sábado, 21 de abril de 2012

Hoy doble función: Sabrina de Billy Wilder y Sabrina de Sydney Pollack o Una (pequeña) obra maestra contra porquería noventera



¿Por qué hacer una reseña de dos películas que se titulan igual y aparentemente tratan de los mismo? Por la sencilla razón de que son dos películas muuuuy diferentes queridos lectores. No entiendo, en verdad, el afán de “modernizar” clásicos por parte de los productores, que no entienden que por eso son clásicos, porque son eternos y no necesitan ninguna modificación. Se entiende que existan distintas versiones de películas basadas en novelas clásicas como: Drácula (creo que hay una por década), el retrato de Dorian Gray u Oliver Twist. En el caso de Sabrina esta un poco justificado el remake, las películas se basan en una obra de teatro. No sé que tan fieles son las películas en base a su contraparte teatral. Sin embargo, el público debió ubicar más a “Sabrina” como una película de Billy Wilder, protagonizada por Audrey Hepburn y Humphrey Bogart, que por ser una obra de teatro, según dicen, regular. Antes de entrar de lleno a las películas ¿de verdad era necesario rehacer “Sabrina”? Amigos, los zapatos de Billy Wilder son muy grandes de llenar. Los ejecutivos a los que se les ocurrió esa “genial” idea deben ser unos verdaderos ignorantes de la cinematografía. Es como si a algún imbécil se le ocurriera hacer una copia de la capilla sixtina, en la iglesia de su vecindario, y aparte de copiarla mal, le pusiera elemento “actuales”. Una historia un tanto banal como lo es en esencia “Sabrina”, bajo la lente de un genio como Don Billy Wilder, puede resultar un film conmovedor. En contraposición con la versión de Pollack, de la que me encargaré en breve. Planeo hacer más de estos ejercicios (tengo en lista de espera “Lolita” y “El gran Gatsby”) espero que lo disfruten y los haga reflexionar, que no siempre lo moderno es sinónimo de mejor.

Sabrina, Billy Wilder, 1954
Siendo justos, esta es una pieza menor dentro de la gran y maravillosa filmografía del señor Wilder. No es el diez perfecto de grandes obras maestras como lo son “The Apartment” “Some Like It Hot” y “Private Life Of Sherlock Holmes”, pero aun una película regular de este gran director está muy por arriba del promedio, es, digamos, la pequeña joya de la corona de éxitos. Y... ¿de qué trata Sabrina? Basada, como ya dije, en una obra de teatro, cosa común en los estudios de aquellos años, que solían adaptar éxitos teatrales al cine, de hecho, en la película, Bogart hace referencia a la siguiente película de Wilder Seven Year itch también una obra de teatro de gran acogida. Regresando al film: Trata sobre la hija de un chofer, Fairchild, que está al servicio de los Larrabee, una familia inmensamente rica de Nueva York. Sabrina ha estado enamorada del menor de los hijos de los Larrabee, David, un junior frívolo y desobligado, en contraposición con su hermano Linus, un hombre de negocios empedernido y adicto al trabajo. Sabrina no puede dejar de amar a su amor imposible David, con todo y que ve, desde su lejana orilla subida en un árbol, como en sus fiestas seduce a cuanta mujer se le presenta. Así que su padre la manda a París para que aprenda alta cocina. Es en territorio galo donde madura y aprende que antes de ver por los demás, tiene que ver por ella misma. De regreso a América, David por casualidad la encuentra y comienza a fijarse en ella, pero su repentino amor por Sabrina es peligroso para los intereses de su familia, quienes ya arreglaron un matrimonio que será beneficioso para todos, excepto para Sabrina, es cuando entra Linus, quien es el principal interesado en quitar a Sabrina del camino para realizar una muy afortunada fusión de industrias. Pero él no tardara en caer ante la hermosura y encanto de Sabrina.
Sabrina es la segunda película que protagonizó, ay, la sin igual Audrey Hepburn. Es imposible no adorar a esta actriz, que no sólo tenía un rostro de ángel y un talle perfecto. Además era una actriz muy íntegra y con una gran formación. Toda una dama. Otra sorpresa es la controvertida actuación de Humphrey Bogart muy criticado por su papel de Linus Larrabee, papel que se le ofreció a Gary Grant. Aquí discrepo de la mayoría de los críticos, adoro al actor que hizo el fabuloso papel de Roger O. Thornhill en North by Northwest de Hitchcock y a Cole Porter en Night and Day de Michaell Curtis. Pero Bogart es mucho más que un chico malo o un gangster, parecieran olvidar deliberadamente que él mismo interpretó al melancólico Rick en Casablanca (papel que curiosamente se le ofreció a Ronald Reagan) o a Charlie Allnut en la Reina de África. Bogart es un gran actor y para mí su actuación en Sabrina es de las mejores, al mismo nivel que en Casablanca. William Holden hace bien su trabajo como el niño rico y mujeriego, una excelente contrapartida de Bogart. El contraste de la Sabrina antes de salir a París, joven, pero muy niña todavía, inmadura, tanto que intenta suicidarse asfixiándose con el humo de los coches adentro del garage. Con la Sabrina después del viaje, elegante, confiada, pero con su encanto y ternura completamente intactos; es muy obvio, pero no descaradamente obvio como en la otra película. La magia que imprime la Hepburn durante todo el metraje es cautivador, tan sólo cuando la vemos salir a una fiesta, por primera vez como invitada, en la casa de los Larrabee, con aquel vestido y su cabello corto, uno queda hechizado con tanta belleza. O aquella maravillosa toma desde arriba donde la vemos bailar sola en la cancha de tenis con techo; con su elegante vestido esperando a que David cumpla su fantasía romántica -a la cual no acude debido a un gracioso accidente-, mientras la orquesta toca isn't it romantic, no tengo palabras que describan la hermosura de esa escena. La mancuerna que hace con Bogart, no creo que la haya logrado con Grant, de ejemplo está “Charade”, al menos en Sabrina, le dan mucha verosimilitud a sus personajes; factor que se ha dejado atrás en actuales comedias románticas. Sabrina puede resultar para algunos; un cuento de hadas de los cincuenta, ñoño y cursi, y tienen razón. Pero su impecable manufactura, su inigualable encanto y unas actuaciones que ya muchas producciones quisieran tener, hacen que sin importar los años, aún caigamos enamorados de Sabrina (tanto del personaje como por la actriz Audrey Hepburn).

