Bienvenidos
hijos mios, bienvenidos a la máquina
Sobre
aquellas calles oscuras y sucias, donde el alumbrado público apenas
logra iluminar algo, las luces de neón de un local lucían
tenebrosas y lúgubres, aun así, el local estaba lleno, y una chica,
con lentes imitación de carey estaba apoyada afuera en un farol,
quizá esperando a su hombre -como ella decía-, quizá esperando a
sus amigas, o quizá esperando a una bola de inadaptados o todo eso
junto.
Luisa, la muchacha recargada en el farol, parecía a lo lejos un
chico muy guapo, por su cabello corto y sus ropas un tanto holgadas,
sin incluir la nula iluminación, cualquier caballero se hubiera
sentido sobresaltado al sentirse atraído por un aparentemente chico
muy bello, afortunadamente, si se acercaba un poco, se sentiría
aliviado de que lo que creía que era un joven, resultaba ser una
(físicamente) simpática chica, lo único que la afeaba un poco, era
el acné que tenía en la mejilla derecha.
En
aquellas ruinosas calles, desiertos pavimentados, llenos de perros
callejeros y rodeados de un predio de casas de cartón, abundaban,
por aquellos días, los grandes salones de recreativas, también
llamados arcades, también
llamados maquinitas. Antes, durante y al final del día, los
bachilleres corrían a los ya nombrados establecimientos, a gastar el
poco cambio que les sobraba, para tener una breve distracción de la
cruel cotidianeidad. ¿Quién no se gastaría sus centavos por ser
durante unos minutos el soberano del combate, una nave espacial
destruyendo asteroides, un ser antropomórfico que come pastillas en
un laberinto, y que persigue y es perseguido por fantasmas, que al
parecer, quieren hacer pagar al ser por su glotonería? En pocas
palabras ¿a quién no le gustaría jugar a ser Dios aunque sea un
rato?
Llegó Aldo, su novio, acompañada
de Polanco su mejor amigo, era toda una tradición salir al salón de
recreativos después de clases, cabe mencionar que el establecimiento
se llamaba “La Mazmorra” escrito con chillonas luces de neón.
Afuera el ruido era muy perceptible, una mezcla de pitidos, blips,
voces digitalizadas y demás efectos sonoros salidas de las bocinas
de las maquinas.
-Me
enteré que hoy iban a poner una nueva máquina -dijo Polanco mirando
desde sus ojos verdes con envidia a Aldo y Luisa juntos-, parece ser
una novedad, bueno, es lo que dicen, aquí hay máquinas de cuando
iba a la primaria y son la gran novedad para todos.
-No creo que se atrevan a poner un nuevo juego -contestó Aldo
abrazando a su chica de la cintura-, lo que deja son las máquinas de
baile, las pornográficas y, sobre todo, las de pelea. Es riesgoso
poner un nuevo juego si no se tiene la garantía de que se gaste en
él.
-Pero, ¿recuerdas lo que decíamos sobre las máquinas de baile?
No contábamos con que les gustará tanto a las mujeres; de pronto
los salones se llenaron de chicas y jotos.
-Fue una inversión arriesgada, nadie está dispuesto a regalar el
dinero, primero tuvo éxito en un local, luego se corrió la voz y se
puso en otro, y luego otro, y así sucesivamente, los grandes
aciertos del entretenimiento electrónico tienen historias similares.
-¿Podrían dejar de parlotear y de una vez entrar a la
“mazmorra”? -interrumpió impaciente Luisa-. Ya quiero entrar a
jugar.
-¿No esperamos a los demás?
-Llegarán por su cuenta.
Al
entrar al establecimiento el ruido resultaba aturdidor, se podían
ver las largas filas de recreativas emanando una luz azulada de los
monitores que rebotaban en el rostro del jugador, la iluminación era
pálida y estéril, algunas personas jugaban con la crane
game o con aquellas máquinas
traga perras importadas de china que eran las que producían los más
molestos pitidos. Luisa fue a la máquina de baile, y Aldo y Polanco
se dirigieron a su habitual partida en el juego de peleas. Todos
pasaron por alto la nueva máquina que se encontraba escondida en una
cortina de terciopelo y que tenía un curioso letrero, “fuera de
servicio (en estado experimental)”.
Luisa se quito su ancho abrigo y lo
colgó en la barra que se encontraba en la máquina de baile, dejando
ver sus muy ocultas siluetas femeninas y su camiseta con un horrible
estampado de “Harry Potter” dando a entender que le gustaba la
(mala) literatura fantástica, por lo general también llevaba
camisetas con estampados de ilegibles kanjis
o algo referente al japón, como la mayoría de los comensales de “la
mazmorra”.
-¿Me dejas seleccionar la canción? -le dijo a su compañero de
juegos, su exnovio Oliver quien le resulto ser homosexual, aquello
sonó más a orden.
-Sí, seguro -contestó sumisamente.
Echó su moneda a la ranura, y con los pies seleccionó la pista
con la que iban a “bailar”, de las bocinas surgió una melodía
de pésimo gusto, una pretensión de música orquestada combinada con
la más asquerosa tonada de introducción de animé nipón. Los
jóvenes desde sus lugares comenzaron a interpretar su coreografía,
siempre atentos a las ordenes del monitor que les indicaba en que
botón meter el pie. Al final tuvieron una puntuación alta que les
permitió obtener un crédito más.
