelar, no noté mucha excitación al vernos, pero
tampoco el público era indiferente. Vi tantos rostros, que si por
casualidad la chica anónima se presentara, sería imposible
vislumbrarla. Las luces reflectoras me pegaron en la cara,
aturdiéndome. Todo estaba conectado, sólo tenía que tañer las
cuerdas para dar el aviso de la primera canción, pero mi
preocupación era otra, los infinitos rostros de la gente ocultaban
el único e irrepetible rostro de la mujer que buscaba ¿qué enferma
esperanza aguardaba en este concierto? ¿Qué certeza tenía de que
ella estuviera en aquella multitud? Para empeorar las cosas, una
segadora luz me daba en el rostro, ahora si no veía nada de nada. El
público enardecía, di las notas de introducción mecánicamente
mientras Carlos nos presentaba:
-Somos Bare Knuckle, uno... dos... tres... cuatro.
Vine a tocar, no a enamorarme, mi misión era dar el mejor
concierto y largarme al día siguiente, fue lo que pensé a la vez
que tocaba los acordes de poder y requinteaba. Me importaba un carajo
el público -la única persona que tal vez me interesara entretener,
probablemente no estaba-, toqué para mí, para la chica anónima y
para olvidar el misterioso episodio de ayer. Me veía divertido, en
realidad sufría; mañana me iría sin saber nada de ella. Hoy sería
mi última oportunidad de encontrarla, pero una vez terminado el
concierto ¿dónde empezaría a buscar? Aun en un pueblo chico los
lugares pueden ser infinitos. Olvidé todo, dejé la música fluir.
Al finalizar cada canción, veía fijamente al público, esperando
milagrosamente encontrarla, fue inútil. Mientras ellos aplaudían y
se regocijaban, sin darse cuenta se convertían en una masa uniforme
y anónima. ¿Recordarán el nombre de nuestra banda? ¿Recordarán
nuestros nombres cuando termine la presentación? ¿El nombre de las
canciones o lo que sintieron al escucharlas? No... para ellos la
música no es un milagro; para ellos la música no es más que la
pista de sonido para el placer y el ocio. No hay nada de malo en
ello, pero tampoco hay algo solemne. Si nos ponemos a pensar, el
amor, en estos tiempos, puede convertirse en la misma cosa, el
preámbulo y el pretexto antes del sexo, algunas veces, ni siquiera
eso.
Las luces se atenuaron, era momento de tocar la última canción:
“Madeleine”. Pensé, más que nunca, en ella: la chica de la
discoteca, de la alberca, y la del baño romano. Pensé en los
misterios que ella encerraba y cuan feliz sería al tenerla a mi
lado. Unos tristes acordes salieron de las bocinas de los
amplificadores que a su vez estaban microfoneadas a las bocinas del
equipo de sonido de la tarima. Acordes menores se empalmaban buscando
entristecer al público, un aire de patetismo flotaba en el aire, me
remordía el reconocer que, de ahora en adelante, no volvería jamás
a verla. Tuve mi oportunidad y la desperdicié. Seguí tocando la
canción, con su recuerdo tan presente en mi memoria, que por fin
creí verla en medio del público. Esperen. ¡Sí era ella!
Memoricé el cuadrante donde se hallaba, era como una hoja oculta
en un bosque o una moneda escondida en una colección de numismática.
