viernes, 3 de febrero de 2012

Dinorah y el alebrije


Dinorah se encontraba jugando en un columpio y a lo lejos miró el horizonte, era un crepúsculo hermoso y el sol, escondido bajo una colina, parecía una gigantesca naranja partida a la mitad. En el solitario lugar la niña era feliz columpiándose con toda la intensidad que sus piernas podían, ya una vez agarrando lo que se llama “vuelo”, ella carcajeaba de alegría sintiendo el vaivén del columpio, aquella sensación de no estar ni lejos ni cerca del suelo, como suspendida en el aire. Se columpiaba tan alto que Dinorah pensó que podía volar... ¡y voló! Veía las nubes rosas, semejantes a los algodones de azúcar que le gustaba comer en las ferias, logró tomar un cachito de nube, y al llevárselo a la boca, comprobó sorprendida que sabía a caramelo. Ella no tenía miedo a las alturas, y al bajar un poco la vista vio un pueblito, muy chiquito, porque a la altura que estaba, el pueblo lucía como una maqueta. Observó a la gente como hormigas; ya sea comprando fruta y carne en el mercado; a los niños haciendo travesuras en los parques; a una pareja de enamorados sentados en una banqueta, cerca del kiosco, comiendo cada uno un barquillo de nieve y, por último, un grupo de danzantes que bailaba alegremente enfrente de una iglesia. Sobra decir que la majestuosa iglesia se veía igual de pequeña que las casas de adobe, cuyos techos rojos, vistos desde el cielo, parecían una gigantesca alfombra.
Se fue lejos, volando cada vez más alto, surcando el cielo cual tecolote, hasta que una sombra llena de colores, a toda velocidad, se atravesó en su camino. Dinorah sintió curiosidad, y emprendió la búsqueda del extraño “objeto” que paso rápido ante sus ojos. Seguramente había aterrizado en un bosque, lejos del pueblo y la gente. Así como ella podía volar, también podía dejar de hacerlo, y pausadamente, fue bajando y bajando, y sin darse cuenta, cayó en un lago. Afortunadamente sabía nadar, y en la profundidad vio unas truchas muy raras, eran de todos los colores del arco iris, también vio unas ranas y sapos que parecían tener estampadas en las escamas, toda clase de coloridas flores y soles. Aquel lago en su interior era como un mirar a un gran caleidoscopio de luz y color.
Al salir a la superficie, vio a una gigantesca bestia alada bebiendo agua del lago, tenía un hermoso plumaje purpura, sus alas eran de un fulgor que parecían llamas, grandes y magníficas, tenía una larga cola como de lagartija con unas crestas anaranjadas y un cuello casi tan largo como el de las jirafas (también tenía manchas, pero las suyas eran de colores brillantes) y de su cabeza colgaban unas antenas. La bestia caminaba con sus cuatro largas patas, llenas de figuras curiosas, enredaderas y motas violetas y rojizas. Por su físico, parecía un reptil, quizá un dragón, de no ser por su majestuoso colorido, luciría amenazante. Y como Dinorah era un niña muy valiente, se acercó al curioso animal.
-¿Puedo montarme en tu lomo? -preguntó la niña inquieta.
El animal dejo de beber y respondió:
-Hace rato te vi volar, no me necesitas.
Abrazo risueñamente al animal, su plumaje era suave y terso, como aterciopelado, y le susurro al oído.
-Me gustaría más volar junto a ti.
Como usted adivinará, querido lector, el animal fantástico era un alebrije. Seres cuyo colorido se puede observar en todas las tiendas de artesanías del país. Lo curioso es que Dinorah ignoraba el nombre del ser que contemplaba sorprendida.
-Un alebrije no puede ignorar la petición de una niña tan dulce.
-¿Ale... qué?
-¡Alebrije niña! -dijo con orgullo-. Seres que cuidan el color del cielo y de la tierra: somos los que pintamos de violeta las jacarandas en primavera; los que al final de la lluvia pintamos el arcoiris, los que le damos brillo a las estrellas en la noche y en otoño le damos al cempasúchil su fulgor y aroma -miró el rostro de Dinorah, que estaba conmovida por los colores y la dulce e imponente voz del alebrije-. Aunque no te veo muy convencida de mi grandeza, anda, ¡ven y sube!
