jueves, 19 de enero de 2012

Sobre “The Party” de Blake Edwards


Odio las fiestas, créanme que no aguanto estar en una mucho tiempo, y también creo firmemente que ningún ser sensato va a divertirse a ellas (para eso mejor pongan una película de Blake Edwards, es entretenimiento garantizado). Empero, para mi desgracia, parece existir una ley universal en el complejo mundo de la psique femenina: La “fiesta” es el lugar; el evento por excelencia. La oportunidad de ponerse sus mejores atavíos y pescar el mejor candidato con el mejor material genético. Mentira que van a “divertirse”, para ellas diversión significa la coquetería detrás de su sofisticado antifaz de maquillaje, el sentirse más atractivas en compañía de un hombre, la insistente competencia por ver quien es la más deseada... en fin, un festival de hipocresía y engaño. Todavía recuerdo, tristemente, que cierta compañera de la facultad que destrozó mi corazón, se la pasaba hablando de las fiestas, que era, además de sus actividades extracurriculares, su “actividad” favorita (seguramente ese día que tuve la desgracia de encontrármela en la calle de frontera y Álvaro Obregón, se dirigía a una fiesta, sniff). También recuerdo a una mesera de la que estuve enamorado, que prefirió salir con un actor mediocre, sólo por que la llevaba a fiestas. Inclusive, la única vez que tuve un poco de acción con una mujer, admito que fue en una fiesta, horrenda por cierto (la fiesta, digo).
Quizá por eso me siento tan identificado con Peter Sellers (famoso por su papel del inspector Clouseau en la Pantera Rosa, también de Blake Edwards), en su simpático papel de hindú (un británico haciéndola de hindú, qué escándalo), en el cómico film “la fiesta inolvidable”.
La película va más o menos así: Hrundi V. Bakshi, un bien intencionado, pero muy torpe actor. Crea todo un caos en un set de filmación. El director del film, indignado, le pide al productor que lo veten de los estudios para siempre, al apuntar el nombre del actor, accidentalmente lo ponen en la lista de invitados de su fiesta . Hrundi recibe la invitación, y va con la mejor de la intenciones, a dicha fiesta. Donde su torpeza y su bondad desataran situaciones hilarantes en una reunión destinada al fracaso.
Tal vez sea una interpretación personal, pero en las películas que he visto de Blake Edwards, como la Pantera Rosa, Desayuno en Tiffanys y sobre todo en ésta. Hay una muy sutil crítica a las hipócritas reuniones de las altas esfera, donde el hombre común, simple y ordinario, en contraposición con los demás invitados, inclusive con el mismo anfitrión, es visto claramente con mayor riqueza humana. En el caso del hindú Hrundí, observamos un personaje humilde y sensato que sólo quiere pasarla bien, pero las fiestas nunca están diseñadas para pasarla bien. La presunción, la pose y el despilfarro, son los principales protagonistas de dichas reuniones. Hrundí no para de meterse en problemas y causar destrozos al intentar adaptarse en un universo al cual no pertenece, habitado principalmente por personajes bizarros como: actores de westerns que salen con modelos italianas, productores que ultrajan a sus actrices y sobre todo, gente superficial. No todo es ridículo en el buen Hrundí, la ingenuidad que trasmita logra, de alguna manera, cautivar a una actriz en ascenso de nombre Michel (interpretada por Claudine Longet), quien junto al despistado hindú, logran autoexcluirse de la fiesta, y prácticamente realizan una fiesta, dentro de la misma fiesta.
La película es un festín de carcajadas, pero llega a momentos ser conmovedora, la música de Henry Mancini es siempre impecable y sofisticada, y bueno... Peter Sellers es una leyenda dentro de los actores de comedia.
¿Quieren ahorrarse ir a una fiesta? Vean “The party” y olviden todos los inconvenientes de las fiestas reales.

sábado, 14 de enero de 2012

Bienvenidos hijos mios, bienvenidos a la máquina


Bienvenidos hijos mios, bienvenidos a la máquina

Sobre aquellas calles oscuras y sucias, donde el alumbrado público apenas logra iluminar algo, las luces de neón de un local lucían tenebrosas y lúgubres, aun así, el local estaba lleno, y una chica, con lentes imitación de carey estaba apoyada afuera en un farol, quizá esperando a su hombre -como ella decía-, quizá esperando a sus amigas, o quizá esperando a una bola de inadaptados o todo eso junto.
Luisa, la muchacha recargada en el farol, parecía a lo lejos un chico muy guapo, por su cabello corto y sus ropas un tanto holgadas, sin incluir la nula iluminación, cualquier caballero se hubiera sentido sobresaltado al sentirse atraído por un aparentemente chico muy bello, afortunadamente, si se acercaba un poco, se sentiría aliviado de que lo que creía que era un joven, resultaba ser una (físicamente) simpática chica, lo único que la afeaba un poco, era el acné que tenía en la mejilla derecha.
En aquellas ruinosas calles, desiertos pavimentados, llenos de perros callejeros y rodeados de un predio de casas de cartón, abundaban, por aquellos días, los grandes salones de recreativas, también llamados arcades, también llamados maquinitas. Antes, durante y al final del día, los bachilleres corrían a los ya nombrados establecimientos, a gastar el poco cambio que les sobraba, para tener una breve distracción de la cruel cotidianeidad. ¿Quién no se gastaría sus centavos por ser durante unos minutos el soberano del combate, una nave espacial destruyendo asteroides, un ser antropomórfico que come pastillas en un laberinto, y que persigue y es perseguido por fantasmas, que al parecer, quieren hacer pagar al ser por su glotonería? En pocas palabras ¿a quién no le gustaría jugar a ser Dios aunque sea un rato?
Llegó Aldo, su novio, acompañada de Polanco su mejor amigo, era toda una tradición salir al salón de recreativos después de clases, cabe mencionar que el establecimiento se llamaba “La Mazmorra” escrito con chillonas luces de neón. Afuera el ruido era muy perceptible, una mezcla de pitidos, blips, voces digitalizadas y demás efectos sonoros salidas de las bocinas de las maquinas.
-Me enteré que hoy iban a poner una nueva máquina -dijo Polanco mirando desde sus ojos verdes con envidia a Aldo y Luisa juntos-, parece ser una novedad, bueno, es lo que dicen, aquí hay máquinas de cuando iba a la primaria y son la gran novedad para todos.