Sabrina de Sydney Pollack 1995

Cuarenta años después, el señor Pollack, en un exceso de miopía y arrogancia, se le ocurre hacer una nueva versión del clásico romántico. También hay que ser justos, la película no es tan mala en realidad, tiene unos chascarrillos insípidos que de vez en cuando hacen reír, y la actuación de Harrison Ford como Linus no está nada mal, aunque se nota que fue el único actor que hizo la tarea de ver la película original para adaptar su personaje, que queda muy lejos todavía del personaje que interpretó Bogart. En esencia, trata de lo mismo con unas muy poco afortunadas modificaciones. El primer detalle que me llamó la atención es que en esta versión el padre de los Larrabee está muerto, a diferencia de la versión de Wilder, que, aunque hace un papel muy secundario, era gracioso y tenía mucho sentimiento. Otro detalle es la brutal transformación de Sabrina. Para empezar Julia Ormond no le llega ni a los talones de la Hepburn, que como ya señalé, era una actriz primeriza cuando rodó el clásico de Wilder, para empeorar las cosas, ni siquiera es la cuarta parte de bonita. Todavía peor, su vestido en la fiesta de los Larrabee no es tan esplendoroso como debería ser. La primera Sabrina es demasiado diferente a la Sabrina después del viaje, al inicio de la película la vemos poco agraciada y femenina. En la primera película la inmadura Sabrina era potencialmente bella (es difícil afear a Audrey Hepburn), lo que provocaba en el espectador, cierta vergüenza por David por no poner atención ante la hermosura de la hija del chofer. En la versión noventera, uno no tiene un lazo de empatía por el personaje principal, debido a lo insustancial actuación de ésta. Otra diferencia y que apela mucho a la sensibilidad de aquella época, es que está vez, Sabrina va a París para trabajar de fotógrafa en una revista de modas (¿qué tiene de malo la alta cocina?), otra mayor diferencia contra su antecesora, es que aquí sí vemos tomas de la ciudad luz... no son la gran cosa, también vemos un breve e innecesario romance de Sabrina con un compañero de su trabajo (¿de verdad era necesario, cuando todos sabemos que ama con locura a David desde el inicio?), otro cambio para “actualizar” la historia fue el del mentor que le enseña un poco de lecciones de vida a Sabrina: En vez de un anciano conde prusiano, tenemos una mujer madura, a la cual le copia el look. Cuando la vemos regresar a América, lo único que cambia es su peinado, de ahí en fuera, la actuación es muy pobre y la transformación física muy exagerada.
Ahora vamos a lo peor, la desangelada relación de Linus y Sabrina en la versión de Pollack. En la de Wilder, en mi escena favorita, cuando David se accidenta dejando sola a Sabrina y Linus se aprovecha del infortunio de su hermano. El sorpresivo e inesperado coqueteo de Linus logra crear una atmósfera de ternura y encanto, que si nosotros fuéramos Sabrina, también nos dejaríamos besar sin previo aviso por Bogart. En la de Pollack, la escena, aunque bien fotografiada, es muy corriente, y aquí Sabrina responde ante el beso con una bofetada, arruinando una de las escenas más misteriosas y melancólicamente dulces de la historia del cine. En Pollack, Sabrina tarda demasiado en descubrir el lado humano del frío hombre de negocios que aparenta ser Linus. Es más, es demasiado hostil con él. En el fabuloso ritmo de la película de los cincuentas, vemos un Linus no como un acartonado hombre de negocios, sino como un acartonado hombre de negocios con el corazón roto; detalle magistralmente aprovechado por Wilder e ignorado por Pollack, así como el plan para “apartar” a Sabrina de David fraguado por Linus, que es muy claro en la original y no tan ambiguo y poco claro en la versión de los noventa. Otro problema que tengo con la versión “nueva” es la música ¿dónde están isn't it romantic y la jocosa we have no bananas today? Ok, tenemos La vie en rose, pero no es suficiente. (Ay, en la original, cuando Bogar le pide a la Audrey que se la recite, pero lento y quedito). Ford y Ormond no hacen una buena pareja, el Linus de Ford es demasiado parco y frío, mientras que Ormond no deja de ser odiosa, si yo fuera Linus, dejaría que David se follará a esa Sabrina tan molesta e insípida, con todo y que hubiera millones de por medio.
Para terminar de denostar la versión de Pollack, olvidó deliberadamente una de las mejores partes del film original, las geniales diálogos entre Linus y Fairchild, el chofer y padre de Sabrina. ¡Son los mejores diálogos de toda la película! Sin contar el discurso pro capitalista que se echa Linus que justifica su adicción al trabajo. Puede ser anticuada la primera versión para algunos, pero la segunda es asquerosamente moralina, perjuiciosa, llena de estereotipos y sin ningún contenido más allá de la cursilería.

Conclusión: Si vieron la versión de Pollack, tienen que ver con urgencia la primera película, la del maestro Wilder, verán que no miento al afirmar que son dos películas muy diferentes aunque lleven el mismo título. Para los que vieron la de Wilder; absténganse de ver otra versión. La Sabrina original es una maravilla, una pequeña joya que vale mucho la pena retomar, después de verla se la pasaran cantando todo el día we have no bananas today.


viernes, 13 de abril de 2012

Crónica de un jueves trágico


En memoria de Paulo Scheinvar y los cinco estudiantes acaecidos en el accidente del 12 de abril del 2012 en la carretera México-Toluca.

