III
-A
las mujeres sólo las seduce el poder -dijo Cevallos mientras fumaba
un puro “te amo”-. Nunca es claro su comportamiento, un día
están a tus pies, al otro... simplemente hacen sus maletas,
influenciadas por alguna estúpida idea feminista -hizo un extraño
anillo de humo con la boca, a lo que continuó-. Pero como siempre
pasa, de nuevo, regresan al día siguiente, rogándote que las
perdones, diciéndote que no sabían lo que hacían, que tu les das
algo que otros no les pueden ofrecer, he ahí la importancia del
poder; ya a la mujer no le importa la familia y lo hijos, desean
aventura, éxito, placer. Es ahí donde nosotros entramos, les
ofrecemos cosas que otros imbéciles no pueden, ¡Cuánto me rió del
hombre común!
Cristian y Cevallos se encontraban en una sala privada, ambos
sentados en asientos forrados de piel y acompañados por unas modelos
que se sentaban en sus piernas y se dejaban acariciar.
-Hay
muchas como Liliana -dijo el temible hombre, con su repugnante barba
canosa-, lo que no me queda claro fue que hiciste para que se
ofendiera.
-Problemas de enamorados -contestó de manera cínica Cristian.
Lo
cierto es que la tuvo comiendo de su mano por un tiempo, igual que
ahora tenía a la modelo, la había embelesado con la promesa de
abrirle las puertas del medio artístico. Una joven aspirante debe
dejar a un lado los escrúpulos, y dejarse llevar, confiada en su
talento y belleza, por las turbulentas aguas de la farándula, sin
prever quizá, que terminaría en un desagüe, justo como le acabó
de suceder.
-Liliana me quiere, y yo la quiero a ella, además le cae bien a mi
mamá. Es la mujer perfecta, sólo que le gusta montar un drama so
cualquier pretexto.
-El
amor es una superstición del hombre común a quien exploto como se
me da mi puta gana -el olor de su puro se volvía amargo e
inquietante-. Si quieres seguir fornicando con ella, no te culpo. ¡Es
una delicia de mujer! Pero si lo que quieres es casarte con ella, es
mejor que vayas con un médico, pude que tengas retraso mental o
síndrome de Down.
Cristian sabía que Cevallos era un hombre fuerte y sabio, por lo que
sintió deseos de preguntarle una cosa más.
-¿Ha
sentido el deseo de matar a alguien?
Cevallos lo miró fijamente.
-¿Por qué preguntas eso?
-Es... una pregunta hipotética.
-Bueno... tanto en la vida como en los negocios, siempre hay que
disparar en las “bolas”, es lo que siempre digo, hay que humillar
de la manera más brutal y vergonzosa posible a nuestros rivales.
Hacerles probar la mierda que tienes embarrada en el zapato.
-Como siempre, fue un placer.
-Salúdame a tu viejo de mi parte.
Aquella frase parecía ofender a Cristian.
-Sabe que no tengo padre.
-Entonces lo saludaré yo de tu parte cuando lo vea.
Cristian se marchó furioso sin despedirse del que creía su mentor y
amigo.
-¿Entonces tienen un grupo de Jazz? -pregunto Diego, como siempre,
con un gesto extraviado y con la boca abierta, mucho después de
haber terminado sus oraciones.
-El
toca el clarinete y yo lo acompaño con el ukelele -contesto Fernando
Espada con modestia-. Es algo más como ragtime o music hall.
-¿Qué tipo de clarinete tocas? -volvió a preguntar Diego,
conocedor de la música de orquesta y de cámara, pero ignorante de
cualquier género de tipo popular.
-Yo... Un modelo alemán afinado en la.
-Tocas cosas de Stravinsky.
-Como ya lo ha dicho mi
compañero, lo nuestro es el jazz y
el be bop.
Diego se quedo pensativo, ¡cómo profanar tan noble instrumento
con música “negra”!
-Caballeros, ¿podrían guiarme al sanitario por favor? Tantos
Manhattans y Whiskys en las rocas necesitan ser evacuados.
-Seguro, nosotros también tenemos ganas de orinar.
Alfonso necesitaba algún pretexto para movilizarse, ir al baño
era el motivo perfecto para dar una vuelta y ubicar a Lilina,
desgraciadamente había demasiados rostros, todos los ahí presentes
parecían una especie de sopa humana, que se movilizaba con el ritmo
de alguna canción estúpida (prácticamente, se movían a las
ordenes del DJ en turno) ¿Sería posible diferenciarla de todas las
mujeres? ¿Qué tal si en el fondo era también una de ellas?
¿También ella sería igual de superficial y hueca que las demás,
borrando así las grandes virtudes que vio Alfonso en Liliana?
«Ella no puede ser como las demás» pensó Alfonso, «trabaja
duro y realmente le apasiona la actuación. Pero verla con ese
hombre es... es que no tiene explicación ¿Qué tal si de verdad lo
ama? ¿Qué tal si soy un entrometido en su vida? Es terrible
afrontar la realidad, ciertamente, lo prefiere a él.»