-No creo que se atrevan a poner un nuevo juego -contestó Aldo abrazando a su chica de la cintura-, lo que deja son las máquinas de baile, las pornográficas y, sobre todo, las de pelea. Es riesgoso poner un nuevo juego si no se tiene la garantía de que se gaste en él.
-Pero, ¿recuerdas lo que decíamos sobre las máquinas de baile? No contábamos con que les gustará tanto a las mujeres; de pronto los salones se llenaron de chicas y jotos.
-Fue una inversión arriesgada, nadie está dispuesto a regalar el dinero, primero tuvo éxito en un local, luego se corrió la voz y se puso en otro, y luego otro, y así sucesivamente, los grandes aciertos del entretenimiento electrónico tienen historias similares.
-¿Podrían dejar de parlotear y de una vez entrar a la “mazmorra”? -interrumpió impaciente Luisa-. Ya quiero entrar a jugar.
-¿No esperamos a los demás?
-Llegarán por su cuenta.
Al entrar al establecimiento el ruido resultaba aturdidor, se podían ver las largas filas de recreativas emanando una luz azulada de los monitores que rebotaban en el rostro del jugador, la iluminación era pálida y estéril, algunas personas jugaban con la crane game o con aquellas máquinas traga perras importadas de china que eran las que producían los más molestos pitidos. Luisa fue a la máquina de baile, y Aldo y Polanco se dirigieron a su habitual partida en el juego de peleas. Todos pasaron por alto la nueva máquina que se encontraba escondida en una cortina de terciopelo y que tenía un curioso letrero, “fuera de servicio (en estado experimental)”.
Luisa se quito su ancho abrigo y lo colgó en la barra que se encontraba en la máquina de baile, dejando ver sus muy ocultas siluetas femeninas y su camiseta con un horrible estampado de “Harry Potter” dando a entender que le gustaba la (mala) literatura fantástica, por lo general también llevaba camisetas con estampados de ilegibles kanjis o algo referente al japón, como la mayoría de los comensales de “la mazmorra”.
-¿Me dejas seleccionar la canción? -le dijo a su compañero de juegos, su exnovio Oliver quien le resulto ser homosexual, aquello sonó más a orden.
-Sí, seguro -contestó sumisamente.
Echó su moneda a la ranura, y con los pies seleccionó la pista con la que iban a “bailar”, de las bocinas surgió una melodía de pésimo gusto, una pretensión de música orquestada combinada con la más asquerosa tonada de introducción de animé nipón. Los jóvenes desde sus lugares comenzaron a interpretar su coreografía, siempre atentos a las ordenes del monitor que les indicaba en que botón meter el pie. Al final tuvieron una puntuación alta que les permitió obtener un crédito más.
-Luces muy linda hoy -dijo Arturo, su más desesperado enamorado, se encontraba como siempre, atrás de ella, viéndola, acechándola.
-¿Un juego más Oliver? -dijo ignorándolo deliberadamente.
-Como quieras.
-Espera, yo tomaré tu lugar -interrumpió Arturo.
-¡Arturo!, tú no sabes jugar.
-Nunca lo he intentado, a lo mejor soy bueno.
-Iré por un refresco, buena suerte a los dos -nadie prestó atención a Oliver.
La joven miró con desprecio a su patético pretendiente, después sin voltear a verlo o dirigirle alguna palabra, seleccionó un tema con la dificultad máxima, ella no era muy experta como para elegir la coreografía con mayor reto, simplemente quería molestar al indeseable individuo, total, aunque ella no logró anotar la puntuación mínima para ganar un crédito extra, al menos tenía la satisfacción de que el segundo jugador estaba haciendo el ridículo intentando descifrar los rebuscados comandos que la máquina dictaba, pronto esa satisfacción se convirtió en vergüenza: de verdad resultaba cómico ver al pobre Arturo intentar “bailar”, el pobre cayó más de dos veces y con las manos intentaba pulsar los botones que se encontraban en el piso, todos los presentes en el establecimiento se morían de la risa, Luisa comprendió que no era necesario poner un tema con dificultad máxima para humillar a su enamorado, bastaba con un tema que hasta un niño podría pasar, para poner en vergüenza a Arturo.
Todos aplaudieron ante el ridículo de Arturo, y Luisa, toda ruborizada de la pena, con odio reprendió:
-Hazme un favor, vuelve a tus máquinas de pinball, ¡y no vuelvas a poner un pie en la máquina de baile! ¿Me oíste?
-No es para tanto preciosa yo...
-¡Largo!
Obediente como un galgo, se fue a jugar a las máquinas de pinball. Luisa no tuvo más remedio que meter una moneda más en la ranura, aunque ya no le quedaban muchas ganas de jugar.
Solitario en la maquina de los flippers, la pelota y los rebotadores que al chocar la pelota de acero con ellos marcaban los puntos, Arturo intentaba desahogar su frustración. Amaba a Luisa con locura, pero sabía que ella nunca le correspondería, aparte era la novia de Aldo y parecían los dos quererse mucho, al grado de ser inseparables, pasaban toda la tarde juntos, Aldo siempre la escoltaba de ida y de regreso a su casa, era uno de esos tantos amores que parecían eternos, para toda la vida.
Leopoldo, otro asiduo jugador de videojuegos, que estaba vestido con una camiseta de un color rosa mexicano y con una boina a cuadros, se acerco a su enajenado amigo que estaba intentando reprimir su mal de amor jugando al pinball.
-¿Todavía no llegas a máxima puntuación?
-¿Y si llegara tendría el amor de Luisa? -respondió con otra pregunta, muy absurda por cierto.
-¡Ja! Te volvió a dar calabazas, fueron geniales tus pasos de baile -soltó una carcajada y agregó-, pero ya es una batalla perdida ¿no te parece? ¿Para qué soportar más oprobios por una mujer que ni siquiera los vale?
-Me niego a la resignación Leopoldo -decía mientras hacia la pelota rebotar por todo el tablero y el vaho de un suspiro manchaba la vitrina de la máquina-, sé que ella en el fondo me quiere, tengo la teoría de que sólo es cuestión de tiempo para que ella caiga en mis brazos.
