miércoles, 14 de septiembre de 2011

¿Será tranquila y pura? Parte II


II

Liliana se encontraba gateando en una cama de tamaño king size de corte renacentista, era un mueble hecho de madera de nogal sostenida por cuatro gigantescas columnas que colgaban doseles de terciopelo rojo, combinando con la gigantesca colcha de color vino, la luz era nula, en parte, porque era noche, en parte porque las cortinas estaban cerradas, la recámara se encontraba amueblada de la misma manera. Liliana se había pasado horas en el delicioso budoir maquillándose y arreglándose para la fiesta, aún llevaba puesto su delicioso vestido de coctel negro, y en la posición en que estaba se podían ver sus pechos colgando, gateando hasta acercarse a su amante de aspecto primitivo: Cristian. No sabría decirles por qué siempre la bestialidad y la belleza siempre van de la mano; las mujeres son siempre un misterioso.
Beso el pecho parcialmente desnudo de su amante, mientras él estaba pensando en sabrá dios que cosa, una noche perfecta, un poco arruinada por la intromisión de un idiota enamorado.
-¿Crees que esté bien que lo hagamos en la casa de tu amigo?
Pregunto con su peculiar sonrisa. Si bien estaba medianamente consciente de lo que hacía, lo cierto es que estaba un poco alcoholizada, sentía la terrible presión de escalar en la entrecortada y tramposa escalera del medio artístico, tenía que obtener un buen papel, o algo que hiciera creer a sus padres que la actuación era un trabajo rentable, de lo contrario tendría que salir de la capital y regresar a su pueblo. No, ella no podía echarse para atrás, tenía que mantener contento a su intermediario entre ella y el éxito.
-Hay montones de cuartos, nadie se dará cuenta, aparte mi amigo es buen pedo.
Se besaron apasionadamente, hasta que en su bolsillo sintió vibrar la cosa más importante para él en el mundo, su iphone.
-¿Me permites un segundo?
-No tardes mi amor.
Se levantó fastidiado, le seguía preocupando que su prisionero hiciera alguna estupidez, tal vez sí tendría que llamar a las autoridades.
-¿Carlo Magno?
-Cristian... tengo malas noticias.
-¿Cevallos se enteró del prisionero en su sótano?
-Aún peor, escapó.
-¡Como es eso posible! ¡No Wiggum estaba vigilando!
-Se cansó de vigilar y empezó a decir incoherencias de que Maite Perrioni estaba en la fiesta.
-¡Idiotas!
Colgó con furia, si Cevallos se enteraba del intruso y éste hablaba sobre su aprisionamiento, lo vetarían de todas las fiestas de sociedad.
-¿Paso algo cariño?
-No te preocupes, seguiremos con nuestra fiesta privada más al rato, tengo que resolver... un asunto.
-¿Así que prefieres estar con tus amigos que conmigo? -dijo Liliana furiosa.
-No es eso lo que pasa es que...
-¡Bajaré de nuevo a la fiesta, haber si encuentro un hombre de verdad!
«No» se dijo así mismo Cristian «todo menos eso».
-Discúlpame Liliana yo...
Tomó su bolso y se marchó de la recámara con ira.
-¡Ése maldito me las va a pagar!