Diego tenía su mano en el hombro de Alfonso, tenía que guiar a su
nuevo amigo, mientras Fernando le mostraba el camino hacía los
baños.
-¿Sigues sin poder encontrarla? -Le susurro despacio al oído.
-No la veo, quizá esté lejos.
-Yo no estaría tan seguro.
Si Alfonso se hubiera volteado, habría notado una muy estúpida
sonrisa en el semblante de Diego, como si estuviera a punto de
cometer una travesura.
El
baño, lleno de azulejos blancos, daba un aspecto enfermizo, parecido
a encontrarse dentro de un hospital. Los tres amigos depositaron su
orina en su respectivo mingitorio, y como era costumbre en él. Diego
comenzó a cantar, al parecer, una romanza.
E lucevan le
stelle...
Ed olezzava la
terra...
La
voz del tenor tenía un efecto imponente y desolador, causado más
por la sorpresa de escuchar una pieza de ópera en medio de una
actividad, digamos, íntima, que por la belleza de la misma.
Stridea l'uscio
dell'orto...
E un passo
sfiorava la rena...
Entrava ella,
fragrante,
Mi cadea fra le
braccia...
Debido a lo dolorosa interpretación
de la estrofa, Alfonso reprimió sus ganas de orinar un momento, y
escucho con singular atención E lucevan le stelle, aunque
de italiano no tuviera noción alguna (y se ufanaba de que un
bisabuelo suyo, era italiano).
Oh! dolci baci,
o languide carezze,
Mentr'io
fremente
Le belle forme
disciogliea dai veli!
Svanì per
sempre il sogno mio d'amore...
Y
por un momento la recordó, tranquila y pura, siempre atendiéndolo
de buena manera y con una radiante sonrisa, en aquella vieja fonda
donde solía almorzar. “¿Desea algo más?” Decía ella, “no,
gracias, la cuenta por favor” contestaba él, sin poder decirle lo
que realmente pensaba su corazón “luces hermosa” o “te quiero,
te necesito, se mía”.
L'ora è
fuggita...
E muoio
disperato!
E muoio
disperato!
E non ho amato
mai tanto la vita!...
Tanto la
vita!...
¿Volvería a escuchar su voz? ¿A
verla sonreír, cantar y bailar de nuevo? En medio de sus
pensamientos, soltó el último chorro de orina. Justo al terminar el
último verso de la romanza.
-Hermoso maestro -dijo Fernando, a quien gustaba de escuchar ópera,
aunque no reconocía la aria-. Simplemente sublime. ¿Y tú que
opinas Alfonso?
-Muy bonito, es usted un virtuoso señor Diego, no obstante, soy
más un aficionado de los musicales, ¿ha escuchado a Cab Calloway?
No es un Caruso o un Pavarotti, pero cuando canta St. James Infirmary
me provoca un sentimiento de tristeza similar a la pieza que acaba de
interpretar.
-En realidad no es nada, siempre estoy cantando todo el tiempo
piezas al azar -agregó el cantante ciego con la peculiar falsa
modestia que caracteriza a los artistas discapacitados-. Un momento
interpreto un fragmento de Verdi, al siguiente uno de Mozart, la
música es la única forma con la cual ahuyentó la perpetua
oscuridad en la que dicen que estoy, la verdad... quizá los ciegos,
de alguna manera, son ustedes, incapaces de detenerse un momento a
oler las flores o apreciar la perfección técnica de los clásicos;
cada nota representa un orden, nada es gratuito, todo debe
interpretarse con la mayor precisión posible, y no sólo eso,
también se debe sentir pasión.
-¿Y no le gustaría crear sus propias piezas?
La pregunta desconcertó al músico invidente.
-¡Cómo poder compararme con los grandes!
-¿Y por qué no? -respondió Alfonso-. Ellos a su vez se sintieron
intimidados por los grandes que les antecedieron.
-No... no podría.
-No sé ustedes maestros -interrumpió Fernando, que al igual que
sus compañeros, se encontraba bastante alcoholizado-. Pero lo que no
tiene de visión, lo tiene de voz cabrón.
-Gracias, siempre me lo dicen.
Alfonso reflexionó, quizá estaba ciego dentro de una cortina de
hechos, ¿Necesariamente ella amaba al susodicho Cristian? ¿Y qué
tal si ella lo estaba utilizando? ¿Ella sentiría algo por él
(Alfonso) muy adentro de su muralla de indiferencia? ¿Qué eran
todas esas invitaciones a sus espectáculos? ¿Simple lástima?
Entonces... ¿Para qué rayos agradecer el supuesto apoyo que recibía
por el simple hecho de verla? ¿Para vender un misero boleto que no
sirve ni para pagar una cuarta parte de su costosa colegiatura? ¿Le
gusta que los hombre se peleen por ella? ¿Le gusta ser deseada y
amada? ¿Será tranquila y pura?