-Soñar no cuesta nada -le dio un sorbo a el refresco que tenía en la mano, después respondió-. ¿No has visto la nueva máquina? Apenas llegó y ya tiene un letrero que dice fuera de servicio.
-Sospecho que es una máquina de print clubs que son tan populares en el país de los samuráis y el pescado crudo.
La pelota cayó al vacío, la máquina registró la puntuación, superó por unos cuantos miles de puntos el resultado de la partida de ayer.
-Debemos saber de qué se trata la nueva máquina.
Hay días en los que lo que menos importa es quién gane la partida, lo único que importa es gastar dinero, y llenar momentáneamente el vacío que deja un día rutinario, así eran las partidas de Aldo y Polanco, al menos aquel día, no se trataba de demostrar cual de los dos era mejor jugador, era simplemente distraerse de la realidad. La pantalla anunció al ganador.
-¡Pinche trabador! -protestó Polanco.
-Todos mis movimientos son legales.
-Pura pinche patada baja.
-¿Y el especial que te apliqué puto?
-Vete a la verga.
Polanco sintió curiosidad por la máquina oculta bajo una cortina de terciopelo, también llegó, como muchos, a creer que era una máquina para sacar fotos instantáneas.
-Aldo, ¿no sientes curiosidad por la nueva máquina?
-Si no es la nueva secuela de nuestro juego no me importa, y cómo no estoy seguro de si es o no es, iré a preguntar, ¿alguien quiere aprovechar mi crédito?
Leopoldo, Arturo, Aldo y Polanco, se quedaron viendo la misteriosa atracción, sorprendidos notaron un resplandor azul emanando adentro de las cortinas de terciopelo, se parecía más a un telón de teatro guiñol que a una recreativa. El resplandor desapareció y de la máquina salio el dueño del establecimiento, el señor Morán. Quizá la mejor manera de describir su semblante a la hora de que abandono la máquina, sería el clásico cliché de “parecía haber visto un fantasma”, fue por eso que todos se asustaron al verlo.
Morán era un señor canoso de más de cuarenta años, no muy alto, de piel garapiñada y con una gran nariz carnosa. Siempre vestido de manera informal, con una camiseta gris y unos pantalones de mezclilla rotos, muchos no lo sabían, pero era ingeniero mecánico.
-Señor Morán, ¿es esa su nueva máquina de instantáneas? -preguntó desconcertado Aldo.
El dueño de “la mazmorra” no contestó, tenía una mala cara y no paraba de tocarse su pelo lleno de canas. Desconcertado al darse cuenta que le estaban hablando contestó.
-¿Disculpen?
-Señor Morán -dijo Polanco-, queremos saber de su nueva máquina y del por qué si es nueva, está fuera de servicio tan pronto.
-Lo siento muchachos, no quiero hablar de eso en estos momentos.
-¡Por favor díganos! -protestaron todos.
Morán miró a los demás parroquianos, todos estaban absortos en sus asuntos.
-Miren, la siguiente máquina es única, no la importe de ningún lado, es creación mía.
-¿Y qué procesador usa, cuántos RAMs de memoria tiene, de cuántos bits es, qué tarjeta gráfica y de sonido usa? -interrumpió Aldo.
-No es una máquina como la que tú crees -respondió Morán-. Es algo muchísimo más complejo: Siempre he tenido desprecio por su vicio hacia los juegos electrónico, pero al no tener empleo de lo que estudié, puse mi negoció de “maquinitas”, se gana bien y yo solo le doy mantenimiento a las cabinas de juego, pero al ver todos los día sus rostros de enajenación, quise crear una máquina que por fin le diera verdadera satisfacción al usuario, que realmente hiciera sus sueños realidad. Así que me puse a trabajar en mi invención, la invención de Morán.
Y con orgullo señaló a una placa dorada que tenía inscrita las siguientes palabras: “Generador Onírico del Ingeniero Israel Morán Castillo aka la invención de Morán” y entre paréntesis tenía la siguiente leyenda, puesta al enterarse de que en una oficina de patentes de Argentina tenían registrada una invención con un nombre similar: “No confundir con la invención de un tal Morel”.
-¿Podemos probarla? -preguntó Polanco
-Lo siento, he creado una abominación, creo que debe desaparecer.
-¿Entonces por qué rayos la puso?
-En un principio creí que era una buena idea, pero resultó ser el peor invento del mundo.
-¿Entonces no funciona?
-¡Claro que funciona! Es sólo que... -y vislumbró Morán una idea-, saben qué, mañana en la noche estará a disposición del público, quiero que sean los primeros en probarla.
El señor Morán se retiró, dejando a los jóvenes mirando la extraña cortina que ocultaba la más fantástica invención que se pudieran imaginar.
-Aldo... podemos ya irnos -dijo Luisa cansada-, mi mamá me va a matar si no llego en este mismo momento a casa.
Todos ese día se quedaron con la angustiosa necesidad de probar la nueva máquina.
La joven pareja mientras viajaban juntos en el tren subterráneo, comenzaron a platicar:
-Debe ser un fraude la máquina del señor Morán -comentó Aldo mientras abrazaba a Luisa-, yo podría programar un juego muchísimo más complejo y divertido que la máquina de Morán.
-¿Viste el nuevo juego?
-No... pero seguramente debe ser una cosa sencilla y monótona, fue hecha por un ingeniero mexicano.
-Y cuando tú seas ingeniero, ¿no crees que también ningunearan tus inventos por el simple hecho de ser mexicano?
-Mi máquina será mejor -se dijo así mismo Aldo, sin saber en realidad lo que estaba diciendo.
*


Al siguiente día, al caer la noche, todos se mostraron impacientes por probar la máquina de Morán, pero el señor argumentó que ya tenía a sus “testers” oficiales y ellos serían los que comentarían sus impresiones antes de que su invento sea abierto a todo el público. Cuando llegaron Aldo, Luisa y Polanco al local, notaron que ahora el foco de atención ya no eran las comunes máquinas de juego, sino la nueva y única invención del señor Morán.
-¡Jóvenes! Los estaba esperando, ¿quién se atreve a probar mi nueva máquina?
Aldo sentía mucha curiosidad, pero decidió contenerse, Luisa era indiferente ante la extraña máquina, Polanco, un poco más decidido y atrevido dijo:
-Yo probaré la máquina señor.