Dinorah montó el animal y hecho un rayo, despegaron al cielo infinito, la velocidad era insuperable, y el alebrije hacía mortales y piruetas, dibujando en el firmamento audaces acrobacias. Siempre es más bonito transportarse en algo ¿a poco no?
-¡Eres increíble! ¿Cuál es tu nombre? -preguntó mientras surcaban el cielo.
-Mi nombre está escrito en una lengua indescifrable, que únicamente nosotros los alebrijes podemos hablar.
-Entonces te llamaré José Luis -ése era el nombre del padre de Dinorah.
-Es un nombre algo vergonzoso, para el príncipe de los alebrijes.
-¡Oye! A mi me parece un bonito nombre... ¿a poco eres un príncipe? ¿Puedo ver tu reino?
José Luis, que así llamaremos al alebrije, soltó una carcajada.
-Te llevaría niña, pero últimamente las cosas no van bien en el reino, así como puede existir la luz y el color, también existe la oscuridad y la tristeza, tenemos nuestros enemigos ¿sabes? Seres que odian la alegría y el jubilo. Ellos quieren tapar al mundo con una manta de penumbra.
-¡Qué malos!
-Nosotros los alebrijes llevamos mucho tiempo luchando contra ellos, y siempre los hemos mantenido a la raya. Pero ahora ellos parecen tener más fuerza.
-¿Quiénes son ellos?
-Su sólo nombre me aterra, se llaman...
El cielo empezó a oscurecerse de manera súbita, José Luis se alteró y voló más rápido, pero ya estaban en vueltos en una nube negra que cada vez los envolvía más y más.
-¡Ellos están aquí! ¡Sujétate!
-¿Qué pasa? ¿Quiénes son ellos?
-¡No puedo más niña! ¡Tienes que despertar!
-¿Despertar?
Dinorah se despertó sobresaltada, en su cama. Todas sus visiones de que podía volar y ver alebrijes eran un sueño.
Nuestra protagonista vivía en una modesta casa en el bello y colorido pueblo de Tepoztlán, que se encuentra en el estado de Morelos, su madre tenía un bazar donde vendía velas, incienso, remedios para el amor y una que otra artesanía, también sabía leer las cartas y la mano. Por otra parte su padre era profesor en una preparatoria, aunque los días de carnaval los celebraba con peculiar alegría vistiéndose de chinelo (cabe recalcar que sin el disfraz, seguía pareciendo un chinelo) por cierto que ya se estaba acercando el miércoles de cenizas, y el padre de Dinorah (que también se llama José Luis) se encontraba siempre muy ocupado en sus ratos libres, confeccionando él mismo su traje de chinelo (en broma siempre le decían que no necesitaba la máscara).
Aquella mañana después del sueño, cuando se sentó con sus padres a desayunar, con su uniforme puesto y sus útiles listos, sintió la necesidad de contarle su sueño a su madre, ya que ella comprendía todo lo mágico y misterioso.
-Fue un sueño maravilloso cariño -dijo su madre, siempre vestida como gitana.
-Sí, pero lo que quiero saber es quiénes son “ellos” -replicó la niña -. Los que no quieren a los alebrijes.
La madre sólo le sonrío, a lo que contestó.
-No te preocupes, no conozco cosa tan mala que sea capaz de odiar a un alebrije.
-¡Pero el reino de los alebrijes corre peligro! ¡Mamá que puedo hacer!
-Calma hija -contestó el padre, mientras bebía café con una mano, y con la otra sostenía el periódico-. Lo bueno de los sueños es que son simplemente eso, sueños.
-¿Y si vuelvo a soñar con el país de los alebrijes?
-Considérate afortunada, serás la salvadora del país de los alebrijes.