Desperté con mi teléfono celular sonando, no tuve ganas de contestar. Apenas en la madrugada me había desvelado viendo la película “The man who knew too much” la primera versión de Hitchcock, con el despreciable y al mismo tiempo sensacional Peter Lorre como el villano. Prácticamente es todo lo que hago en estos últimos días: escribir, ver películas y aparentar que voy a la escuela. Como la única clase a la que voy de martes a jueves es al mediodía, me levanté de mala gana a contestar, en la pantalla de mi Blackberry veo que me está llamando mi padre «ahora qué quiere» me pregunto.
-Diga -contesto adormilado.
-Hijo ¿estás ahí? -no logro percibir el tono de preocupación de mi padre, me molesta que me despierten cuando duermo muy plácidamente, aparte la pregunta me sonó medio absurda, estoy aquí, ¿qué tiene eso de raro?
-Sí, estoy aquí en mi casa, en la Roma, ¿qué sucede?
Un muy suspensivo mutis hace que me preocupe, me he habituado a recibir malas noticias y eso era signo de que algo había ocurrido.
-Ocurrió un accidente -responde, interrumpiendo el silencio, mi padre-. Un trailer se acaba de estrellar contra un autobús que llevaba alumnos de la facultad de economía que iban a una práctica.
Recibir una noticia trágica de golpe, es siempre un tanto irreal, significa que mientras dormía, personas que probablemente conocí o vi apenas ayer, desaparecieron. Sólo pude pensar en lo peor, y las dudas que pronto me asaltarían me mantuvieron tenso toda la mañana.
-¿No sabes qué grupo fueron los que estaban en ese autobús? -pregunto preocupado, no siento mucho aprecio por mis “compañeros”, pero podría ser cualquiera, pensé en Stephannie; que por su especialidad y por que está apunto de terminar, deduje que sería muy improbable que ella hubiera salido a una práctica. Pero la posibilidad de que ella saliera a práctica por “x” o “y” razón seguía latente.
-No han dicho nada, me enteré mientras veía el noticiario de Carmen Aristeguí -dijo mi padre, más tranquilo sabiendo que su único e irresponsable hijo seguía vivo y coleando.
Siempre evito salir a prácticas. Recordé la primera vez que tenía que salir a una, fue en la materia de investigación que me impartió en el primer semestre el profesor Paulo Scheinvar. Falté, no tanto porque considerara que estás tragedias fueran posibles, sino porque el profesor era demasiado inflexible y estricto, y si confirmaba que saldría a la práctica y llegaba tarde, me reprobaba. Quise evitar la responsabilidad de asistir y no fui.
-Nunca voy a prácticas -dije a manera de despedida.
Tenía muchas dudas, pero mi principal preocupación era saber si Stephannie se encontraba bien, tendría que darme prisa y corroborar qué estaba sucediendo en la facultad. Noticias así son terribles y las autoridades, el personal docente y los alumnos se deben estar movilizando o haciendo algo. Intenté averiguar algo en la internet, tan sólo una noticia un poco ambigua en la página de la jornada. Dejo, entonces, un recado en Facebook, esperando una respuesta, nadie contesta. Sigo pensando en Stephannie. No hay modo de comunicarme con ella; hace algunos días recibí una carta cadena suya, que llevaba a una página que no se podía abrir. Me sentí enojado. Llevamos tiempo sin hablar casualmente, ni comunicarnos vía Messenger, nunca aceptó ser mi “amiga” en Facebook, y ya una impenetrable barrera de diferencias nos apartaban; ella sería una prometedora profesional y yo seguiría siendo un vago indigno de ella. Pero sin importar los crueles hechos que rodeaban una relación vacua, mi afecto por ella no ha disminuido y me dolería mucho saber que algo malo le sucedió, en el fondo sabía que estaba bien, pero tenía que al menos verla para estar tranquilo.
Salgo de mi recámara, mi madre me reprende por no sé qué cosa, le digo que se calle y le explico la noticia, la noto consternada, pero pronto se tranquiliza, yo no soy el que está ahí. Qué egoístas somos a veces, mientras la tragedia no sea a alguien conocido, poco nos importa.
En ese instante desconocía qué grupo era el que se encontraba en el autobús. El nombre de Paulo Scheinvar fue el primero que se me ocurrió, él es el que habitúa salir a prácticas fuera de la ciudad, descarté esa posibilidad, negando deliberadamente que un profesor que conocí estuviera muerto. No creo que él esté ahí, no Scheinvar.
Mi madre me prepara un licuado de fresa para el desayuno, trato de distraer mi mente, pensar en que Stephannie estaba bien -en cierta forma estaba seguro de que estaba bien, pero con una inesperada noticia de la cual en los primeros minutos no se dan detalles ¿quién está al ciento por ciento seguro de algo?-. Termino mi desayuno y corro a la facultad.
En largo trayecto del metro, hojeo un libro sobre la película “Ciudadano Kane”, aún sin asimilar la repentina noticia, sin entender las dimensiones que tienen las repentinas pérdidas de jóvenes estudiantes. No quise pensar mucho en la fortuita tragedia, sólo me preocupaba Stephannie.
Llego a la facultad, sin antes distraerme en los puestos de libros, o en comprar café. La facultad luce como siempre, sólo que ahora se respira un aire de incertidumbre. Preguntó a uno los del puesto que vende café si saben algo sobre el accidente, saben lo mismo que yo, que murieron cinco personas, pero no saben sus nombres, voy preguntando a los compañeros y descubro que los que salieron a la práctica fueron alumnos del segundo semestre. Me tranquilizo un poco, porque ahora las posibilidades de que Stephannie esté bien son muy altas. Pregunto por el profesor, me dan un nombre improvisado, creyéndoles, pienso que ninguna persona conocida abordó el autobús. Veo al profesor Ciro Murayama a lo lejos, me siento tentado a preguntarle, pero al ver su perfil hostil -más hostil que de costumbre-, reprimo mis ganas de satisfacer mis dudas. La veo, por fin, le grito “¡Stephannie!”, ella voltea y sonríe, con todo el ambiente de incertidumbre y preocupación, ver al menos una vez más su sonrisa y sus ojos verdes, es suficiente para eliminar una de mis más negativas cavilaciones, al menos una de mis principales preocupaciones fue anulada.
-Stepahnnie -le digo- me da gusto que estés bien ¿sabes algo sobre el accidente?
-No, apenas me acabo de enterar, fueron compañeros de segundo semestre ¿no? Sería una lástima que alguno de los dos muriera, ya que estamos a punto de terminar.
-No -corregí-, tú terminarás, yo... bueno, no me gusta hablar de mi situación académica.
-Bueno, a mi también me da gusto que sigas vivo.
-¡Es bueno estar vivo! -siempre que estoy con ella, actúo como un idiota, y por mis idioteces nos distanciamos, ahora, aprovechando que tenía su atención, quería satisfacer otra duda, una muy ajena a la trágica noticia que nos rodeaba-. Este... ¿escuchaste la canción que te compuse?