-¡He aquí un hombre valiente!
El joven se acercó a la cabina, sentía un escalofrío estrepitoso proveniente de ningún lugar, la demás gente reunida sentía impaciencia ante la indecisión de Polanco, cuando caminó con parsimonia hacía la cabina, sentía como si la máquina lo fuera a tragar, cerró las cortinas de terciopelo, y de pronto vieron un resplandor azul a través de ellas.
-¿Estará bien? -preguntó preocupado por su amigo Aldo.
-¡Claro que estará bien!
La gente se quedo estupefacta, esperando a que saliera el valiente conejillo de indias. Mientras tanto, Arturo y Leopoldo acababan de llegar.
-¿Qué sucede? -preguntó anonadado Arturo.
-Polanco acaba de entrar a la estúpida máquina de Morán -contestó Luisa.
-¡Maldición! Yo quería probarla primero.
-Nadie se atreve a probarla -comentó Aldo-, quizá después de que salga Polanco tengas tu turno.
-¿Alguien sabe qué rayos hace la máquina? -interrogó Leopoldo.
-Nadie sabe qué hace la máquina.
Los poco minutos que Polanco estuvo adentro de la invención de Morán, estuvieron repletos de tensión y suspenso, todos querían saber la función de la misteriosa máquina, y de ella surgió su extraño resplandor azul, Polanco salió de la cabina, sus ojos verdes parecían grises de la impresión, la gente lo vio con extrañeza e inmediatamente armaron un escandalo, todos interrogaban al mismo tiempo.
-¡Vamos hijo! ¡Cuéntales sobre la máquina! -alardeó Morán.
Al mirar los rostros impacientes de los demás, solamente dijo.
-Es increíble.
Polanco quiso desaparecer la impresión que le causó la máquina, alguien le comentó que no hay nada mejor que comer un pan después de un susto, recordó ese viejo remedio e inmediatamente se dirigió a la panadería que estaba enfrente, esquivando a toda persona que se le acercaba para preguntarle sobre la máquina.
-¿Alguien más quiere hacer una prueba?
Inmediatamente Arturo alzó la mano y entró con emoción a la insólita cabina.
-Iré a ver a Polanco -dijo Leopoldo-, tengo el presentimiento de que tiene algo interesante que decirnos.
-Después los alcanzo -contestó Aldo-. Quiero aguardar mi turno.
-¿Entrarás a esa cosa? -dijo aprehensiva Luisa.
-Puede que sea un gran invento, antes quisiera ver la impresión de Arturo.
Leopoldo encontró a Polanco mordiendo tímidamente una pieza de pan de dulce, sentado en el asfalto, cerca de la entrada de la panadería.
-¿Y cómo te fue con la máquina Polanco?
Mientras comía su pieza de pan, miró de manera amenazante a su amigo.
-No me lo vas a creer, no sé exactamente que hay adentro de esa cosa, desafía toda lógica, sencillamente no tiene sentido, Morán es un maldito loco -dio una pequeña pausa y continuó-. Es que... ni yo puedo creerlo, una vez que entras a la cabina, pareciera que entras a un gigantesco salón envuelto en sombras, una cámara oscura del tamaño del mundo, eso no tiene coherencia, todos deducimos que el tamaño de la cabina es ínfimo, de la entrada a la pared no pasa de metro y medio de distancia, pero una vez dentro se desafía cualquier ley de la física.
Y comenzó a narrar:
-De la nada apareció una pantalla azul que decía algo así como “bienvenido hijo mio, bienvenido a la máquina” y después abajo del título con letras chiquitas decía “deposite una moneda aquí” señalando una ranura invisible, cuando puse la moneda, perdí el conocimiento... fue raro, como entrar a otra dimensión... más bien como soñar.
»Me encontré ahora envuelto en un tipo diferente de oscuridad, lo raro es que ahora escuchaba el sonido de la lluvia, no fue hasta que un rayo iluminó el cuarto en el que me encontraba que logré vislumbrar mi ubicación, lucía como un departamento, pero me intrigó que adelante de mí había un cuerpo acostado boca abajo. La sensación se volvió más intensa cuando escuché que tocaban la puerta muy fuerte, decían algo así como: “¡Somos la policía!, ¡abra la maldita puerta de una vez!” no supe como reaccionar, mis ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad, y con el siguiente trueno, supe que el cuerpo tenía clavado un cuchillo en la espalda. Había algo familiar en la silueta de la víctima.
Polanco hizo una breve pausa, provocando la desesperación de Leopoldo.
-¿Y luego?
-Descubrí que el cuerpo era el de Aldo (al acercarme vi que llevaba una de sus horrendas camisas de franela), y que yo, probablemente era el asesino. Deduje que la policía me estaba persiguiendo, ellos siguieron tocando la puerta y soltándome amenazas “¡Abra la puta puerta de una vez! ¡Sabemos que estás ahí!” Yo no tuve muchas alternativas, miré hacia una ventana, la abrí, y quede contrariado al descubrir que me encontraba en un piso muy alto. La sensación de vértigo fue abismal, ver las pequeñas luces de los coches y la gente paseando como microbios, no tuve alternativa, me trepé como pude a una pequeñísima viga e intenté imaginar que era el increíble hombre araña.
»En la diminuta viga me arrimé como pude, el viento soplaba muy fuerte, con infinito esfuerzo intenté avanzar a la siguiente ventana, no sólo el viento jugaba en mi contra, el travesaño estaba mojado y corría el riesgo de resbalarme, continué con todas mis fuerzas, avanzando despacio, desafortunadamente escuché que derrumbaron la puerta, debía darme prisa. La lluvia me daba en el rostro, por lo que anduve a ciegas y avanzando con la fuerza de la fe. En medio de la desesperación el oficial se asomó por la ventana que había escapado, y me dijo: “queda usted arrestado, agárrese de mi brazo y lo llevaremos ante la ley” el oficial extendió su brazo, pero yo no me dejaría atrapar, a final de cuentas ¿era yo el asesino? ¿Quién podría negar que tal vez me estaban inculpando de un crimen? Yo no tengo motivos para matar a mi mejor amigo, a menos de que...