Al
salir del baño, cerró los ojos, notó con muchísimo más presencia
la horrenda música electrónica, el olor a sudor de los invitados y
el sofocante calor humano de las reuniones de sociedad. Con mucha
imaginación se sintió una pequeña gota de sudor, escurriendo de la
nuca de una jovencita, lentamente, iba bajando sobre su cuello,
¿Cuántos chupetones habrá sentido? ¿Cuántos labios se habrán
posado ante tan sensible parte del cuerpo? Poco a poco, llegó al
escote, haciendo una escala antes, en una pequeña peca en medio del
pecho izquierdo. ¿Cuántos habrán tocado con alevosía sus senos?
¿Cuántos habrán mamado de sus pezones? Aquellos puntos de
perfección y de placer. Como era una gota pequeñita, dio una mortal
parada en el ombligo, la gota se volvió una miniatura de piscina,
secándose más y más, en cada movimiento que su cadera daba, y así
la existencia de la gotita terminó, muriendo feliz de que en tan
corta existencia haya paseado por tanta hermosura. Muy probablemente,
no era la única gota de sudor en su cuerpo, había más paseándose
por sus piernas, sus muslos, su sexo. Cuando terminó su fantasía,
percibió un aroma irresistible, uno que destacaba de las demás
esencias que tenían impregnadas las otras muchachas. Con paciencia,
abrió los ojos de manera pausada, y de su sueño despertó en una
pesadilla.
En medio de una iluminación violeta, las demás parejas parecían
irse apartando adrede, para dejar que Alfonso la viera, y la vio,
estaba de espaldas, bailando. Paso algo muy raro en ese interludio;
la música cambió radicalmente, era un pieza suave y calmada,
Alfonso la reconoció de inmediato; los demás no se daban por
enterados; les pareció una pieza más para bailar de forma pegada.
-No
lo puedo creer, alguien puso Don't Let Me Be Misunderstood
la versión de Joe Cocker -pensó en voz alta.
Una curiosa casualidad en tan desafortunado encuentro, él la vio,
bailando tan cerca de algún imbécil, le sorprendió que no fuera
Cristian. Por lo descompasado de sus pasos, se dio cuenta que estaba
borracha, en una de sus manos sostenía una bebida que parecía un
coctel (hasta tenía una sombrillita adentro del vaso) y se dejaba
acariciar, como si fuera una... bueno... eso no era lo peor, también
se daba un momento para coquetear con otro hombre, ambos sujetos se
rolaban a Liliana, como a un juguete.
-Ahí está.
-¿Es ella Alfonso?
-Apostaría mi voz a que está bailando con dos sujetos al mismo.
-¿Seguro?
-Reconocería su espalda en cualquier lugar, tan delicada, tan
frágil, siempre que me rompe el corazón tiene que verse tan bien.
Alfonso tuvo ganas de llorar, deseaba perder la vida en aquel
momento, salir huyendo y regresar a casa, resguardarse entre sus
sábanas y rogar porque aquella visión fuera solo un mal sueño. En
aquella desdicha, ya nada valía la pena, fue ahí cuando escucho el
pasional y desesperado estribillo de la canción.
Oh
but I'm just a soul who's intentions are good
-¿Dejarás que esto continué así Alfonso?
Oh
lord , please don't let me be misunderstood
-No
-contestó Alfonso con una inesperada valentía-, deja a Diego con su
amigo, o mejor aún, déjalo con alguna mujer que consideres bonita,
espérame en el coche; procura que esté encendido, nos llevaremos a
Liliana.
-¿Eso no es secuestro? -interrumpió Diego, a cuyos oídos nada se
le escapaba.
-Lo
hago por su propio bien y porque la amo.
-Entendido -afirmó su compañero-, te veo ahí en dos horas, tengas
o no a Liliana, tengo un mal presentimiento, y será mejor huir
cuanto antes posible. ¿Están sincronizados nuestros relojes?
Fernando cambio la hora que tenía en su teléfono móvil, que estaba
adelantado por diez minutos, por la hora que marcaba el viejo Steelco
de Alfonso, eran alrededor de las doce y media de la noche.
-Siempre le doy cuerda, así que no me preguntes si está
desajustado.
-Suerte, y no la dejes escapar, acompañaré a Diego un poco más.
-Está bien, ya no bebas, tendrás que conducir a toda velocidad para
alejarnos de este lugar de corrupción.
Sus
compañeros lo dejaron solo. Alfonso no tuvo más remedio que
acercarse de manera decidida a Liliana, cada paso que daba se sentía
como una puñalada en el corazón, hizo un gran esfuerzo por dominar
sus arcadas e interrumpió el agasajo que se estaban dando aquellos
dos sinvergüenzas.
-Caballeros, ¿podrían permitirme una pieza con la señorita?
Los
dos galantes, al mismo tiempo que despreciables sujetos, no le
hicieron caso. Afortunadamente Liliana volteó y aun en la tenue
iluminación logró vislumbrar a su perdido enamorado.
-¡Alfonso! ¡Cuánto tiempo sin verte!
-Shall we dance?
Su
pronunciación del inglés era horrible.
-¿Qué?
-¿Bailamos?
Con mucho esfuerzo la tomó de la cadera, y fue alejándola de sus
dos acompañantes.
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