-¿Cuál canción?
-La que te mande en tu cumpleaños -fue en diciembre.
-No, he estado muy ocupada y no he revisado mi correo.
-¿Quieres escucharla? La tengo en mi Blackberry.
-Llevo prisa, tengo que ver a mi asesor a los cubículos.
Ahora otra tristeza me acechaba, ella pronto tendría un prometedor futuro en el que yo no formaría parte, no tuve más remedio que despedirme de ella.
-Me dio mucho gusto saludarte.
-A mí igual.
Las clases con el profesor Wing Shum son siempre muy divertidas, pensé que me animarían un poco después de la amarga noticia, de la que desconocía todas sus dimensiones, y del sentirme tan lejano e indiferente de Stephannie. Me animé un poco, a final de cuentas, seguía vivo. La vida es un problema, sólo la muerte no lo es, dice Zorba el griego.
No quise saber más sobre la noticia hasta que llegué a casa, al revisar el Facebook me entero de lo peor. El profesor Paulo Scheinvar había muerto.
Su muerte me afectaba de una manera muy particular; Scheinvar fue el primer profesor que me dio clase en la facultad. A lo largo del día lo recordé, con su panza de botella, una prominente nariz aguileña, su cabello opacamente canoso, sus ojos azules, su arrogante porte y su acento brasileño, a pesar de lucir más como un escandinavo.
Recuerdo ese terrible primer día de escuela, en que empecé a hacerme la pregunta que me hago todos los días “qué demonios hago aquí”, y vi por primera vez al profesor, paseándose altanero por el salón mientras una puerta floja se negaba a cerrar bien, hasta que súbitamente cayó, retumbando sonoramente, fue cómico. Dio sus primeras y muy optimistas palabras:
-Ustedes estudiaran para resolver la pobreza del país.
El significado que le doy a aquel primer día de escuela es el de que todo en mi vida comenzó a ir de mal en peor. La repentina muerte de Scheinvar no sólo es la desaparición de un reconocido investigador o profesor de introducción a le investigación económica. Es, ante todo, la desaparición de un ser humano. Voy a ser sincero, yo odiaba al profesor Scheinvar, era muy metódico y estricto, sí, cualidades esenciales en la enseñanza, pero el profesor pecaba de serio y ortodoxo. Si hacías algo más, no dudaba en ponerte en vergüenza ante todo el salón, no toleraba la impuntualidad, y, espero que me disculpen, era un verdadero Nazi de la ecología. Podría no estar de acuerdo con lo que pensaba, con su forma de educar y por su terrible carácter. Pero nunca le desee mayor mal más que le diera un resfriado, o que se lastimara un tobillo para que faltara a clases. El señor Scheinvar era un profesor y un investigador, pero también era un ser humano.
Su muerte cierra de manera amarga un ciclo en la vida de muchos. En lo personal, haber estudiado y verlo desaparecer, capitulan muchas cosas: el inicio de una carrera que odio o no le tengo mucho interés; el único y último beso de una mujer de la que nunca volví a saber nada en una fiesta de día de muertos; el cambio de domicilio; el serio metejón que sufrí -y sigo sufriendo- por una compañera pudiente; la internación de urgencias de mi madre y su pronta recuperación; el nacimiento de una prima; la muerte de la esposa de uno de mis tíos; la muerte de uno de mis primos; el nacimiento de otros dos primos. Y sobre todos estos sucesos, interminables proyectos y esperanzas, que al pasar los días, lucen más lejanos e irrisorios.
Quise compartir mi desolación con alguien, el único que quizá me comprendería, sería mi amigo Alán quien estuvo en el mismo grupo que yo, aquel primer día en que una puerta casi aplasta a Scheinvar.
So pretexto de regalarle un libro que me pidió. Regresé a la escuela, ahora estaba un poco vacía y un modesto altar se había erigido, vi a Alán rodeado de otros compañeros, igual de indignados. Me perturba ver a los alumnos y al profesorado en un estado de negación, un silencio acompañado de murmullos se instaura en las mezzanine. La vida sigue su curso normal, salvo el altar con veladoras y flores en honor al profesor y los estudiantes, y los lúgubres moños negros en la entrada.
Al retirarme, no deje de pensar en el momento: desde que los jóvenes, sin sospecharlo, abordaron su autobús para salir a Michoacán a una práctica de campo. Los imaginé viajando junto al profesor Scheinvar, tranquilos, quizá un poco desvelados porque la cita era temprano. Yo vivía cerca de la Marqueza y conozco lo peligrosa que es la carretera México-Toluca. Me impresiona que yo muchas veces transité en compañía de familiares, por esa misma carretera en la que sucedió el accidente. Ahora imagino a Scheinvar, no sé muchos de los detalles del accidente ni conocí a profundidad al profesor, pero seguramente estaba al frente, aprensivo, vigilando el viaje y tal vez platicando con algún adjunto o comentando alguno de sus parcos chistes a todos los que estaban adentro del autobús. No quiero ni pensar en el momento en que un trailer, sin frenos y de manera irresponsable, arremetió contra el autobús. Ahora lo imagino, momentos antes del terrible choque, viendo el gigantesco remolque acercando peligrosamente hacia su lado, él seguramente reconocería, mientras mira impávidamente, con sus ojos azules, su destino, reconociendo que todos, de una manera u otra, nos acercamos al final. Si nos ponemos a pensar, hay más probabilidades de que esto nunca hubiera sucedido: De haber salido un poco antes, de que el conductor del trailer hubiera revisado los frenos, de posponer la fecha y de muchas otras posibilidades que pudieron evitar este terrible accidente trágico. Empero, todo parecieran ser partes del preciso engranaje de la tragedia. Yo mismo experimenté un horror similar hace muchos años, y es difícil discernir el por qué ocurren. Lo abominable de la muerte es que no hay retorno, un error que podría ser considerado pueril, puede tener consecuencias que acaben en desastre. El conductor imprudente del trailer, tuvo la mayoría de la culpa. Pero muchos accidentes suceden con remolques sin consecuencias graves. ¿Por qué la lotería de la muerte les tocó a un profesor y a unos jóvenes que apenas empezaban la carrera? Yo debí haber ido a una de esas prácticas, de asistir, hubiera estado a nueve prácticas de mi posible muerte, un cálculo, que con todo, no tiene nada de alentador. Desgraciadamente, no podemos sacar nada positivo de la experiencia, conductores imprudentes seguirán existiendo y la justicia nunca compensará a los heridos y la muerte de cinco compañeros y un profesor. Sólo resta admitir a la vida, con todas sus vicisitudes y alegrías, y esperar a que al menos el día de hoy, estemos en una pieza.
Siento escalofríos al imaginarme los pensamientos que todos tuvieron antes del choque, quizá Scheinvar pensó algo, segundos antes del inevitable fin, algo así como: “no ahora”.