Dinorah no se quedó muy convencida, no pudo dejar de pensar que eran “ellos”, si podían existir (o al menos imaginar) seres que sintieran tanto odio hacia los alebrijes, criaturas muy nobles y pacíficas, pero al mismo tiempo gallardas y valientes cuando las circunstancias lo requieren. La incertidumbre de no saber que cosa eran “ellos” le impidió poner atención a la clase, sumado al hecho de que estaba dibujando en su cuaderno a José Luis, el príncipe de los alebrijes, le valió una reprenda de su profesora.
-¡Dinorah, podrías poner atención!
Todo el salón se carcajeo de risa, y con mucha vergüenza Dinorah contestó:
-Disculpe maestra Tania, no volverá a ocurrir.
La pobre tuvo que esperar hasta el recreo para poder contarle su sueño a su único amigo, Josefino, un niño de su salón. Ella no tenía muchas amigas, como era un poco diferente a las demás (tenía el pelo lacio, era muy claro y le llegaba a la cintura, usaba lentes, y era blanquita y rosada) no les caía muy bien a las otras niñas; envidiosas de que Dinorah fuera una niña bonita y dulce.
Sentada en una banqueta, comiendo su almuerzo junto a su amigo, le explicó el sueño que había tenido, y le mostró la hoja donde había dibujado al príncipe de los alebrijes.
-¿Qué dices que es? -preguntó el niño con curiosidad.
-Un alebrije.
Josefino ya había escuchado ese nombre en algún lado, pero nunca se le quedaba en la memoria. Alebrije... qué palabra tan rara.
-¿Y qué se supone que hace?
-Dan brillo y color al mundo -el niño no parecía muy interesado, a lo que Dinorah agregó-. También pelean contra... “ellos”.
-¿Quiénes son ellos? -de pronto sintió interés.
-No lo sé, justo cuando José Luis el alebrije estuvo a punto de decírmelo, desperté. ¿Quiénes podrán ser ellos? ¿Quién me lo podrá explicar?
-Quizá en una tienda donde vendan alebrijes te puedan decir.
-¡Por qué no se me habrá ocurrido antes! -dijo emocionada-: Podemos vernos en la tarde en el kiosco de la plaza principal.
A su Josefino le parecía una locura, sin embargo, le gustaba mucho estar en compañía de su amiga, ¡y cualquier pretexto es bueno para salir y comprar una nieve de sabor!
La chicharra dando la hora de la salida sonó en la escuela, cuando la mamá de Dinorah pasó por ella, la profesora Tania las alcanzó para comentarle lo distraída que andaba el día de hoy. Ese es el problema con ser adulto, ¿a quién podemos consultar cuando el reino de los alebrijes corre peligro?. Caminar por las empedradas calles de Tepoztlán es siempre un gran placer, el cielo estaba despejado y el calor no era sofocante. Uno siempre puede alzar la vista y mirar con admiración el cerro del Tepozteco, tan grande y majestuoso que pareciera haber sido construido por gigantes, o uno puede escuchar el agradable bullicio de las calles, los restaurantes y cafés siempre con los mismos comensales, y algunas temporadas, llenos de turistas de todas las partes del mundo, en cualquier calle se puede escuchar la calma y la alegría; en cada tienda de artesanía; en cada panadería o confitería uno no hace más que sentir el calor humano de la gente y la sensación de encontrarse en un lugar maravilloso ¿quién sería tan desalmado para destruir la paz y la tranquilidad?
-Dinorah, me acaba de contar tu maestra que hoy no pusiste mucha atención a la clase -dijo su mamá-. Supongo que el sueño te dejo impactada, pero debo de darle la razón a tu padre. Los sueños son sólo eso, sueños. Nada que haya ahí es real o puede hacerte daño.
-Pero quiero saber quiénes son “ellos” -lo decía con verdadera angustia-, si puede existir algo tan terrible que odie la paz, la alegría y en especial a los alebrijes.
-Eres una niña muy considerada, pero yo creo que los alebrijes pueden defenderse por ellos mismos, así que no te preocupes más por ellos.
-Bueno, ¿pero en la tarde puedo ir con Josefino a la plaza, y preguntar en las tiendas en donde venden alebrijes, si hay una manera de ayudarlos?
