II
Liliana
se encontraba gateando en una cama de tamaño king size de corte
renacentista, era un mueble hecho de madera de nogal sostenida por
cuatro gigantescas columnas que colgaban doseles de terciopelo rojo,
combinando con la gigantesca colcha de color vino, la luz era nula,
en parte, porque era noche, en parte porque las cortinas estaban
cerradas, la recámara se encontraba amueblada de la misma manera.
Liliana se había pasado horas en el delicioso budoir maquillándose
y arreglándose para la fiesta, aún llevaba puesto su delicioso
vestido de coctel negro, y en la posición en que estaba se podían
ver sus pechos colgando, gateando hasta acercarse a su amante de
aspecto primitivo: Cristian. No sabría decirles por qué siempre la
bestialidad y la belleza siempre van de la mano; las mujeres son
siempre un misterioso.
Beso
el pecho parcialmente desnudo de su amante, mientras él estaba
pensando en sabrá dios que cosa, una noche perfecta, un poco
arruinada por la intromisión de un idiota enamorado.
-¿Crees que esté bien que lo hagamos en la casa de tu amigo?
Pregunto con su peculiar sonrisa. Si bien estaba medianamente
consciente de lo que hacía, lo cierto es que estaba un poco
alcoholizada, sentía la terrible presión de escalar en la
entrecortada y tramposa escalera del medio artístico, tenía que
obtener un buen papel, o algo que hiciera creer a sus padres que la
actuación era un trabajo rentable, de lo contrario tendría que
salir de la capital y regresar a su pueblo. No, ella no podía
echarse para atrás, tenía que mantener contento a su intermediario
entre ella y el éxito.
-Hay
montones de cuartos, nadie se dará cuenta, aparte mi amigo es buen
pedo.
Se
besaron apasionadamente, hasta que en su bolsillo sintió vibrar la
cosa más importante para él en el mundo, su iphone.
-¿Me
permites un segundo?
-No
tardes mi amor.
Se
levantó fastidiado, le seguía preocupando que su prisionero hiciera
alguna estupidez, tal vez sí tendría que llamar a las autoridades.
-¿Carlo Magno?
-Cristian... tengo malas noticias.
-¿Cevallos se enteró del prisionero en su sótano?
-Aún
peor, escapó.
-¡Como es eso posible! ¡No Wiggum estaba vigilando!
-Se
cansó de vigilar y empezó a decir incoherencias de que Maite
Perrioni estaba en la fiesta.
-¡Idiotas!
Colgó con furia, si Cevallos se enteraba del intruso y éste hablaba
sobre su aprisionamiento, lo vetarían de todas las fiestas de
sociedad.
-¿Paso algo cariño?
-No
te preocupes, seguiremos con nuestra fiesta privada más al rato,
tengo que resolver... un asunto.
-¿Así que prefieres estar con tus amigos que conmigo? -dijo Liliana
furiosa.
-No
es eso lo que pasa es que...
-¡Bajaré de nuevo a la fiesta, haber si encuentro un hombre de
verdad!
«No»
se dijo así mismo Cristian «todo menos eso».
-Discúlpame Liliana yo...
Tomó
su bolso y se marchó de la recámara con ira.
-¡Ése maldito me las va a pagar!
Alfonso llevaba su anticuado saco tipo sport, lo cual irónicamente
lo hacía resaltar más, la mayoría llevaba afeminadas camisas de
colores chillones, y en sus cuellos pañoletas de colores todavía
más nocivos para la vista. Fernando pasaba desapercibido porque iba
vestido de la misma manera.
La
estancia se encontraba llena, y eso era mucho decir, porque era
enorme, la iluminación era tenue, y el ruido de las bocinas
ensordecedor. La gente se encontraba bailando al ritmo de una canción
de moda, y todo resultaba bastante grotesco; jovencitas bailando con
sujetos mucho más grandes que ellas; hombres con repulsivas sonrisas
y todavía más repulsivos cuerpos, llenos de inútiles músculos,
dando a entender que nunca salían del gimnasio.
-Míralos, son como ovejas -dijo Alfonso.
-Trata de no llamar la atención, quizá Cristian ya se enteró de
que escapaste.
-Tenemos que encontrar a Liliana y sacarla de aquí.
-¿No
quieres primero tomar un trago?
-No
creo que tengamos tiempo para ello... aunque me hacen falta agallas.