Viernes 13 de abril del 2012 México D. F. 

miércoles, 4 de abril de 2012

La Piscina de asfalto Parte tres: Final


Parte tres: Final


¿Habré muerto? ¿Estaré soñando? ¿Soñando despierto? Me sentí desprotegido sin mis gafas y esa era una sensación que sólo sentía en el mundo real, no, no era un sueño. Ahí estaba, desnuda, reposando en una isla artificial. La emoción aceleraba mi pulso, pero... ¿emoción de qué? ¿Acaso la violaría mientras duerme, lejos de testigos, donde nadie nos puede oír? Júzguenme como un hipócrita, pero sería incapaz de cometer semejante crimen, yo la amo y no haría nada en contra de la voluntad de ella.
La luz de la tarde le daba al lugar un efecto entrecortado y apacible, similar a la espectral iluminación que presencié en el parque Benito Juárez. Sobre las estatuas y columnas se hicieron jardines colgantes, con plantas y flores que serían el sueño de cualquier horticultor o de un erudito de las plantas fanerógamas. Ignoro mucho sobre flores también, pero eso no me convierte en un insensible que no se maraville por el color de las plantas y su embriagante olor. La fantástica acrópolis oculta era el lugar más maravilloso que había visto en toda mi vida, y no lo digo solamente por el amor, único e irrepetible, que descansaba desnuda, frágil, despreocupada y vulnerable, como una flor, sobre una isla artificial. El acto sexual, de darse, sería la cereza del pastel. Ella y el lugar, eran en sí mismos, un momento mágico.
De nuevo me quedé parado, recargado en una columna, contemplando desde mi orilla ese nuevo horizonte. Indeciso, desee haber equipado los prismáticos y contemplar su lejana y perfecta desnudez. Mis ojos sólo veían una delicada silueta humana, borrosa, sentí mucha frustración, y ese sentimiento, ruin y despreciable, fue el que me motivó a caminar a través del agua, para verla de cerca y quedar extasiado de su hermosura.
Caminé por el montículo de arena artificial, juraría que mi corazón se saldría de mi garganta, me sentí como una abeja apunto de polinizar una flor, cerca, más cerca, ¡todavía más cerca de ella! Ahí estaba, con una expresión de tranquilidad angelical, sus firmes pechos con aquellos pequeños higos que eran sus pezones, su larga cabellera desparramada alrededor suyo, y una orgullosa pubis, que invitaba a tocar el aterciopelado sexo. Ella se me figuró a la Danae de Gustav Klimt. Yo me quedé inmóvil, perplejo, paralizado, bebiendo su belleza; degustándola sin prisa, el deseo me quemaba, pero era incapaz de aprovecharme, ¡qué hace un hombre ante tales circunstancias!
Yo seguí erecto sin hacer nada, a tres metros de ella, cada segundo que la admiraba sentía que el espíritu se me saldría del cuerpo, mi olfato -será porque mi sentido de la vista se adormiló que mi capacidad para olfatear aumentó- rastreó el perfume de su piel, ¡oh!, casi caigo desmayado. A medida que pasó el tiempo me fui debilitando, no comí casi nada en la mañana, la fatiga caía sobre mi cuerpo como una dolorosa sensación de desvanecimiento que progresivamente se hacia más intensa. Si desfallecía, lo haría en presencia de lo que más amo. Nada me llenaba más de satisfacción que pensar eso.
Perdí un poco la conciencia, cerré los ojos, no me lo van creer, pero escuché su graciosa respiración, seguía alejado de ella, pero aun así, logré percibirla. Dio un murmullo de descanso, ¡mi voluntad y sentido de la decencia iba disminuyendo! Ahora veía más borroso, no sé si a causa del bochorno o del poco vapor que aún se podía ver, ella se movió, el jocoso movimiento de sus pechos -de perfecta simetría y proporción- me cautivó, su piel morena enrojecida por el calor, y el suave murmullo de sus sueños, me sentí mareado, a poco de desfallecer. Fue cuando abrió los ojos, se levantó ágilmente y un poco alertada, figuré que tenía miedo en su mirada, se cubrió celosamente los pechos, ahora la vi con una expresión de desasosiego en su rostro, yo estaba sumamente adormecida como para sentirme preocupado por las malas interpretaciones que ella estaba conjeturando. Sin saber que hacer o con mi capacidad cognoscitiva reducida al mínimo, di un paso en la suave arena, ella se puso firme y alerta, di otro, no podía dar crédito a lo que intuía, ella estaba resignada a cualquier cosa que pudiera pasar, seguía ocultando sus hermosas partes. Debía decir algo, no pude pensar con lógica o dar un discurso persuasivo «hagamos el amor, ya no aguanto mis instintos» no, definitivamente no podía decirle eso. El bochorno, el calor, y ella cada vez más provocativa ¡qué hacer! ¡Qué hacer!
-Te amo -dije antes de perder el conocimiento.

*

-Gerardo... Gerardo... ¿estás bien?
Miré a través del cielo nublado, prestamente reconocí los rostros de mis amigos alrededor: Carlos, Homero y Roberto. Estaba acostado en el pasto, confundido, en la misma zona arbolada que fue el punto de partida de mi acecho. Me incliné un poco y miré el gigantesco edificio que era la resbaladilla. ¿Qué había pasado?
-¿Te sientes bien compadre? -interrogó Carlos.
-Sí, sí, estoy bien -fuera de la sensación de fatiga y confusión, me sentía en una pieza -. ¿Alguien podría decirme qué sucedió?
-No lo sabemos we, -reprendió Homero- después de que nos aburrimos de la resbaladilla fuimos a buscarte a la alberca y ya no te encontramos. Te esperamos un rato más y nos preocupó que no aparecieras, te buscamos por todo el balneario y ni rastro de ti we, hasta hace unos minutos supimos de ti.
-Y... ¿qué paso?
-Es lo que quisiéramos saber.
-Bueno y ¿cómo me encontraron?
-Vimos una multitud rodeándote, en un principio no sabíamos que eras tú, le preguntamos a la gente y nos dijeron que alguien se estaba ahogando o algo así, que una chica te trajo de no sé dónde, de hecho... la vimos dándote respiración boca a boca.
¿Qué rayos sucedió? Sabía con seguridad que me desmayé por el bochorno y la fatiga, no porque me estuviera ahogando. No comprendí nada en el momento, y sigo sin comprender gran parte de lo sucedido. Lo que deduje fue que al momento de desmayarme, la chica del bikini azul tuvo que elegir entre dos opciones, en dejarme ahí; en el lugar secreto; a mi suerte. O llevarme afuera y fingir, ante todos los presentes, que me había ahogado y necesitaba primeros auxilios. Supongo que optó por la segunda opción porque nos soportaría la culpa de que por ella, alguien (yo) moriría por su imprudencia, aun cuando fuera un violador potencial. La respiración boca a boca, más que un primer auxilio, lo interpreté como una nota de agradecimiento, de no haberme aprovechado cuando tuve la oportunidad, o tal vez, - por qué no digo yo-, una respuesta al “te amo” que dije en la isla artificial. Seré un iluso, pero sentí en mi boca, como si la hubieran acariciado. Me sentí contrariado ¡besé sus labios y yo no estaba consciente para sentirlos! Pero inmediatamente me levanté repleto de energías. Saber que ella no me abandonó y que aparte me dio un beso, haya sido respiración boca a boca o no, era suficiente motivación para mí.
-¿La chica era bonita? -pregunté.
-No nos fijamos, estábamos preocupados, pero creo que sí, era atractiva -afirmó Homero.
-¿Traía un bikini azul?
-Creo que sí we, no sabemos con exactitud, no vimos bien. Dinos, ¿qué fue lo que te paso?
-Se los contaré en el coche.
Ya era un poco tarde y amenazaba con llover, nos largamos del parque acuático mientras yo les conté mi increíble historia -desde que la espié en la orilla de la alberca, hasta el inusitado episodio en el baño romano secreto-, que fue escuchada con mucha incredulidad.
-¿No habrás soñado todo Gerardo? -dijo Roberto
-Me da la impresión de que así fue -me limité a contestar.
Al final sólo queda la música, antes de ensayar, Homero no paró de preguntarme si me sentía bien, si podía tocar. De hecho, nunca en mi vida me había sentido mejor, tocamos apenas llegamos a la casa. Un molesto optimismo me motivaba, al dar un repaso del repertorio, se me ocurrió una idea.
-¿Saben qué? -dije-, siempre sí tocaremos Madeleine.
-No puede faltar nuestra mejor canción we.
Si la volví a encontrar en un parque acuático... ¿qué me impediría encontrarla de nuevo en el afamado festival al que vamos a tocar? Mañana sería el gran día, teníamos que preparar nuestro número lo mejor posible.