-¿Después de que la profesora me contó de tu mal comportamiento el día de hoy? -afortunadamente su madre era comprensiva con todo lo mágico y místico a lo que contestó-: bueno, cuando termines de hacer tu tarea veremos.
Siempre que salían de la escuela, pasaban directamente al bazar de su madre, se encontraba en una especie de túnel, donde había más basares, ya sea de ropa, joyería o pequeñas fondas. Cualquiera que pasará veía inmediatamente las fuentes que adornan los negocios, o alguna gigantesca geoda, o el fuerte aroma de algún incienso. Dinorah al llegar al bazar de su madre se sentaba en un banco junto a una mesita, en la cual se ponía a hacer sus deberes. Mientras su madre atendía o se ponía a leerle la fortuna a una amiga.
«Un hombre muy atractivo se te aparecerá el día del carnaval» le decía a una. «¿En serio?» contestaba ésta. «Sí, será al final del desfile, tendrá los ojos azules y una frente amplia, provendrá de una tierra lejana», «¿París?» preguntaba a la adivina, «cerca, muy cerca» le contestaba.
Dinorah interrumpió la actividad adivinatoria de su madre, para avisarle que ya había acabado con sus deberes.
-¡Ya termine!
-Bueno, puedes salir, pero regresa a casa antes de las seis.
Encontró la plaza tranquila y medianamente poblada, aunque comenzaban los preparativos para la fiesta del carnaval, estaba igual de pacífica que siempre. Miró hacía el kiosco y descubrió a su amigo Josefino sentado en las escaleras.
-¿Estás listo para comenzar la búsqueda? -dijo la inquieta niña.
-Creo que debemos preguntar en la gran tienda “El Recuerdo”, uno de mis hermanos me dijo que es la tienda que tiene los mejores alebrijes.
-¡Perfecto!
Y se dirigieron a la famosa tienda, que era una muy bonita casa llena de toda clase de artesanías, desde máscaras, pulseras, esculturas de barro, juguetes tradicionales de madera, y sobre todo, alebrijes: los había de todos los tamaños, colores y formas, unos eran gigantes reptiles con motas floreadas y de los colores más vistosos que se puedan ver, otros eran puercoespines con espinas coloreadas, otros eran gigantescas aves, ranas, peces, caballos... en fin, no existía cosa o animal que no pudiera ser un alebrije. Para su sorpresa, vio el alebrije más grande e imponente que estaba en exhibición , ¡y era nada más y nada menos que José Luis el alebrije de sus sueños! Se quedo sorprendida y lo miró fijamente.
-¡Mira Josefino, es él, José Luis!
Y se quedo consternada, mirando fijamente la hermosa artesanía, cuando una aún más hermosa joven se les acercó.
-¿Puedo atenderlos en algo? -dijo con una sonrisa.
Era Amanda, la persona que siempre estaba atrás del mostrador, Dinorah al verla se dijo «¡Qué hermosa es! Cuando crezca quiero ser igual de bonita que ella» la joven tenía la piel acanelada, su cabello era castaño y ondulante, su rostro era más bonito que el de la virgen de la Natividad, y siempre atendía sonriendo. No siempre atendía la tienda, formaba parte de una compañía de teatro. Cualquiera que la veía en el escenario quedaba prendado de ella y decía “brilla como una estrella” o en las pastorelas llegaban a decir que no habían visto nunca una virgen María tan hermosa.
-¡Sí señorita, quiero ese alebrije!
-¡Bueno! -luego Amanda dijo con aprehensión-, pero temo decirte que cuesta mucho dinero, ¿llevas en la bolsa la cantidad que está marcada en el papel?
Vio el papel que indicaba el precio y... ¡Vaya que sí era caro!
-Lo siento señorita.
-¡Puedes decirme Amanda!
-Bueno, señorita Amanda, resulta que no tengo dinero, ¡pero le diré a mi papá que me lo compre! Porque se llama José Luis, igual que él.
-¿El alebrije se llama José Luis? -Amanda la miró con ternura y contestó-. Una niña tan dulce merece que le regalen el alebrije que ella pida.