No estaba ni muy al frente ni muy alejada. Unos brazos de un
invisible espectador la rodeaban, seguramente era el rival, si no
poseyera una guitarra que tiene mucho valor se la estrellaría en el
cráneo. Toqué con más pasión, hice que mis notas fueran
indescifrables rayos de sonido. Siempre creí que la música podía
expresar lo que el corazón ocultaba. Decepcionado, admito que casi
siempre eso no lo percibe el interlocutor. ¿Ella sonreía por mí,
por encontrarme inesperadamente tocando en una tarima, o por estar
junto a él? Ahí fue que me di cuenta que era una batalla perdida:
Yo, un forastero, que vine de la ciudad para hacer el ridículo a un
pueblo, me enamoró de una completa desconocida que tiene una vida
ajena a mí. Desee que algo nos uniera; una meta común; un mismo
deseo; ¡una plena justificación a nuestro improbable encuentro! No,
nada nos enlazaba, yo la amaba por hermosa y ella olvidaría -si no
es que ya me olvidó-, que yo existo. El último acorde retumbo, los
ensordecedores aplausos sonaron, Carlos presentó cada integrante del
grupo que recibió igual cantidad de ovaciones, el público pedía
más, Joaquín y Eric nos hacían señas de que le paráramos, tenían
el itinerario muy justo. Al desconectar mis cosas y regresar a la
parte trasera del escenario y recibir las congratulaciones de los
organizadores. Me dije a mí mismo que tenía que al menos saber su
nombre, preguntarle si le gustó nuestro concierto e intercambiar
direcciones, so pretexto de futuros conciertos y noticias.
-Nos gustaría hablar con ustedes, ¿por qué no cenamos en el
mismo restaurante en el que nos vimos? -sugirió uno de los
organizadores.
Debía hacer algo. Los segundos, para mí, se arrastraban con
violencia. No dejaba de pensar en ella, en que si la perdía hoy, la
perdía para siempre. No escuché los halagos de los presentes. Tenía
que actuar, esta vez no me lo perdonaría.
-Homero ¿puedo pedirte un favor? Te encargo mis cosas, la vi,
estoy seguro.
-Espérate we, tenemos cosas que hacer.
No podía postergar nuestro encuentro, le colgué mi guitarra y
salí corriendo.
*
La gente tapaba las calles, la vista, ¡todo!. Caminé con
desesperanza, con mucha incertidumbre. En cada espalda de mujer que
veía se me figuraba ella, pero asolado, no hallaba el hermoso rostro
que buscaba. Avancé empujando, como la primera vez que la encontré
en la discoteca. ¿Por qué las multitudes impiden que yo la
encuentre? ¿Por qué ella siempre tiene que ser la notable excepción
del género humano? Ella siendo tan única ¿por qué se deja rodear
por tanta gente?. Seguiría dilucidando sandeces si no fuera por la
desesperación en que me sumergía. Si paraba de buscarla para
descansar, mis ojos se me humedecían y me reprochaba a mi mismo por
la pausa. Tantos rostros, tanta gente, tantas espaldas. Algunos
desconocidos se acercaban a mí para felicitarme por el concierto, no
suelo ser descortés con el público, pero hoy era un excepción y
deliberadamente los esquivaba, espero que me disculpen.
No sé cuántas veces pasé por una misma calle, no sé cuántas
vueltas di a una misma cuadra. El éxito, la fama, la fortuna me eran
poca cosa comparados con ella, ¡lo daría todo por estar un segundo
con ella! Las calles se fueron vaciando; al haber menos gente, sería
más fácil ubicarla, pero también supondría que se marchó. Seguí
indagando en un pueblo que seguía sin conocer, lo peor de todo es
que era de noche y me desubiqué totalmente. Ahora la problemática
me la tenía que solucionar el azar. Fui caminando por las calles
como si fuera el mismo pueblo quien me diera las señales de dónde
podría estar. Llegué a una misteriosa alameda, a lo lejos vi una
muchacha de espaldas. Traía un vestido muy largo, entre negro y
azulado, la espalda estaba descubierta, su lejano perfil me era
familiar, sabía que era ella. De nuevo estuve lejos, quise gritar,
pero al no saber que decir, enmudecí y la dejé internarse en una
glorieta en compañía de una lejana silueta que reconocí como “el
rival”. Corrí hacia la entrada y sin darme cuenta; al posar mi
cabeza hacia arriba como buscando un aviso, vi La Parroquia de San
Miguel Arcángel, entré a la pequeña zona arbolada que la rodea,
envuelta en sombras y escasamente iluminada.