*

La noche fue una agonía, no pude dormir, el deseo que me provocó ver el cuerpo desnudo de la mujer anónima, combinado con las circunstancias que mi mente entretejía, me provocaron un terrible insomnio. También habría que agregar la presión del concierto. Descansé muy poco; dormía unos cuantos minutos y volvía a dar vueltas sobre mi colchón. Me solazaba recordando el hermoso cuerpo de la bella durmiente de la isla artificial, pero por más que intentaba desahogar mi deseo, siempre terminaba con una frustración infinita. La madrugada se volvió un martirio de dudas ¿quién era exactamente el sujeto que estaba sentado a un camastro de ella? ¿Era su novio, amante, o un primo al que quería mucho? ¿Por que él tenía tanto desinterés por ella, y ella tanto cariño por él? La posible certeza de saber que tenía un rival era una patada en la ingle. Me perdí en sueños inteligibles, rogaba por un milagro; porque ella me viera tocar, se enamorara de mí y me diera la oportunidad de amarla.
La mañana siguiente fue surreal. Desvelado, me despertó un furioso concierto de Dinosaurs and Cadillacs, la banda de Roberto estaba ensayando a las nueve de la mañana. No tenían mucho de haber llegado y como también tocarían en el evento, consideraron oportuno echarse un ensayo exprés. Me dirigí al cuarto de ensayo, más confundido que enojado, me puse a ver a su banda liderada por una cantante que no para de teñirse el cabello de diferente color -ahora lo traía pintado de rosa mexicano-, gritando una incomprensibles letras en inglés. Roberto toca con mucha actitud, envidió su tenacidad en el escenario, yo solía emocionarme también, pero tanta experiencia negativa en mi vida me volvió algo frío e insensible.
Los saludé alzando la mano y los dejé ensayar. Fui al comedor, habitado por Homero y Carlos comiendo waffles con miel de maple. Debía al menos desayunar bien para aguantar el ajetreo que estaba por venirse.
-¿Gustas we?
-Sí por favor, y café si son tan amables.
-No deberías beber tanto café.
Acaso yo te preguntó cuántos litros de coca cola bebes al día, pensé, la verdad es que estaba muy irritable.
Me senté junto a ellos e ingerimos nuestros alimentos, un poco indiferentes. Para matar el tiempo intenté mantener una conversación.
-¿A qué hora llegaron los Dinosaurs?
-Como a las cinco de la mañana bro -respondió Carlos.
-Sí, tuve que salir a abrirles we.
-Bueno, en unas cuantas horas tenemos que hacer el sound check, ¿no se sienten emocionados?
-Algo -respondieron ambos.
Ahora no estaban nerviosos, pero los conozco, son de los que les da el pánico escénico ya estando en el escenario. Seguimos desayunando, escuchando el peculiar ruido de los Dinosaurs and Cadillacs rebotando desde la azotea.