-A menos de que tuvieras que matar por Luisa -respondió Leopoldo.
-No sé exactamente de qué sería capaz por el amor de Luisa, pero conociéndome a mí mismo, supe que era perfectamente apto para asesinar por una mujer. Intenté justificarme de manera desesperada diciendo “¡Yo no lo hice! ¡No tienen pruebas!” y el oficial contestó “Los vecinos escucharon ruidos, eras la única persona en la habitación sin contar a tu amigo muerto, hay signos de violencia, por favor ríndete” y yo totalmente enloquecido grité “¡No pueden probarlo! ¡No pueden!”.
»Al seguir replegado a la pared, sostenido como podía de los ladrillos del edificio, arrastrándome en la miserable viga que bien podría ser la línea que dividía la vida y la muerte, terminé resbalándome, casi caigo al vacío, mis manos apenas lograron estibarse en el filo de la viga, aunque no supe cuánto podría durar. Mis dedos poco a poco fueron perdiendo fuerza y se resbalaban con la humedad. En un esfuerzo por sobrevivir, me di cuenta de que podía entrar a una habitación del piso de abajo si me columpiaba con todas mis fuerzas y rompía una ventana. ¡Rayos! Todo era tan real, la lluvia realmente se sentía como lluvia y el sonido de los truenos eran más que creíbles, de verdad sentía que era un prófugo de la justicia.
-¿Y luego?
-Sólo tenía una oportunidad, sin más remedio me balanceé, y de un salto rompí la ventana, al parecer era una familia cenando tranquilamente en el comedor. Corrí hasta la puerta, y salí huyendo por los corredores, deduje que tendrían la entrada bloqueada, decidí entonces subir a la azotea, tuve que hacerlo corriendo lo más rápido que podía, los policías se dieron cuenta y yo, con la adrenalina al tope, saque una fuerza atlética de la que no me creí capaz de poseer. Ya en la azotea, brinque hacia otro edificio, y así sucesivamente hasta sentir que había logrado burlar a la ley.
-¡Cuenta más!
-Después de saltar por cuatro azoteas, cada una requería de un salto casi olímpico, llegué a una bastante amplia, con almenas y una torre de vigilancia. Me acurruqué en dicha torre y me di un respiro.
-¿Estuviste a salvo?
-No, fue mucho peor, un helicóptero me alumbró con una segadora luz, mientras un sujeto con un altavoz vociferaba “¡ahí está!¡Atrápenlo!”
Con una salvaje mordida se acabó su pieza de pan. Adivinando en el rostro de Leopoldo su impaciencia por conocer el desenlace de su historia con aquella máquina insólita, Polanco respiro profundamente, a lo que continuó:
-Me vi súbitamente rodeado de policías, todos me apuntaban con ametralladoras tommy. En el desconsuelo de ese terrible instante, obedecí sus ordenes, “alce las manos, queda usted detenido”, me dijeron, levante mis brazos y empecé a vociferar: “¡no me maten! ¡Soy inocente!” -se dio un breve tiempo para tragas saliva y siguió-: Justo cuando un oficial me iba a esposar... que le suelto un izquierdazo.
-¡Grandioso! ¿Y después?
-Unos policías intentaron detenerme, me abalancé contra uno y luego con otro, me sentía poseedor de una gran fuerza, no sé a cuántos policías golpee y derribé, sólo reconozco que fueron varios... luego recibí un duro golpe en el estómago, sentí un dolor espantoso -en los ojos de Polanco se veía el horror cuando narraba-. Caí al suelo, sentí el húmedo piso de la azotea en uno de mis cachetes, comenzaron a patearme, fue una experiencia aterradora: el dolor era tan real, que por un momento sentí cerca mi muerte. Lo último que recuerdo fueron las ametralladoras apuntándome y el frío de tacto de las balas atravesando mi cuerpo – con alivio añadió-. Lo bueno es que al final es como despertar de una pesadilla; la pantalla azul aparece, te da las gracias por jugar y te invita a volver. No sé si quiera repetir la experiencia, la próxima vez iré preparado para enfrentarme a la ley. De eso tratan los juegos, de memorización y aprendizaje, me la van a pelar en mi siguiente partida.
-¿Entonces es... un videojuego virtual de “policías y ladrones”? -interrogó por ultima vez a Polanco.
-Yo creo, sólo que su funcionamiento me parece aún un misterio.
En la cuadra de enfrente, donde se encontraba el salón de videojuegos “La Mazmorra” vieron un gran ajetreo y a lo lejos un sonámbulo Arturo caminando de una manera cómica. Conforme iba avanzando, notaron en él una estúpida sonrisa, una sonrisa que sólo puede ser causada por una suma satisfacción. Tenía suerte de que al cruzar la calle no viniera un coche, estaba tan contento que ni siquiera se molestó en ver hacía ambos lados de la acera para atravesar. Pasó de largo a Leopoldo y Polanco, aunque ellos le estaban hablando, él entró a la panadería y pidió un chocolate caliente, una bebida que sólo pedía cuando se encontraba de buen humor. Arturo se sentó en una de las mesas de la panadería (no eran muchas sólo tres, y el local se encontraba muy abandonado), sus amigos se dirigieron hacía él, para interrogarlo.
-¿Y bien? ¿Qué tal te fue? ¿Lograste burlar a los policía Arturo? -preguntó con mucha curiosidad Polanco.
Arturo volteo a verlos, su mirada extraviada y absorta era más que inusual, en sus ojos se veían lágrimas, lágrimas de felicidad, siguió mirando con extrañeza hasta que dijo:
-¿De qué hablan amigos?
-¡De si pasaste el nivel! ¡Si lograste burlar a los policías del primer nivel!
-No sé de qué hablas...
Polanco no pudo reprimir su impresión de desconcierto, Leopoldo comentó:
-Entonces... ¿qué fue lo que viste en la máquina de Morán?
Arturo, con picardía y un poco de misterio gritó, no podía contener su alegría.
-Amigos... ¡es el mejor invento que se ha creado! -golpeó la mesa con fuerza y carcajeo-. ¡Es maravillosa! ¡Increíble!
-¡Pero qué viste! -desesperados y curiosos se sentaron junto a Arturo.
Y su experiencia con la máquina fue la siguiente:
-Entré a la misteriosa habitación oscura donde se lee el letrero...