Miraba por todos lados sin encontrar a Liliana, sin duda había
muchas mujeres bonitas, pero ninguna tenía su gracia, ella debía de
ser la más bella. Al menos para los ojos de Alfonso lo era.
-Estoy nervioso... necesitaré un trago.
Fernando sabía a lo que se refería, siempre que estaba su amigo con
una mujer que le gustaba empezaba a temblarle la mano como si
estuviera enfermo de Parkinson.
-¡Nada como un buen trago para relajarse!
-Pero... tú... eres el conductor designado.
-No
hay problema, no vamos a tomarnos una botella entera.
Los
dos fueron junto a una mesa donde unos “barman” servían tragos
en vasos de plásticos.
-¿Qué van querer?
-Dos
whyskeys dobles -contestó Fernando.
Mientras servían las bebidas, Alfonso seguía buscándola
desesperadamente. Tantos rostros, tanta gente, ¿cómo podría
encontrarla?, la luz no ayudaba en mucho, y aquel desesperante
escandalo. Quizá se encontraba en alguno de las tantas recámaras de
la mansión, pero buscar en cada una de ellas sería inútil,
seguramente estaban vigiladas por un custodio, que lo sacarían a
patadas de la calle, a él y a su amigo, o peor aún, la encontraría
haciendo algo desagradable.
-¿Todavía no la identificas?
-No,
aún no.
-Pronto aparecerá, ya verás.
Alfonso degusto la bebida con dolor, el picante sabor del licor que
invadía su lengua era semejante al dolor que había en su corazón.
Deseaba poder beberse una botella entera, para así olvidar que
Liliana simplemente estaba fuera de su alcance.
-Mira, creo que ahí está Diego el ciego de la ópera, ¿Dices que
él la conoce, verdad?
-Sí... pero si no puede ver, no será de mucha ayuda.
-No
subestimes a los discapacitados, ellos perciben el mundo de otro
modo.
-Tienes razón -reflexionó Alfonso-. Él iba muy seguido a la fonda,
quizá recuerde su olor.
-¿Ves de qué te estoy hablando?
Ambos se dirigieron a una barra un poco apartada de la zona de baile,
atravesar aquel mar de gente fue molesto, tantas personas, tanta
gente, tantos rostros, todos alcoholizados, fingiendo pasarla bien,
tantos escotes y tantas piernas descubiertas.
Diego se encontraba dando pequeños sorbos a su bebida, sonriéndole
a la nada con los ojos cerrados, iba acompañado de un joven
corpulento, algo chaparro, con lentes de pasta dura y con los pelos
parados pintados de rubio, era Yahir.
Causaba lástima ver al ciego, parecía estar en otro mundo, siempre
sonriente y con un lenguaje corporal brusco, daba una muy equivocada
impresión, no era su culpa, carecía del sentido de la vista, aun
siendo una celebridad, parecía un rezagado en la fiesta. A pesar de
la relativa soledad en la que se encontraba, se veía que la pasaba
bien.
-¡Diego, me recuerdas! -Fernando alzó la voz muy fuerte.
-¿Quién habla? -contesto Diego como hablándole a algún objeto
inanimado.
-Es
Fernando, el que te ayudo a encontrar el baño -dijo Yahir.
-¡Ah
sí claro! ¿Y quién lo acompaña?
Alfonso quedo impresionado.
-Soy
Alfonso Ordaz, mucho gusto -los saludo de mano, a lo que agrego
cuando se dirigió a Diego-. Soy, de hecho, un comensal frecuente en
la “fonda de Carlota”
-Debí adivinarlo, me llego un olor a loción barata que me parecía
familiar.
Alfonso se sintió agredido por el comentario, aunque se tranquilizo
sabiendo que no lo hacia por ofender, cruelmente, le reconfortaba ver
que Diego, ante la óptica de cualquiera, lucía digamos... más
discapacitado de lo que en realidad era.
-¿Tan mal huelo?
-No,
tan sólo es el picazón en la nariz que deja la loción.
-Entiendo.
-¿Qué te trae por aquí Fernando? -pregunto Yahir.
-Bueno... estamos buscando a una amiga de mi amigo, su nombre es
Liliana, ¿Alguien de ustedes la conoce o la ha visto?