Ahora caminaba despacio: Lento, suave, sigiloso. La única luz que
detecté fue la que salía de la puerta abierta de la parroquia. Dos
siluetas sinuosamente conocidas parecían discutir, con sigilo, me
acerqué temerosamente. Me escondí atrás de un árbol, se escuchaba
una acalorada discusión, vi su perfil ensombrecido, era hermoso.
Ella seguía discutiendo con el rival, me causaba mucha repulsión
verlo cerca de ella. Me consideré un cobarde por no interrumpir para
defenderla. No supe de qué peleaban. Sólo oía los violentos
murmullos y un lejano llanto. La relación que tenía con aquél
hombre no me quedaba clara.
Él reprendía con aspavientos mientras ella se llevaba las manos
al rostro. Un impulso violento me enervaba, sin embargo, me sentí
incapaz de actuar. Ellos tenían una pelea conyugal, eso resultaba
un poco obvio, así que era mejor mantenerme ajeno a la discusión e
intervenir cuando todo terminara para consolarla. El energúmeno
soltaba frases atroces y ella gritaba ofensas inteligibles. En el
momento más álgido de la confrontación, el rival gritó algo que
sonó como un “haz lo que quieras”, inmediatamente ella se fue
llorando hacia la parroquia, faltó poco para que la golpeara, corrí,
no sin antes lanzarle una mirada fría al rival, su rostro me pareció
tan común, que lo confundiría con cualquier otra persona, él me
miró con indiferencia y se fue en sentido contrario del mio.
*
Miré hacia al altar mayor, no la encontré, la parroquia
prácticamente se encontraba vacía, ¿dónde estará ella? A mi
izquierda vi unas escaleras barrocas con forma de espiral, no existía
otra alternativa, fui a revisar e inmediatamente se me ocurrió lo
peor ¿qué locura haría? Alcé la vista hacia arriba para ver las
lejanas escaleras que comunicaban con el campanario y vi que ella
avanzaba a gran velocidad, ¿por qué la prisa? Subí las escaleras
intentando alcanzarla, le grité “señorita deténgase por favor”
pero sus oídos lo único que escuchaban eran sus lamentos y los
oscuros pensamientos que dictaba su mente. Subí, sin mirar el vacío
que cada vez se hacía más latente con cada escalón que avanzaba.
Si no la detenía ahora, la perdía para siempre.
Cansado llegué al campanario, por el estrés del momento me lo
figuré como dorado, la vista era peligrosamente sublime, vi su
espalda descubierta ya ubicada en la peligrosa orilla; estaba
decidida al lanzar un mortal clavado al suelo.
-¡No lo hagas! -grité con toda la desesperación que mi garganta
era capaz.
Ella volteó, desconcertada, el aire mecía su cabello.
Nerviosamente seguía apoyada en la barandilla que dividía la vida y
la muerte, di un paso, ella se mostró segura ante su decisión de
quitarse la vida y me miró con más violencia que frialdad.
-Ningún hombre lo vale, por favor, aléjese de ahí.
Me dio la espalda y agachó la cabeza para ver el vacío, no
estaría exenta de sentirse arrepentida por la sensación de
acrofobia. Caminé arrastrando los pies, sin saber cómo podría
calmarla.
-Yo le quiero, desde el primer día que la vi en la disco, por
favor, por lo que más quiera, póngase a salvo -rogaba inútilmente.
Volteó rápidamente la cabeza para verme, y luego siguió viendo
el vacío.
Ya estaba a pocos metros, unos cuántos centímetros más y con un
movimiento rápido podría salvarla.
-Si te pierdo -dije- sabrás que yo quería seguir amándote.
Ella se volteó una vez más a mi lado, ahora nos encontrábamos
cara a cara, me rodeó con sus brazos y me besó. Creí que ya la
tenía a salvo, ella me sonrió, y... como si diera un clavado de
espaldas, posó sus brazos de forma horizontal, y de espaldas se dejó
caer al suelo.
Mañana en los periódicos saldrá la noticia, y con ella, su
nombre, justo cuando ya no me sirve de nada.
México D. F.
4 de abril del 2012