Alfonso llevaba su anticuado saco tipo sport, lo cual irónicamente lo hacía resaltar más, la mayoría llevaba afeminadas camisas de colores chillones, y en sus cuellos pañoletas de colores todavía más nocivos para la vista. Fernando pasaba desapercibido porque iba vestido de la misma manera.
La estancia se encontraba llena, y eso era mucho decir, porque era enorme, la iluminación era tenue, y el ruido de las bocinas ensordecedor. La gente se encontraba bailando al ritmo de una canción de moda, y todo resultaba bastante grotesco; jovencitas bailando con sujetos mucho más grandes que ellas; hombres con repulsivas sonrisas y todavía más repulsivos cuerpos, llenos de inútiles músculos, dando a entender que nunca salían del gimnasio.
-Míralos, son como ovejas -dijo Alfonso.
-Trata de no llamar la atención, quizá Cristian ya se enteró de que escapaste.
-Tenemos que encontrar a Liliana y sacarla de aquí.
-¿No quieres primero tomar un trago?
-No creo que tengamos tiempo para ello... aunque me hacen falta agallas.
Miraba por todos lados sin encontrar a Liliana, sin duda había muchas mujeres bonitas, pero ninguna tenía su gracia, ella debía de ser la más bella. Al menos para los ojos de Alfonso lo era.
-Estoy nervioso... necesitaré un trago.
Fernando sabía a lo que se refería, siempre que estaba su amigo con una mujer que le gustaba empezaba a temblarle la mano como si estuviera enfermo de Parkinson.
-¡Nada como un buen trago para relajarse!
-Pero... tú... eres el conductor designado.
-No hay problema, no vamos a tomarnos una botella entera.
Los dos fueron junto a una mesa donde unos “barman” servían tragos en vasos de plásticos.
-¿Qué van querer?
-Dos whyskeys dobles -contestó Fernando.
Mientras servían las bebidas, Alfonso seguía buscándola desesperadamente. Tantos rostros, tanta gente, ¿cómo podría encontrarla?, la luz no ayudaba en mucho, y aquel desesperante escandalo. Quizá se encontraba en alguno de las tantas recámaras de la mansión, pero buscar en cada una de ellas sería inútil, seguramente estaban vigiladas por un custodio, que lo sacarían a patadas de la calle, a él y a su amigo, o peor aún, la encontraría haciendo algo desagradable.
-¿Todavía no la identificas?
-No, aún no.
-Pronto aparecerá, ya verás.
Alfonso degusto la bebida con dolor, el picante sabor del licor que invadía su lengua era semejante al dolor que había en su corazón. Deseaba poder beberse una botella entera, para así olvidar que Liliana simplemente estaba fuera de su alcance.
-Mira, creo que ahí está Diego el ciego de la ópera, ¿Dices que él la conoce, verdad?
-Sí... pero si no puede ver, no será de mucha ayuda.
-No subestimes a los discapacitados, ellos perciben el mundo de otro modo.
-Tienes razón -reflexionó Alfonso-. Él iba muy seguido a la fonda, quizá recuerde su olor.
-¿Ves de qué te estoy hablando?
Ambos se dirigieron a una barra un poco apartada de la zona de baile, atravesar aquel mar de gente fue molesto, tantas personas, tanta gente, tantos rostros, todos alcoholizados, fingiendo pasarla bien, tantos escotes y tantas piernas descubiertas.
Diego se encontraba dando pequeños sorbos a su bebida, sonriéndole a la nada con los ojos cerrados, iba acompañado de un joven corpulento, algo chaparro, con lentes de pasta dura y con los pelos parados pintados de rubio, era Yahir.
Causaba lástima ver al ciego, parecía estar en otro mundo, siempre sonriente y con un lenguaje corporal brusco, daba una muy equivocada impresión, no era su culpa, carecía del sentido de la vista, aun siendo una celebridad, parecía un rezagado en la fiesta. A pesar de la relativa soledad en la que se encontraba, se veía que la pasaba bien.
-¡Diego, me recuerdas! -Fernando alzó la voz muy fuerte.
-¿Quién habla? -contesto Diego como hablándole a algún objeto inanimado.
-Es Fernando, el que te ayudo a encontrar el baño -dijo Yahir.
-¡Ah sí claro! ¿Y quién lo acompaña?
Alfonso quedo impresionado.
-Soy Alfonso Ordaz, mucho gusto -los saludo de mano, a lo que agrego cuando se dirigió a Diego-. Soy, de hecho, un comensal frecuente en la “fonda de Carlota”
-Debí adivinarlo, me llego un olor a loción barata que me parecía familiar.
Alfonso se sintió agredido por el comentario, aunque se tranquilizo sabiendo que no lo hacia por ofender, cruelmente, le reconfortaba ver que Diego, ante la óptica de cualquiera, lucía digamos... más discapacitado de lo que en realidad era.
