Intento
evitar, por lo regular, los Starbucks y los
American Apparel, siempre con
éxito. Sin embargo, llega el momento de caer en lo inevitable.
Encontrarme algún pinche hipster por
la calle, es normal que en la colonia donde vivo abunden. Pero
últimamente aparecen por todos lados.
Verbigracia: Abordo el tren
subterráneo, pacientemente, sin ningún sobresalto, al verlo lleno,
me encuentro con esos raros espécimenes; con sombreros que les
cortan la circulación del cerebro; anticuados lentes de pasta dura
negra, y un chaleco que cubre su camiseta de “niño pobre nice”.
Aguanto las nauseas, comienzo a contar cuántos hipsters
hay adentro, uno, dos, tres, cuatro... todo el vagón, no me molesta
que existan, me molesta que sean demasiados.
El
calor es insufrible, y ellos, muy campantes, cargan afeminadas
bufandas de seda atadas al pescuezo. El miedo me corroe, ¿cómo
pueden ser tantos? ¿Serán zombies o una extraña enfermedad que se
contagia? No es tan lejano a la realidad, ahora que lo pienso, sus
oídos están tapados por los audífonos donde escuchan su hipnótica
e inverosímil música. Veo que todos traen aparatos y demás
parafernalia del difunto Steve Jobs,
eso explica, en parte, porque su otrora compañía no se va a la
quiebra.
Las
estaciones parecen alargarse el doble de su distancia real, observo
la hilera de asientos ocupados, lleno de hipsters
meneando la cabeza al unísono, no me sorprendería descubrir que sus
aparatos reproductores de música estén sincronizados para que
repitan la misma canción una y otra vez. El calor se encapsula y
huelo el fétido vapor de una loción barata.
Ellos no hablan castellano, hablan
un extraño dialecto que es entre: inglés, japonés, francés, ruso
y nadsat, convirtiendo la pesadilla de Anthony Burgess
en realidad, con la excepción de que serían incapaces de enfrentar
situaciones violentas. Si un ejército de granaderos se presentara
para reprimirlos, ello no pondrían resistencia, darían su trasero
para evitar golpes y represalias, y se irían a sus casas a dormir
después de beber un café de máquina expendedora o un té helado.
Eso sí, corriendo en bicicleta, sobre las tercermundistas calles de
la ciudad que no están diseñadas para vehículos bípedos, oliendo
el smog de un corrupto camión de carga, que sobornó para pasar la
prueba de verificación. Si un hipster,
leyera esto, me tacharía de loco, reaccionario y derechista, y que
debería ser como ellos; que luchan por las causas “nobles y
justas”, tales como: El matrimonio gay
(¿no todos los matrimonios son “alegres”?), la ecología
desaforada, el apoyo al arte independiente y por tener un Starbucks
en cada esquina. También se solazará de pertenecer al movimiento
internacional de la indignación. Yo le contestaré que para ser
indignado, se necesita ser pobre, tanto, como para dejar de estudiar
por la necesidad de buscar trabajo, y vender todos sus símbolos de
status para comer. En
pocas palabras... dejar de ser un hipster.
Al
llegar a la estación de transborde. Mientras subo la escalera
eléctrica, las miradas parcas de los hipsters
me hacen pensar que soy invisible para ellos. Ellos no pueden ver más
allá de su universo exiguo, parecen inmersos en una realidad virtual
que hace parecer el Distrito Federal como un paraíso primermundista.
Tengo la teoría que dentro de sus gafas aparecen imágenes de las
calles de Londres, Vancouver, Tokio y Nueva York. Ellos siguen su
marcha hacia ningún lado, para que, posteriormente, en fin de
semana, vayan a sus guateques, que es donde supongo yo que se
reproducen. Empero, sus atuendos tan asexuales me hace reflexionar
que no usan el coito como forma de concepción. Yo creo que se
reproducen por miosis o como pequeños gremlins,
les
echas agua, y de la nada aparecen una docena de hipsters,
con todo y Ipad
en la mano.
En las boutiques de ropa, se
esfuerzan en comprar una camisera de primera mano que luzca como si
fuera de segunda. Compra ropa que bien pudo salir de un basurero como
si fuera ropa de marca; pantalones destrozados a propósito con un
precio con el cual podría comprar despensa para una semana. El
hipster, a
su vez, odia todo lo que conlleve un exceso de gasto de energía
eléctrica, pero no se muestra muy preocupado cuando quiere escuchar
su música “acústica” a todo volumen mientras pone a cargar su
teléfono de nueva generación, sus netbooks,
y demás artilugios portátiles.
Yo sigo mi camino, esperando otro
tren a orillas del anden. Preocupado por la mujer que pueda ser
infectada por el virus del hipster.
Lo digo, porque el hipster
no tiene género, son una masa asexual como ya antes lo he
mencionado. La hembra
hipster
pasa por una lenta metamorfosis: primero luce hermosa y coqueta como
cualquier mujer que intenta adaptar algo ajeno a ella. Para que
luego, sea envuelta en una crisálida de revistas modernas,
cartelones de grupos desconocidos (que convendría mantenerlos en el
anonimato) y publicidad hecha por un diseñador gráfico drogado. Al
salir del capullo se vuelve un ser carente de alma, cegada por el
peso de sus anteojos de plástico.
Salgo de la estación del metro,
como perseguido por una amenaza invisible, el pánico me invade y al
salir a una calle cubierta por la oscuridad, los veo reunidos a
manera de pequeñas tribus. No son una amenaza, pero si continúan
multiplicándose, llegarán a serlo. Corro para huir de esa
pesadilla, así como el espíritu de Robert
Neville
se apodera de mí, estoy tentado a grita “soy leyenda”. ¿Quiero
comprar un café? Veo el amorfo ser con un piercing
cerca del labio y la pose de desinterés clavada en el rostro.
¿Quiero refugiarme en un cine? Las butacas se encuentran llenas de
seres con prendas anacrónicas, buscando el mensaje librepensador de
una película cuyo único deseo es incomodar. ¿Quiero relajarme en
un parque? El hipster
saca a pasear a sus bestias al mismo tiempo que crea el tránsito de
bicicletas en medio de la vía pública. Sigo corriendo, hasta que mi
corazón lata frenéticamente y mis piernas me duelan. Termino
recargado en una pared para tomar un descanso, un venerable anciano
me ve y se acerca. Su aspecto humano me tranquiliza. Le sonrió. Él,
preocupado, me dice:
-Joven, ¿es usted un hipster?
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