-¡Esa parte ya la conocemos! -interrumpieron al unísono Polanco y Leopoldo-, ve directo a lo que viviste adentro de la máquina.
-Es algo difícil y un tanto personal narrar mi experiencia, pero la contaré de todos modos -habló sin poder borrar su estúpida sonrisa-: Me encontré inexplicablemente en una exposición de arte, parecía un lugar sofisticado, era de noche, todos vestían con cierta distinción, aun yo, que vestía un smoking con un insoportable moño que casi me asfixia, también tenía la clásica flor en la solapa y usaba unos lentes de pasta dura, en fin, me pasee por las distintas salas, todas llenas de gente bizarra, parecían como sacadas de una película de Fellini o de Blake Edwards.
-No entiendo -interrumpió Polanco-, ¿qué no se supone que todos deberíamos ver lo mismo dentro de la máquina? ¿Tiene un reproductor virtual de DVD o algo así? No lo entiendo de verdad.
-Sigue con la historia, apuesto a que pasa algo sensacional -dijo emocionado Leopoldo.
-Y que lo digas -continuó con su relato-. Me dirigí a la mesa de los bocadillos, había camarones y canapés muy sabrosos, acompañados, como no, de un espumoso vino blanco, lo convencional en las exposiciones. La verdad, me aburren un poco las pinturas, más cuando es arte abstracto o conceptual, total, me atiborré de bocadillos hasta que una hermosa joven con un curioso vestido rojo se sitúa junto a mí, a qué no saben quién era.
-¿Luisa?
-Exacto -no podía contener la alegría-. Lo curioso es que no la reconocí de inmediato, llevaba el cabello largo, unos lentes un poco más sofisticados, y bueno... ¿alguien ha visto a Luisa con un vestido de cocktail? ¿siquiera con una falda larga? A todo eso agreguenle que estaba maquillada y su leve acné había desaparecido completamente, era, como decirlo, la mujer más bonita que haya visto.
-¿Llevaba tacones y medias? -preguntó Leopoldo.
-Tacones sí, medias... no, estoy seguro de eso, como les iba diciendo, ella estaba frente a mí, sirviéndose en un platito los canapés y apurando el vino de un sólo trago, de alguna manera, seguía siendo ella.
»Seguía dudando de si era Luisa o no, me sentí nervioso, y al igual que ella, apuré el vino de cortesía de un sólo trago para darme ánimos. Al voltear a verla, noté que me miraba fijamente, nuestras miradas se cruzaron e involuntariamente desvié mi vista hacía otra parte. Escuche una encantadora risa, que me confundió más, porque Luisa nunca ríe. Ella toma un camarón que está enfrente de mí, lo baña en la salsa roja, veo que le da una insinuante mordida -ay... con esos labios pintados de rojo-, y comenta:
»-No te aburren las exposiciones de arte.
»¿Luisa queriendo iniciar una charla conmigo? No puede ser, aunque todo lo que estaba viviendo era una imposibilidad: yo en una galería de arte y vestido de etiqueta (peor aún, Luisa de etiqueta y sentándole más que bien) es obviamente imposible. Pero lo más raro es que no estaba consiente de ello, fue como vivir un sueño, o tener la capacidad de recordarlo, un sueño lucido, quizá la máquina sea eso. Un invento capaz de generar sueños, ¿No creen?
Sus amigos no contestaron, después del mutis, Leopoldo, siempre guarro, inquirió:
-¿Y te la cogiste?
-Bueno, bueno, ejem... -Arturo estaba más rojo que un tomate-. Vayamos por partes ¿quieren?
»Mi pulso se acelera y siento la emoción corroer mi estómago, intento idear una frase sutil e inteligente, pero fracaso:
»-Muchísimo -seré idiota-. Este nuevo arte, creo le llaman, me parece incomprensible.
»-A mí igual -contesta, a pesar de que metí la pata-. Todos estos artistas y pseudointelectuales me enferman, digo... pareciera que no lo hacen por amor al arte.
»No sé si sea el alcohol virtual, o la misma máquina nos incita a hacer cosas que en la vida real no nos atreveríamos, pero de mí nace una valentía que no creí capaz de tener.
»-Si no es mucha molestia, ¿podría iniciarme en el mundo de las artes gráficas?
»-Con muchísimo gusto.
»Me pareció ridículo que finjamos no conocernos, pero tenía su encanto y en cierta manera los dos eramos diferentes personas. Ella, tan femenina y hermosa, no digo que Luisa no sea ninguna de esas dos cosas, pero se esfuerza en no serlo, tampoco digo que un cambio la haga mejor persona, la quiero tal cual es, grosera, un tanto marimacho y un poco descuidada. Pero al verla de esa manera, tan distinta, dentro de “la máquina”... es una experiencia sublime, es la chica soñada, la versión perfecta de Luisa.
»El salón al cual nos escabullimos estaba repleto de gente vestida de gala, poco a poco nos internamos para ver el primer cuadro, recuerdo también haber escuchado música, ese aburrido jazz y bossa nova que ponen en los ascensores. Escuche murmullos que decían “increíble” o “fascinante” o “espléndido” -tarde en darme cuenta que Luisa estaba agarrado de mí, ¡dios!, como estábamos un poco apretados, sentía uno de sus pechos rozar mi brazo-. Miramos el cuadro, separados por la barrera de terciopelo, que por cierto era más interesante que el cuadro que “admirábamos”, la pintura representaba unos grandes puntos de chillones colores pastel sobre un fondo blanco, llevaba por título: “Estudio de la pasión menguante”.
»-¿Qué te parece? -preguntó Luisa.
»-Aburrido y pretencioso -contesto.
»Ella me sonríe, vieras que bonita se ve cuando sonríe.
»-Estoy de acuerdo, tengo que reprimir mi deseo de regurgitar- lo admito, sigue siendo un poco “ella”, pero en el buen sentido.
»Pasamos a un cuadro que estaba ligeramente menos admirado por los ahí presentes, al ver la pintura casi tengo ganas de reír, la verdad, los dos no nos aguantamos las ganas de carcajear. Era, no lo puedo creer, un crucigrama, no espera, era más bien una sopa de letras, así, literal, como los que ves en el periódico, o en esos libros de actividades para chicos, tenía “marcadas” las palabras: sudor, eternidad, pasión y masturbación. Llevaba por título “Los sueños se cumplen”.