De pronto sonaron las campanas de la entrada de la tienda, y apareció un joven pelinegro, con guitarra en mano, tocando una suave melodía que parecía ser una serenata. Era Andrés, uno de los tantos enamorados de Amanda.
-Amanda, en esto veo la gracia de Dios -interrumpió el enamorado.
-¿En qué, Andrés? -contestó Amanda, conociendo aquel fragmento de La Celestina, un clásico de la literatura Hispana.
-En dar poder a natura de tan perfecta hermosura -respondió Andrés haciéndose pasar por Calisto mientras imaginaba que Amanda era su Melibea.
La joven pareja se quedó en un incómodo silencio, mirándose un largo rato, hasta que Dinorha se impaciento, y preguntó:
-¡Señorita Amanda! ¿Los alebrijes tienen enemigos?
-¿Perdón? -dijo desconcertada.
-¿Eh? Veo que tienes clientes, no te preocupes yo me encargo -Y Andrés a quien le gustaba mucho inventar historias empezó a narrar-: Bueno, para empezar, los alebrijes son seres hechos de papel o madera, ¿y qué es la cosa a la que podría ser vulnerable un alebrije?
-¿El agua? -dijo Josefino.
-No.
-¡El fuego! -respondió Dinorah.
-¡Exacto! ¡El fuego! - y después continuó-: Esto lo digo, porque hace muchos años, en estas mismas tierras, existía un monstruo que echaba fuego y tenías forma de perro, su nombre era Xólotl y era el hermano malvado de Quetzalcóatl. Xólotl iba acompañado de su ejército de Nahuales: seres que se pueden transformar en cualquier animal. Tanto él como su ejército odiaban la luz y el color. Agobiados por la situación, los dioses le pidieron a Quetzalcóatl que detuvieran a su hermano, el problema es que no tenía un ejército, así que decidió crear a los alebrijes, ellos serían los guardianes de la luz y el color y ayudarían a Quetzalcóatl a luchar contra su hermano. La lucha fue épica y encarnizada, fue tan pero tan violenta, que al final solo quedaron Quetzalcóatl y Xólotl. Quetzalcóatl al ver el gran tamaño de su rival, dejo que se lo comiera vivo, Xólotl se lo trago de un bocado, afortunadamente sobrevivió al llegar a su estómago, y con una navaja de obsidiana le provocó un gran malestar, que Xólotl no tuvo más remedio que rendirse, y en castigo por sus fechorías, fue aprisionado en las profundidades de la tierra. Cuando el pueblo fue habitado por humanos, Quetzalcóatl les pidió a todos los artesanos que crearán alebrijes para que el pueblo estuviera siempre seguro.
A los niños les gusto tanto la historia que aplaudieron con alegría. Al salir de la tienda (porque querían dejar a la joven pareja a solas) Dinorah, se encontraba un poco feliz, ya sabía a quiénes se refería José Luis, el problema ahora es que no sabía como detener la amenaza.
Después de cenar una concha y un chocolate caliente, volvió a soñar con el mundo de los alebrijes, parecía menos alegre que como lo recordaba. Lo vio muy solitario y se sintió muy triste. Al caminar por los desolados cerros miró hacia el horizonte y; de pronto, su corazón se lleno de emoción al ver a lo lejos la imponente y colorida figura de José Luis. Corrió como si fuera una gacela para encontrarse con su amigo. Lo encontró muy serio y meditabundo.
-¡Niña! ¡Qué haces aquí! -reprendió el príncipe de los alebrijes-. Este no es un lugar seguro, “ellos”, los nahuales, están merodeando por todo el cerro. Trépate a mi lomo, te llevaré a conocer al ejercito que acabo de conformar.
Y se fueron volando hacia una pequeña planicie donde estaba el increíblemente colorido ejército de alebrijes, muy disciplinados y bien formados, se encontraban esperando las órdenes de su líder, el príncipe José Luis. Al aterrizar, un alebrije en forma de puercoespin se le acercó.
-¡Señor! El enemigo se encuentra cerca, estamos esperando sus ordenes.