*

Mis Fender Twin Reverbs, mi guitarra, y mi sistema de preamplificación se encontraba en orden. Miré el centro histórico, todavía vacío, la prueba de sonido finalizó. Ninguno de mis compañeros tuvo un problema. Fui por un café, me caía de sueño. Atrás del escenario me senté encima de lo que parecía ser una bocina y me puse a rememorar: cuando la vi por primera vez en la discoteca, y en la agridulce segunda vez, que la seguí hasta llegar a un lugar maravillosamente insólito. Sin darme cuenta me hallé en toda una aventura que todavía no tenía un final claro. ¿Qué pasaría después del concierto? Me gustaba imaginarla hermosa, con una blusita anaranjada -por alguna razón-, el pelo recogido y una cálida sonrisa. Al finalizar el concierto ella vendría a mí, me felicitaría y me diría su nombre, seguramente será algo que suene como a “Madeleine”, intercambiaríamos direcciones y nos daríamos muchas cartas... bueno, soñar no cuesta nada.
Mis patéticas ensoñaciones fueron interrumpidas por la pareja de pelafustanes que nos invitaron a tocar a un evento que nadie conoce, Eric y Joaquín.
-¿Todo en orden? -inquirió uno.
-Este... sí, todo en orden.
-Bien, ustedes tocan hasta en la noche como acordamos, después de Dinosaurs and Cadillacs, esto es porque son los dos grupos de música “eléctrica” que tenemos, los demás son de una onda más acústica -dijo el otro, daba igual, no les prestaba atención.
Poco a poco se presentó la gente, cuando tocó el primer grupo, unos remedos de folcloristas, el centro histórico comenzó a ser habitado por un conjunto bastante decente de público. No vi señales de ella. Son bastante personas, me dije, hay mucho más gente reunida hoy que en todos nuestros conciertos juntos. Los segundos se volvieron largos, vi el gran desfile de grupos, esperando que captaran mi atención, eran tan fatalmente mediocres que volví a perderme en ensoñaciones. Ella, todo se resumía en ella; tocaría por ella, para ella y por ella. El serio metejón que sentía por una mujer de la cual sabía absolutamente nada, se transformó en una pesada carga. ¿Se me cumpliría el tercer milagro de volver a verla? Comencé a dudarlo. Un epígono de Bob Dylan aulló cuando las calles se vieron rodeadas por el ocaso azulado, y un tenue alumbrado público comenzaba a iluminar la tarde, dando un aspecto espectral al pueblo, vi unas jacarandas rodeadas por curiosas lamparas, todo parecía tan irreal, como sacado de un sueño. No supe si quería despertar.
-Ahora con ustedes Dinosaurs and Cadillacs.
La sensación del tiempo se diluía misteriosamente, ya era de noche, un poco distante divisé la imponente parroquia de San Miguel Arcángel; con la iluminación que le ponen luce en las noches dorada. Escuché unas lejanas campanadas. Miré de nuevo al público, sin rastro de ella todavía.
We ya casi nos toca tocar! -hasta ahora se daba cuenta Homero.
Vi a Carlos afinar su bajo, sentía que yo también debía revisar si mi instrumento estaba correctamente afinado. Antes vi la luna, estaba llena, y reflexioné... ella era la luna... o mejor dicho era como la luna. Lejana, caprichosa, distante, por más que lo intentes, nunca la alcanzas. Me puse triste. Para alejar el mal humor me colgué mi vieja Jazzmaster, y verifiqué su afinación. Todo en orden.
Cuando llegó la hora de estar frente al escenario, me sentí como si fuera el grupo estelar, no noté mucha excitación al vernos, pero tampoco el público era indiferente. Vi tantos rostros, que si por casualidad la chica anónima se presentara, sería imposible vislumbrarla. Las luces reflectoras me pegaron en la cara, aturdiéndome. Todo estaba conectado, sólo tenía que tañer las cuerdas para dar el aviso de la primera canción, pero mi preocupación era otra, los infinitos rostros de la gente ocultaban el único e irrepetible rostro de la mujer que buscaba ¿qué enferma esperanza aguardaba en este concierto? ¿Qué certeza tenía de que ella estuviera en aquella multitud? Para empeorar las cosas, una segadora luz me daba en el rostro, ahora si no veía nada de nada. El público enardecía, di las notas de introducción mecánicamente mientras Carlos nos presentaba:
-Somos Bare Knuckle, uno... dos... tres... cuatro.
Vine a tocar, no a enamorarme, mi misión era dar el mejor concierto y largarme al día siguiente, fue lo que pensé a la vez que tocaba los acordes de poder y requinteaba. Me importaba un carajo el público -la única persona que tal vez me interesara entretener, probablemente no estaba-, toqué para mí, para la chica anónima y para olvidar el misterioso episodio de ayer. Me veía divertido, en realidad sufría; mañana me iría sin saber nada de ella. Hoy sería mi última oportunidad de encontrarla, pero una vez terminado el concierto ¿dónde empezaría a buscar? Aun en un pueblo chico los lugares pueden ser infinitos. Olvidé todo, dejé la música fluir.
Al finalizar cada canción, veía fijamente al público, esperando milagrosamente encontrarla, fue inútil. Mientras ellos aplaudían y se regocijaban, sin darse cuenta se convertían en una masa uniforme y anónima. ¿Recordarán el nombre de nuestra banda? ¿Recordarán nuestros nombres cuando termine la presentación? ¿El nombre de las canciones o lo que sintieron al escucharlas? No... para ellos la música no es un milagro; para ellos la música no es más que la pista de sonido para el placer y el ocio. No hay nada de malo en ello, pero tampoco hay algo solemne. Si nos ponemos a pensar, el amor, en estos tiempos, puede convertirse en la misma cosa, el preámbulo y el pretexto antes del sexo, algunas veces, ni siquiera eso.
Las luces se atenuaron, era momento de tocar la última canción: “Madeleine”. Pensé, más que nunca, en ella: la chica de la discoteca, de la alberca, y la del baño romano. Pensé en los misterios que ella encerraba y cuan feliz sería al tenerla a mi lado. Unos tristes acordes salieron de las bocinas de los amplificadores que a su vez estaban microfoneadas a las bocinas del equipo de sonido de la tarima. Acordes menores se empalmaban buscando entristecer al público, un aire de patetismo flotaba en el aire, me remordía el reconocer que, de ahora en adelante, no volvería jamás a verla. Tuve mi oportunidad y la desperdicié. Seguí tocando la canción, con su recuerdo tan presente en mi memoria, que por fin creí verla en medio del público. Esperen. ¡Sí era ella!
Memoricé el cuadrante donde se hallaba, era como una hoja oculta en un bosque o una moneda escondida en una colección de numismática. No estaba ni muy al frente ni muy alejada. Unos brazos de un invisible espectador la rodeaban, seguramente era el rival, si no poseyera una guitarra que tiene mucho valor se la estrellaría en el cráneo. Toqué con más pasión, hice que mis notas fueran indescifrables rayos de sonido. Siempre creí que la música podía expresar lo que el corazón ocultaba. Decepcionado, admito que casi siempre eso no lo percibe el interlocutor. ¿Ella sonreía por mí, por encontrarme inesperadamente tocando en una tarima, o por estar junto a él? Ahí fue que me di cuenta que era una batalla perdida: Yo, un forastero, que vine de la ciudad para hacer el ridículo a un pueblo, me enamoró de una completa desconocida que tiene una vida ajena a mí. Desee que algo nos uniera; una meta común; un mismo deseo; ¡una plena justificación a nuestro improbable encuentro! No, nada nos enlazaba, yo la amaba por hermosa y ella olvidaría -si no es que ya me olvidó-, que yo existo. El último acorde retumbo, los ensordecedores aplausos sonaron, Carlos presentó cada integrante del grupo que recibió igual cantidad de ovaciones, el público pedía más, Joaquín y Eric nos hacían señas de que le paráramos, tenían el itinerario muy justo. Al desconectar mis cosas y regresar a la parte trasera del escenario y recibir las congratulaciones de los organizadores. Me dije a mí mismo que tenía que al menos saber su nombre, preguntarle si le gustó nuestro concierto e intercambiar direcciones, so pretexto de futuros conciertos y noticias.
-Nos gustaría hablar con ustedes, ¿por qué no cenamos en el mismo restaurante en el que nos vimos? -sugirió uno de los organizadores.
Debía hacer algo. Los segundos, para mí, se arrastraban con violencia. No dejaba de pensar en ella, en que si la perdía hoy, la perdía para siempre. No escuché los halagos de los presentes. Tenía que actuar, esta vez no me lo perdonaría.
-Homero ¿puedo pedirte un favor? Te encargo mis cosas, la vi, estoy seguro.
-Espérate we, tenemos cosas que hacer.
No podía postergar nuestro encuentro, le colgué mi guitarra y salí corriendo.