»-¿De éste otro qué piensas? -volvió a preguntarme.
»-Sin comentarios.
»-¿Eres crítico de arte?
»-Sé de arte muy poco, pero hasta mis primos pequeños pueden dibujar algo mejor que esto.
»-Pienso que tienes una gran vocación como crítico de arte, yo también odio el cuadro, veamos el que sigue.
»Al avanzar por la sala, cogimos de un camarero que llevaba una bandeja, dos copas de vino blanco, es siempre refrescante tomarlo en una sala, el calor acumulado de las masas es siempre sofocante, además, necesitaba más valor para seducir a Luisa. El tercer cuadro -no puedo aguantarme la risa-, era francamente ridículo, no tanto por que fuera minimalista, al contrario, se notaba el esmero, pero resultó ser un plagio. Era el cuadro de Van Gogh, la noche estrellada, lo peor de todo es que le habían puesto otro título, algo tan imbécil y aberrante como “Vista nocturna de los quebrados de Acapulco”.
»-¿Y bien?
»-Señorita -dije-, esto es, con toda seguridad, es lo más absurdo que he visto.
»-El que sigue es el más feo de todos -ella dijo.
»-¿En serio? pues adelante, no me lo quiero perder.
»Ignoraba la sorpresa que me aguardaba, debí sospecharlo desde un principio, pero como yo me encontraba en un lugar improbable sin motivo alguno, suponía que Luisa de igual manera se hallaba en la exposición. Resultó que ella era una de las artistas de la exposición, ¿cómo lo supe?, sólo al ver el cuadro, era un autorretrato, dibujado con matices lúgubres y el semblante que de ella misma se representaba me parecía frío y estéril, se dibujaba fea y seria, ella, tanto en la realidad como en el mundo virtual, no es así. Me desagrado por lo exagerado, no tanto porque estuviera mal pintado.
»-Este es el que menos me gusta -me dijo.
»-¿Cómo? Pero si eres tú.
»-Es un retrato dibujado por mí.
»-¡No me digas que los anteriores cuadros son tuyos! -dije alarmado.
»-¡No! ¡Cómo crees! -respondió-. Pero... este es el peor de todos, porque soy yo, ¿Tú que opinas?
»Me entristecía que Luisa se menospreciara tanto, y se pintara a si misma de una manera triste, sobre todo viéndola como jamás la veré, debía ser sincero, pero... también “leal” por decirlo de algún modo.
»-No me gusta... porque tú no eres así, eres mucho más bonita.
»Verla avergonzada es una dicha que no tiene precio.
»-Mentiroso... como sea, salgamos al balcón un rato, ¡el calor me está sofocando!
»Salimos pues. La noche se veía levemente estrellada, una luna llena adornaba el sensual fondo. Sentí la tibieza del ambiente y aprecié a mi inesperada acompañante como un camarógrafo haciendo una toma de abajo para arriba, me fijé, despacio, en sus torneadas y largas piernas, luego me asomé a su escote, y finalmente y con calma posé mis ojos sobre su rostro, lucía divino. Al mirar al suelo vi que estábamos en un piso un poco alto, un tercer o cuarto piso a lo mucho. Nos encontrábamos los dos solos en el balcón, lo cual era incómodo. Doblemente incómodo porque las únicas cosas que me ponen nervioso son las mujeres y las alturas.
»-Una noche fresca -no pude reprimir mi tendencia a hacer observaciones obvias.
»Fue cuando ella se acercó, de una manera natural y segura, muy sutil. Sentí la piel erizada aun antes de que ella diera unos cuantos pasos hacía mí. La tuve cerca, saboreando el perfume de su cabello, sentí el mundo dar vueltas. Ella se paro de puntitas, posó su boca sobre mi oído y susurró:
»-Salgamos de aquí.
»El calor de su aliento me tenía embriagado. Me tomó de la mano y salimos huyendo del piso donde se estaba llevando acabo la exposición. La excitación del momento me impidió razonar toda la situación, si era un sueño, no podía darme cuenta; fue como vivirlo. ¿Qué diferencia puede existir entre lo vívido dentro de la máquina, contra lo que uno puede llegar a experimentar en la vida real?. El picante sabor del vino blanco, el tacto del cuerpo femenino, los colores percibidos en la galería. Juró por lo más sagrado que uno no puede llegar a darse cuenta de que lo que ve es en realidad una ilusión.
La felicidad de Arturo se disipó, el embelesamiento de su sueño se retiró al darse cuenta que la máquina no podía cumplir deseos, tan sólo hacía una representación virtual de ellos, ahora el chocolate le supo amargo, y pronto sus lágrimas de felicidad se convirtieron en lágrimas de dolor. El amor de Luisa sólo era posible dentro de la máquina.
-¿Y todo eso como terminó? -preguntaron sus amigos al ver que Arturo paró su narración de manera seca y parca.
-Subimos al elevador, ella sugirió ver que había en el piso más alto. Para nuestra sorpresa nos encontramos con una serie de cuartos abandonados que llevaban el letrero de “se renta”. Luisa, impulsiva, como también lo es en la vida real, sugirió explorar uno de esos cuartos vacíos, estaban totalmente oscuros y no logré encontrar el switch de la luz... esperen, sí lo encontré. Sólo que nada paso. Debí deducirlo, en los sueños no puedes encender interruptores -en su voz ya no había alegría, aunque si un poco de resignación y lástima-. Vimos sobre una amplia ventana las luces de la ciudad, después la miré, me miró, y bueno... supongo que sobrará decir que nos quisimos con pasión. Después de amarnos de una manera apretada, ella volvió a susurrarme al oído: “lástima que es un sueño”. Fue cuando volví a la realidad y vi la gigantesca pantalla azul dándome las gracias por “jugar”.
Ahí terminó la narración de Arturo a quien el regreso al mundo real le hizo más mal que bien.
*
-Piloto de autos de carreras Aldo Giovanni Serrati, compitiendo en las 500 millas de Daytona -dijo Aldo, quien narraba su experiencia con la máquina, los cuatro amigos estaban en la panadería, que ya estaba próxima a cerrar, esperando a que Luisa terminará su partida; siempre si quiso ver de qué trataba la “máquina”-. Un título rimbombante y respetuoso que me agradó mucho. ¿A poco no? No soy muy afecto a los juegos de carreras, pero éste me pareció el mejor, ¿a ustedes les gustó?