-¡A ti te llamaré Toño! -la niña no pudo aguantar las ganas de ponerle un nombre a otro alebrije.
-¡Ja, ja, ja! Toño... me parece un nombre excelente -rió José Luis, después agregó con seriedad-. Esperaremos a que el enemigo se acerque, cuando esté lo suficientemente cerca, esperen mis ordenes para lanzarnos a la batalla.
-¿Y su invitada estará segura?
-Ella nos será de mucha ayuda en “el otro lado”.
-¡Oh! Entiendo, entiendo.
Mirando un poco más allá del campo de batalla, se lograba ver una gran sombra que cubría el horizonte, eran los nahuales, quizá no muy diferentes en esencia de los alebrijes, también tenían forma de animal, sólo que ellos no eran más que sombras, sin el colorido y bondad de los alebrijes. Dinorah sintió miedo al verlos.
-¡Qué haremos José Luis, son demasiados!
-No te preocupes mi niña, si los dioses nos favorecen, ganaremos la batalla hoy. Pero si perdemos, necesitaremos refuerzos. Así que te pediré de favor, que en dado caso de que no ganemos, les digas a los humanos que creen más alebrijes, es bien sabido que si un alebrije es creado en el mundo humano, aparecerá también en nuestro mundo. La hora se acerca, prepararé el ataque.
José Luis, volteó a ver las filas de su colorido ejercito, y con su gran voz les dijo:
-¡Hermanos! Los rumores desgraciadamente son ciertos, Xólotl ha despertado una vez más y también sus hijos, nuestra misión es proteger la luz y el color del mundo, así sea con nuestras vidas; sé que los dioses no socorrerán para garantizar nuestra victoria, sólo resta decir ¡a la carga!
Y el ejercito de alebrijes rompió filas al escuchar el grito de guerra, Dinorah se quedó en la planicie mientras veía a los demás alebrijes luchar contra los nahuales en una épica batalla, en la distancia sólo se lograba apreciar una gran mancha de color pelear contra otra mancha de sombra, desgraciadamente la mancha de sombra se hacía cada vez más grande, cubriendo todo el horizonte. Fue entonces cuando un agobiante pensamiento llegó a su cabeza: ¡Los alebrijes iban perdiendo la batalla!
Poco tiempo después, José Luis regresó a la planicie, se veía adolorido y lastimado, ¡a Dinorah casi se le rompe el corazón!
-Niña, será mejor que regreses a tu mundo y nos ayudes, díles a los humanos que creen más alebrijes para que vengan a ayudarnos.
-¡Pero cómo voy a poder hacer eso!
-Despierta y regresa a tu mundo, ¡el mundo de los alebrijes corre peligro!
A lo lejos vio a un gigantesco perro cubierto con llamas, era Xólotl, capaz de lanzar grandes llamaradas de fuego, la imagen fue lo suficientemente horripilante para que la niña sobresaltada despertará en su cama.
En la mañana, ya adentro de su salón de clases, se escuchaba el jubilo de los niños, la maestra no llegaba y los niños podían hacer lo que quisieran, todos parecían felices, menos Dinorah, que seguía preocupada por no saber cómo ayudar a los alebrijes. Se hubiera puesto a llorar de no ser por que vio entrar en su salón a Amanda. De un inmenso escándalo se quedaron en silencio al ver a la hermosa joven, era como si un ángel se hubiera aparecido de la nada del salón, algo no muy lejano de la realidad ahora que lo pienso.
-¡Hola niños! Mi nombre es Amanda y soy sobrina de la profesora Tania, vengo a sustituirla por hoy porque tuvo un compromiso, ¡así que saquen su libro de lecturas, nos vamos a poner a leer!
Dinorah pensó que su día no sería tan malo, Amanda era divertida y dulce; siempre se le ocurrían actividades divertidas y se sabía miles de historias, estar con ella era como estar de fiesta, a pesar de todo, Dinorah se seguía sintiendo preocupada.
Llegó la hora del receso, así que la niña se acercó a su profesora sustituta.