*

La gente tapaba las calles, la vista, ¡todo!. Caminé con desesperanza, con mucha incertidumbre. En cada espalda de mujer que veía se me figuraba ella, pero asolado, no hallaba el hermoso rostro que buscaba. Avancé empujando, como la primera vez que la encontré en la discoteca. ¿Por qué las multitudes impiden que yo la encuentre? ¿Por qué ella siempre tiene que ser la notable excepción del género humano? Ella siendo tan única ¿por qué se deja rodear por tanta gente?. Seguiría dilucidando sandeces si no fuera por la desesperación en que me sumergía. Si paraba de buscarla para descansar, mis ojos se me humedecían y me reprochaba a mi mismo por la pausa. Tantos rostros, tanta gente, tantas espaldas. Algunos desconocidos se acercaban a mí para felicitarme por el concierto, no suelo ser descortés con el público, pero hoy era un excepción y deliberadamente los esquivaba, espero que me disculpen.
No sé cuántas veces pasé por una misma calle, no sé cuántas vueltas di a una misma cuadra. El éxito, la fama, la fortuna me eran poca cosa comparados con ella, ¡lo daría todo por estar un segundo con ella! Las calles se fueron vaciando; al haber menos gente, sería más fácil ubicarla, pero también supondría que se marchó. Seguí indagando en un pueblo que seguía sin conocer, lo peor de todo es que era de noche y me desubiqué totalmente. Ahora la problemática me la tenía que solucionar el azar. Fui caminando por las calles como si fuera el mismo pueblo quien me diera las señales de dónde podría estar. Llegué a una misteriosa alameda, a lo lejos vi una muchacha de espaldas. Traía un vestido muy largo, entre negro y azulado, la espalda estaba descubierta, su lejano perfil me era familiar, sabía que era ella. De nuevo estuve lejos, quise gritar, pero al no saber que decir, enmudecí y la dejé internarse en una glorieta en compañía de una lejana silueta que reconocí como “el rival”. Corrí hacia la entrada y sin darme cuenta; al posar mi cabeza hacia arriba como buscando un aviso, vi La Parroquia de San Miguel Arcángel, entré a la pequeña zona arbolada que la rodea, envuelta en sombras y escasamente iluminada.
Ahora caminaba despacio: Lento, suave, sigiloso. La única luz que detecté fue la que salía de la puerta abierta de la parroquia. Dos siluetas sinuosamente conocidas parecían discutir, con sigilo, me acerqué temerosamente. Me escondí atrás de un árbol, se escuchaba una acalorada discusión, vi su perfil ensombrecido, era hermoso. Ella seguía discutiendo con el rival, me causaba mucha repulsión verlo cerca de ella. Me consideré un cobarde por no interrumpir para defenderla. No supe de qué peleaban. Sólo oía los violentos murmullos y un lejano llanto. La relación que tenía con aquél hombre no me quedaba clara.
Él reprendía con aspavientos mientras ella se llevaba las manos al rostro. Un impulso violento me enervaba, sin embargo, me sentí incapaz de actuar. Ellos tenían una pelea conyugal, eso resultaba un poco obvio, así que era mejor mantenerme ajeno a la discusión e intervenir cuando todo terminara para consolarla. El energúmeno soltaba frases atroces y ella gritaba ofensas inteligibles. En el momento más álgido de la confrontación, el rival gritó algo que sonó como un “haz lo que quieras”, inmediatamente ella se fue llorando hacia la parroquia, faltó poco para que la golpeara, corrí, no sin antes lanzarle una mirada fría al rival, su rostro me pareció tan común, que lo confundiría con cualquier otra persona, él me miró con indiferencia y se fue en sentido contrario del mio.

*

Miré hacia al altar mayor, no la encontré, la parroquia prácticamente se encontraba vacía, ¿dónde estará ella? A mi izquierda vi unas escaleras barrocas con forma de espiral, no existía otra alternativa, fui a revisar e inmediatamente se me ocurrió lo peor ¿qué locura haría? Alcé la vista hacia arriba para ver las lejanas escaleras que comunicaban con el campanario y vi que ella avanzaba a gran velocidad, ¿por qué la prisa? Subí las escaleras intentando alcanzarla, le grité “señorita deténgase por favor” pero sus oídos lo único que escuchaban eran sus lamentos y los oscuros pensamientos que dictaba su mente. Subí, sin mirar el vacío que cada vez se hacía más latente con cada escalón que avanzaba. Si no la detenía ahora, la perdía para siempre.
Cansado llegué al campanario, por el estrés del momento me lo figuré como dorado, la vista era peligrosamente sublime, vi su espalda descubierta ya ubicada en la peligrosa orilla; estaba decidida al lanzar un mortal clavado al suelo.
-¡No lo hagas! -grité con toda la desesperación que mi garganta era capaz.
Ella volteó, desconcertada, el aire mecía su cabello. Nerviosamente seguía apoyada en la barandilla que dividía la vida y la muerte, di un paso, ella se mostró segura ante su decisión de quitarse la vida y me miró con más violencia que frialdad.
-Ningún hombre lo vale, por favor, aléjese de ahí.
Me dio la espalda y agachó la cabeza para ver el vacío, no estaría exenta de sentirse arrepentida por la sensación de acrofobia. Caminé arrastrando los pies, sin saber cómo podría calmarla.
-Yo le quiero, desde el primer día que la vi en la disco, por favor, por lo que más quiera, póngase a salvo -rogaba inútilmente.
Volteó rápidamente la cabeza para verme, y luego siguió viendo el vacío.
Ya estaba a pocos metros, unos cuántos centímetros más y con un movimiento rápido podría salvarla.
-Si te pierdo -dije- sabrás que yo quería seguir amándote.
Ella se volteó una vez más a mi lado, ahora nos encontrábamos cara a cara, me rodeó con sus brazos y me besó. Creí que ya la tenía a salvo, ella me sonrió, y... como si diera un clavado de espaldas, posó sus brazos de forma horizontal, y de espaldas se dejó caer al suelo.
Mañana en los periódicos saldrá la noticia, y con ella, su nombre, justo cuando ya no me sirve de nada.

México D. F.
4 de abril del 2012