-No sé de qué hablas, yo fui un policía -respondió Polanco, aún asustado y temeroso, miraba con desconfianza a todos lados y evitaba ver a los ojos a Aldo.
-Yo... también fui un policía, gran juego ¿eh? -contestó sin mucho convencimiento Arturo, se veía más triste que de costumbre, casi al borde del llanto.
-¿Es que no saben divertirse? -reprendió Aldo-. Es el mejor de los juegos sin duda, no sé que tecnología usa pero... ¡rayos! Las gráficas eran increíbles, casi reales, ¡qué digo reales! Mejores que la realidad, el sonido; envolvente, jugabilidad; fascinante y realista, un gran simulador. Lo único que se me hizo raro fue que no tuviera una pista musical, todo buen juego, al igual que una buena película, debe tener pista sonora... se lo diré la próxima semana a Morán. Tengo unos amigos que hacen música increíble, es el único detalle que haría perfecto el juego.
-Ok, es un juego sensacional -interrumpió Leopoldo-, pero por favor dinos, ¿Cómo fue tu experiencia?
-¿Qué ellos no te comentaron? -Aldo los miró, esperando que alguno de los ahí presentes le diera la razón, al ver la negativa, continuó-: De lo que te has perdido Leopoldo, es una experiencia que realmente te pone en una situación creíble. Estaba tan emocionado que aluciné que olía la gasolina; que sentía el calor del motor transmitirse a mi volante; que iba a toda velocidad; que rechinaban mis frenos de manera ensordecedora al derraparme y que mi vida corría peligro al acechar de cerca a algún competidor. De hecho, ahora que lo pienso, olvidé que me encontraba adentro de una cabina jugando un videojuego. Así de bueno es.
-Entonces... ¿no notaste nada raro? -preguntó con preocupación Polanco.
-¿Qué debería de notar? Ningún error de programación hasta donde yo jugué, soy un excelente jugador y por lo tanto yo sí gane la carrera en primer lugar -Aldo reflexionó un breve instante, sí hubo algo bastante raro-. Esperen, existe un detalle que no tuvo sentido, pero no tiene que ver con el juego en sí, sino que fue un sentimiento demasiado extraño a la hora de jugarlo, sentía una gran necesidad de ganar la carrera. Les parecerá ridículo, pero de verdad debía ganarla a toda costa. Sentía que si perdía, no sólo perdería la carrera, sino... todo, sobre todo a Luisa quien siempre estaba en mi mente, como una especie de culpa o algo así.
-¿Por qué será? -dijo como hablando solo Arturo.
-¿Qué insinúas Arturo? En fin... fue una carrera agobiante, iba en buena posición, pero debía ser el primero a toda costa. La ansiedad no desapareció hasta rebasar a mi rival en la última vuelta. Únicamente así podría estar tranquilo, háganme el favor de meditar un rato. Si eso fuera la realidad, con el dinero del premio Luisa y yo viviríamos sin ninguna preocupación.
-Creo ahora comprender amigo -dijo Polanco, cínico-, ¿tu principal y único miedo es que Luisa te abandoné?
-¿Qué tienen que ver los miedos en todo esto? Si lo quieres saber, la respuesta es sí, no hay día en que me levanté preocupado pensando que hoy puede ser el último día que Luisa y yo estemos juntos. Conmigo ha aguantado, pero con sus otros novios no duró, creo, que ni un mes. La amo, pero temo que ella me deje de amar, ven lo caprichuda e impulsiva que es -tuvo una corta pausa y agregó-. Por cierto, no sé si lo aluciné o estuvo puesto deliberadamente en la máquina, pero cuando gané la carrera y recibí mi trofeo, no sé por qué vi a Luisa, vestida con un vestido de novia, esperándome en medio de un arco nupcial lleno de flores.
-Y hablando del rey (o mejor dicho la reina) de Roma...
Vieron en la ventana a Luisa, echando pestes e insultos, estaba roja de la furia, los cuatro sujetos salieron del local y acudieron a su encuentro.
-¿Qué pasa mi pastelito? -ese era el apodo amoroso que le ponía a Luisa Aldo.
-¡Es que me encabrona que me vean la cara de pendeja! -blasfemó la iracunda jovencita.
-¿Por qué? -preguntaron los demás.
-¡Esa pinche máquina es un fraude!
-¿No viste nada?
-No, primero vi la pantalla azul que decía “bienvenidos a la máquina” después todo se puso negro, y al final volvió la pantalla azul diciendo “gracias por jugar”. O qué, ¿ustedes tres si vieron algo? -¡Ay! Tan vacía es la pobrecita que no vio nada.
Los tres jóvenes se guardaron sus experiencias.
Llegó el lunes, todavía no era hora de la primera clase, siempre que se podía nuestros cinco adolescentes aprovechaban cualquier oportunidad para jugar en el local de recreativas “La Mazmorra”, inusualmente se encontraba cerrada. Llegó la hora de salida y seguía clausurada. Eso era insólito. Paso el martes y seguía igual, así duro hasta la siguiente semana. Cuando en una tarde de jueves un coche de la policía y una ambulancia se encontraban estacionadas cerca del local. Los jóvenes se espantaron ¿qué había pasado? Se descubrió el cuerpo de Morán muerto, adentro de su famosa invención, su generador onírico apodado “la máquina”. Indagando y preguntando a los vecinos descubrieron que Morán tuvo una vida muy triste, su mujer y sus hijos habían muerto en un accidente automovilístico. Seguramente el inventor cada vez que se metía a su propia máquina veía a su desaparecida familia. El regreso a la realidad supondría un gran dolor. Prefirió entonces quedarse en su invención sin comer ni realizar ninguna de sus necesidades primarias, vitales para mantenerse vivo en la realidad. Prefirió el mundo de las sombras que la vida fuera de la cueva.
El siguiente día los chicos fueron a buscar un nuevo local en donde gastar su dinero.
La máquina se tuvo que desmantelar, resultó que sólo era una cabina vacía, no había engranes ni mucho menos chips.