-¡Hola Dinorah! No sabes la sorpresa que tuve al ver que estabas en el grupo de mi tía.
-¡Hola señorita Amanda! A mi también me da mucho gusto verla.
-¿Y cómo has estado? ¿El mundo de los alebrijes ya se encuentra mejor?
-No -contestó con tristeza-, es de eso de lo que quería hablarle.
-No me digas, tendré que regañar a Andrés por contar historias tan feas.
-¡No, no, no!, él no tiene la culpa -y Dinorah se puso a relatar su sueño, al terminar dijo-: y no sé que hacer para ayudar a los alebrijes, me dijeron que les dijera a los humanos que crearán más alebrijes para que los ayudaran a pelear contra los nahuales de Xólotl, pero ¿cómo puedo decirles a la gente que se ponga a crear alebrijes?
Conmovida por el relato, a Amanda se le ocurrió una gran idea.
-¡Ya sé! Después del recreo les pediré a los niños que se pongan a dibujar alebrijes.
-¡Qué buena idea Amanda! También habrá que pedirles que los hagan a prueba de fuego.
-Sí, lo serán.
Dinorah de la emoción abrazó a Amanda. Así que al terminar el recreo, los niños, con plumas, lápices, colores, plumones, pinturas y crayolas, se pusieron a dibujar los más coloridos y vistosos alebrijes que su imaginación les permitía crear, de alguna manera, todos los niños del mundo dibujan alebrijes sin saberlo, porque los alebrijes viven en el mundo de los sueños.
Fue tanta su felicidad, que en la tarde, mientras su mamá le leía la fortuna a una de sus amigas, fue a la tienda “El Recuerdo” para ver a José Luis y contarle lo que acababa de pasar. Al entrar a la tienda notó que ahora el que estaba atendiendo era Andrés, quien estaba sentado en el mostrador, siempre con guitarra en mano, improvisando alguna canción.
-¿Ahora tú atiendes?
-Hay que trabajar de vez en cuando.
Su felicidad volvió a decaer, porque por más que miraba y buscaba, no encontró al alebrije José Luis.
-¿Y José Luis?
-¿Quién es José Luis? Yo tenía un profesor en la preparatoria que se llamaba así, le apodábamos “el chinelo”.
Dinorah por más que veía por todos lados, no encontraba a su alebrije favorito, así que con lágrimas en los ojos, se marchó de la tienda. Dejando al pobre Andrés hablando solo.
En la noche, Dinorah estuvo inapetente, no quiso comer su pieza de pan de dulce ni su chocolate caliente, y su cara reflejaba una tristeza difícil de ignorar.
-¿Qué te pasa cariño? ¿Te paso algo en la escuela?
-No mamá, la maestra no vino y la sustituyó mi amiga, la señorita Amanda, ella es muy bonita, es sólo que, sólo que -y en ese momento se volvió todo un mar de llanto-. ¡Se llevaron a José Luis, mi Alebrije!
Siguió llorando desconsolada en el regazo de su madre.
-Vamos, mi amor, las cosas van y vienen, ponte a pensar que ahora José Luis está con una familia que lo quiere, anda, deja de llorar.
Y siguió así, hasta que llegó su padre, por aquellos días llegaba tarde a casa, debido a sus prácticas con su grupo de la danza de los chinelos, ya pronto sería el carnaval. Aún traía puesto el traje y la máscara, en uno de sus brazos llevaba una caja.
-Ahora mujeres -se quitó la mascara, ¡increíble!, seguía siendo un chinelo y dijo-. ¿Por qué tanto drama?
-¡Papá, papá, se llevaron a mi alebrije!
-¿Se llevaron a tu alebrije? ¿No será de casualidad éste?
Y cuando abrió la caja, no podía creer lo que veía, ¡era el alebrije José Luis!
-De repente, me dieron ganas de comprar un alebrije -explicó el barbón y rosado padre, como chinelo- así nomas, el joven me sugirió el que ven aquí, curiosamente era un exalumno mio, me dio gusto saludarlo.
Y las lágrimas de Dinorah se volvieron lágrimas de felicidad.