-¿Tan mal huelo?
-No, tan sólo es el picazón en la nariz que deja la loción.
-Entiendo.
-¿Qué te trae por aquí Fernando? -pregunto Yahir.
-Bueno... estamos buscando a una amiga de mi amigo, su nombre es Liliana, ¿Alguien de ustedes la conoce o la ha visto?
Cuando Fernando nombró aquella mujer, el semblante alegre de Diego cambio a uno más serio y reflexivo, como si aquel nombre estuviera vinculado con un aroma específico; uno agradable y melodioso, como flores.
-¿Liliana Álvarez?
-¡Exacto! -respondió abruptamente Alfonso.
-La saludé hace ya rato -musitó el ciego-, me gustaría escucharla otra vez, tiene una voz aterciopelada y un gracioso ritmo de respiración, iba acompañada con su novio, un sujeto que huele desagradable, peor que todos ustedes, pareciera que se echa litros y litros de desodorante. A diferencia de Liliana, que huele a rosas húmedas. Cada vez que me atendía, podía oler la fragancia de su cabello, era embriagante ¡A Nadie le sienta tan bien el shampoo de esencia de hierbas como a ella!
-Entonces, ninguno de los dos la ha visto u olido en las últimas horas.
-No -respondieron ambos.
Decepcionado Alfonso dijo:
-Será mejor que nos marchemos.
-No se vayan, es todavía muy temprano -dijo Diego con un aire de melancolía.
-El problema es que nos buscan, no estamos invitados.
-No se preocupen, les diré que vienen de mi parte, ¡Cantinero, más bebida para mis amigos!
Yahir al escuchar la grandilocuente voz del ciego ordeno más bebida a uno de los “barman”.
-Ya que insiste.
Alfonso y Fernando le hicieron compañía al ciego, con la esperanza de que el pobre enamorado encontrara a su musa, en medio de un gentío de superficialidad.
En una pequeña sala de monitoreo, Cristian y Carlo Magno repreoducieron el video de seguridad, donde entraban los intrusos.
-Ahí aparece él.
La definición del monitor era deficiente, aunque era un tanto obvia la actuación de Alfonso.
-¿Quién fue el idiota que lo dejo entrar?
-Alguien de seguridad -contestó nervioso Carlo Magno-, debió confundirlo el hecho de que trajera una Hummer.
-Astuto... -murmuro Cristian-. A él lo tenemos identificado ¿Quién es su amigo?
-Uso un seudónimo, un tal David Hewson.
-¿Y no era obvio que era un nombre falso?
-Parecían importantes.
Se notaba la ira en el semblante de Cristian, golpeó los controles y agregó:
-Los buscaré personalmente, no tiene por qué enterarse Cevallos.
-Entiende que el amigo de tu prisionero, luce como cualquiera en la fiesta.
-Veamos la cámara de la estancia.
Era inútil, había demasiadas personas y el zoom era deficiente, mostraba imágenes borrosas.
-Tú y Wiggum vigilen la entrada, no dejaré que ese pendejo se salga con la suya.
Salió corriendo en busca de su antagonista, aunque otra cosa le preocupaba más, ¿Qué rayos estará haciendo Liliana? Cuando se enojaba resultaba impredecible, seguramente estaría con otro sujeto para darle celos, sería demasiada casualidad que el elegido fuera Alfonso, no lo creía probable, aun sabiendo que él la buscaba. A ella le encantaba ser adorada por todos, recibir halagos de los clientes de su trabajo de medio tiempo, era fácil caer en las redes de su hermosura. Pero cuando alguien como Alfonso llega al extremo de hacer una ridícula imitación de Benny Goodman en la entrada del edificio donde vive; estamos hablando de algo que raya en el acoso, y no hay nada que moleste más una mujer que muestras directas de afecto, inclusive cuando lo único que quería decir era un “me gustas”.
-Clarinetista de mierda -pensaba Cristian refiriéndose a Alfonso mientras se dirigía de nuevo a la estancia- por qué no en vez de soplar esa cosa, me soplas la...
De pronto se encontró con el magnate Cevallos, era un hombre de alrededor de cincuenta años, aunque aparentaba más edad. Filántropo, político, narcotraficante, sólo dios podría saber qué era en realidad.
-Buenas noches muchacho -sonrió el diabólico hombre que en cada uno de sus brazos sostenía a una súper modelo- ¿Y tú deliciosa acompañante dónde está?.
Cristian se quedo callado, intentando fraguar alguna historia creíble, aunque la que estaba viviendo era más irreal que cualquiera que pudiera inventar.

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