Cuando Fernando nombró aquella mujer, el semblante alegre de Diego
cambio a uno más serio y reflexivo, como si aquel nombre estuviera
vinculado con un aroma específico; uno agradable y melodioso, como
flores.
-¿Liliana Álvarez?
-¡Exacto! -respondió abruptamente Alfonso.
-La
saludé hace ya rato -musitó el ciego-, me gustaría escucharla otra
vez, tiene una voz aterciopelada y un gracioso ritmo de respiración,
iba acompañada con su novio, un sujeto que huele desagradable, peor
que todos ustedes, pareciera que se echa litros y litros de
desodorante. A diferencia de Liliana, que huele a rosas húmedas.
Cada vez que me atendía, podía oler la fragancia de su cabello, era
embriagante ¡A Nadie le sienta tan bien el shampoo de esencia de
hierbas como a ella!
-Entonces, ninguno de los dos la ha visto u olido en las últimas
horas.
-No
-respondieron ambos.
Decepcionado Alfonso dijo:
-Será mejor que nos marchemos.
-No
se vayan, es todavía muy temprano -dijo Diego con un aire de
melancolía.
-El
problema es que nos buscan, no estamos invitados.
-No
se preocupen, les diré que vienen de mi parte, ¡Cantinero, más
bebida para mis amigos!
Yahir al escuchar la grandilocuente voz del ciego ordeno más bebida
a uno de los “barman”.
-Ya
que insiste.
Alfonso y Fernando le hicieron compañía al ciego, con la esperanza
de que el pobre enamorado encontrara a su musa, en medio de un gentío
de superficialidad.
En
una pequeña sala de monitoreo, Cristian y Carlo Magno repreoducieron
el video de seguridad, donde entraban los intrusos.
-Ahí
aparece él.
La
definición del monitor era deficiente, aunque era un tanto obvia la
actuación de Alfonso.
-¿Quién fue el idiota que lo dejo entrar?
-Alguien de seguridad -contestó nervioso Carlo Magno-, debió
confundirlo el hecho de que trajera una Hummer.
-Astuto... -murmuro Cristian-. A él lo tenemos identificado ¿Quién
es su amigo?
-Uso
un seudónimo, un tal David Hewson.
-¿Y
no era obvio que era un nombre falso?
-Parecían importantes.
Se
notaba la ira en el semblante de Cristian, golpeó los controles y
agregó:
-Los
buscaré personalmente, no tiene por qué enterarse Cevallos.
-Entiende que el amigo de tu prisionero, luce como cualquiera en la
fiesta.
-Veamos la cámara de la estancia.
Era
inútil, había demasiadas personas y el zoom era deficiente,
mostraba imágenes borrosas.
-Tú
y Wiggum vigilen la entrada, no dejaré que ese pendejo se salga con
la suya.
Salió corriendo en busca de su antagonista, aunque otra cosa le
preocupaba más, ¿Qué rayos estará haciendo Liliana? Cuando se
enojaba resultaba impredecible, seguramente estaría con otro sujeto
para darle celos, sería demasiada casualidad que el elegido fuera
Alfonso, no lo creía probable, aun sabiendo que él la buscaba. A
ella le encantaba ser adorada por todos, recibir halagos de los
clientes de su trabajo de medio tiempo, era fácil caer en las redes
de su hermosura. Pero cuando alguien como Alfonso llega al extremo de
hacer una ridícula imitación de Benny Goodman en la entrada del
edificio donde vive; estamos hablando de algo que raya en el acoso, y
no hay nada que moleste más una mujer que muestras directas de
afecto, inclusive cuando lo único que quería decir era un “me
gustas”.
-Clarinetista de mierda -pensaba Cristian refiriéndose a Alfonso
mientras se dirigía de nuevo a la estancia- por qué no en vez de
soplar esa cosa, me soplas la...
De
pronto se encontró con el magnate Cevallos, era un hombre de
alrededor de cincuenta años, aunque aparentaba más edad.
Filántropo, político, narcotraficante, sólo dios podría saber qué
era en realidad.
-Buenas noches muchacho -sonrió el diabólico hombre que en cada uno
de sus brazos sostenía a una súper modelo- ¿Y tú deliciosa
acompañante dónde está?.
Cristian se quedo callado, intentando fraguar alguna historia
creíble, aunque la que estaba viviendo era más irreal que
cualquiera que pudiera inventar.
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