-¡Papá, papá, es José Luis!
-Claro que soy yo.
-¡No, así se llama el alebrije! -gritaba de la emoción-. ¿Me lo puedo quedar?
El padre tenía planeado dejarlo como adorno en el librero, pero al ver a su hija llena de felicidad sosteniendo la colorida figura, le dijo:
-Bueno, está bien, sólo si prometes cuidarlo mucho.
-¡Sí, lo prometo!
Siempre llega la hora de dormir, el momento que ansiamos después de un arduo trabajo, o de un ajetreado día de escuela. Llega más pronto para los niños. Dinorah volvió al país de los alebrijes, vio más solitario el lugar, más que la vez pasada, miro hacía el cielo y logró ver a José Luis volando en círculos, se acercó a ella aterrizando con elegancia, Dinorah lo recibió con un gran abrazo.
-José Luis ahora eres mio.
-Gracias, niña, los alebrijes que vinieron nos ayudaron a ganar la batalla, ¡dudo mucho que el mismo Xólotl vuelva a aparecer!
Aparecieron todos los alebrijes que estaban escondidos entre los matorrales y le dieron muchas hurras a Dinorah, la celebración fue interrumpida cuando apareció a lo lejos Xólotl, ya sin su ejército de Nahuales.
-¡Ni creas que me has derrotado sucio alebrije! -vociferó la inmunda bestia llameante-. Derrotaste a mi ejército, ¡pero yo todavía puedo quemarlos!
-Creo que viene la batalla más dura de todas muchachos, bueno ¡a la carga!
-¡Espera! yo me encargo -interrumpió Dinorah.
-¡Pero niña!
-No se preocupen, sé lo que hago, pero antes quiero ver a Toño.
-¡Aquí estoy! -dijo el simpático puercoespin.
-Perdóname por lo que te voy a hacer.
Dinorah le arrancó unas cuantas espinas, que ocultó en su espalda, el pobre Toño soltó un grito de dolor. La valiente niña se acercó a la bestia llameante.
-¡Qué puede hacer una criatura tan insignificante como tú! ¿No sabes que puedo comerte de un sólo bocado?
Y sin desperdiciar un segundo, la bestia se la trago de un bocado, cabe aclarar que las bestias no tienen el buen hábito de masticar, todos los alebrijes se quedaron sorprendidos, «¡pobre niña!» decían. Xólotl comenzó a regocijarse de la victoria, mientras los alebrijes lamentaban la perdida de su amiga, pero pronto las carcajadas del monstruo se transformaron en llanto, Xólotl empezó a sentir un horrible dolor de estómago, ¡qué ingeniosa era Dinorah! Se había metido a propósito en el estómago del animal para provocarle malestar en su barriga, lastimándolo con las espinas del alebrije Toño. ¡Como en la leyenda que le contó Andrés! Xólotl no tuvo más remedio que escupir a Dinorah y caer rendido, fue así como los alebrijes volvieron a aprisionar a la bestia por otros miles de años más. La paz volvía reinar, y el colorido regresó al país de los alebrijes.
La semana siguiente fue de carnaval, ¡qué otra festividad puede estar acompañada de luz y color! Ya sea con el sin igual baile de los chinelos, qué el padre de Dinorah bailo con mucha alegría, con las calles tapizadas de confetí y papel maché, con la gente vestida de todos los colores habidos y por haber, con las sorprendentes máscaras, con los juegos pirotécnicos adornando la bóveda celeste, como estrellas, o con los colores de los deliciosos dulces. En aquel carnaval se divirtió como nunca junto con su familia. También vio a Amanda, vestida con un hermoso vestido tradicional, acompañada de Andrés, muy juntitos los dos.
¿Y José Luis, el alebrije? Él se encuentra en la recámara de Dinorah, está ahí para protegerla en sus sueños, y siempre que quiera, viajar al país de los alebrijes.
Así que querido lector, aunque el país de los alebrijes está seguro por ahora, no está demás crear o comprar uno, para que nos proteja mientras durmamos. Un alebrije es un aliado y un amigo para toda la vida.

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