-Luces muy linda hoy -dijo Arturo, su más desesperado enamorado,
se encontraba como siempre, atrás de ella, viéndola, acechándola.
-¿Un juego más Oliver? -dijo ignorándolo deliberadamente.
-Como quieras.
-Espera, yo tomaré tu lugar -interrumpió Arturo.
-¡Arturo!, tú no sabes jugar.
-Nunca lo he intentado, a lo mejor soy bueno.
-Iré por un refresco, buena suerte a los dos -nadie prestó
atención a Oliver.
La joven miró con desprecio a su patético pretendiente, después
sin voltear a verlo o dirigirle alguna palabra, seleccionó un tema
con la dificultad máxima, ella no era muy experta como para elegir
la coreografía con mayor reto, simplemente quería molestar al
indeseable individuo, total, aunque ella no logró anotar la
puntuación mínima para ganar un crédito extra, al menos tenía la
satisfacción de que el segundo jugador estaba haciendo el ridículo
intentando descifrar los rebuscados comandos que la máquina dictaba,
pronto esa satisfacción se convirtió en vergüenza: de verdad
resultaba cómico ver al pobre Arturo intentar “bailar”, el pobre
cayó más de dos veces y con las manos intentaba pulsar los botones
que se encontraban en el piso, todos los presentes en el
establecimiento se morían de la risa, Luisa comprendió que no era
necesario poner un tema con dificultad máxima para humillar a su
enamorado, bastaba con un tema que hasta un niño podría pasar, para
poner en vergüenza a Arturo.
Todos aplaudieron ante el ridículo de Arturo, y Luisa, toda
ruborizada de la pena, con odio reprendió:
-Hazme un favor, vuelve a tus máquinas de pinball, ¡y no vuelvas
a poner un pie en la máquina de baile! ¿Me oíste?
-No es para tanto preciosa yo...
-¡Largo!
Obediente como un galgo, se fue a jugar a las máquinas de pinball.
Luisa no tuvo más remedio que meter una moneda más en la ranura,
aunque ya no le quedaban muchas ganas de jugar.
Solitario en la maquina de los flippers, la pelota y los
rebotadores que al chocar la pelota de acero con ellos marcaban los
puntos, Arturo intentaba desahogar su frustración. Amaba a
Luisa con locura, pero sabía que ella nunca le correspondería,
aparte era la novia de Aldo y parecían los dos quererse mucho, al
grado de ser inseparables, pasaban toda la tarde juntos, Aldo siempre
la escoltaba de ida y de regreso a su casa, era uno de esos tantos
amores que parecían eternos, para toda la vida.
Leopoldo, otro asiduo jugador de videojuegos, que estaba vestido
con una camiseta de un color rosa mexicano y con una boina a cuadros,
se acerco a su enajenado amigo que estaba intentando reprimir su mal
de amor jugando al pinball.
-¿Todavía no llegas a máxima puntuación?
-¿Y si llegara tendría el amor de Luisa? -respondió con otra
pregunta, muy absurda por cierto.
-¡Ja! Te volvió a dar calabazas, fueron geniales tus pasos de
baile -soltó una carcajada y agregó-, pero ya es una batalla
perdida ¿no te parece? ¿Para qué soportar más oprobios por una
mujer que ni siquiera los vale?
-Me niego a la resignación Leopoldo -decía mientras hacia la
pelota rebotar por todo el tablero y el vaho de un suspiro manchaba
la vitrina de la máquina-, sé que ella en el fondo me quiere, tengo
la teoría de que sólo es cuestión de tiempo para que ella caiga en
mis brazos.
-Soñar no cuesta nada -le dio un sorbo a el refresco que tenía en
la mano, después respondió-. ¿No has visto la nueva máquina?
Apenas llegó y ya tiene un letrero que dice fuera de servicio.
-Sospecho que es una máquina de print clubs que son tan
populares en el país de los samuráis y el pescado crudo.
La pelota cayó al vacío, la máquina registró la puntuación,
superó por unos cuantos miles de puntos el resultado de la partida
de ayer.
-Debemos saber de qué se trata la nueva máquina.
Hay días en los que lo que menos importa es quién gane la
partida, lo único que importa es gastar dinero, y llenar
momentáneamente el vacío que deja un día rutinario, así eran las
partidas de Aldo y Polanco, al menos aquel día, no se trataba de
demostrar cual de los dos era mejor jugador, era simplemente
distraerse de la realidad. La pantalla anunció al ganador.
-¡Pinche trabador! -protestó Polanco.
-Todos mis movimientos son legales.
-Pura pinche patada baja.
-¿Y el especial que te apliqué puto?
-Vete a la verga.
Polanco sintió curiosidad por la máquina oculta bajo una cortina
de terciopelo, también llegó, como muchos, a creer que era una
máquina para sacar fotos instantáneas.
-Aldo, ¿no sientes curiosidad por la nueva máquina?
-Si no es la nueva secuela de nuestro juego no me importa, y cómo
no estoy seguro de si es o no es, iré a preguntar, ¿alguien quiere
aprovechar mi crédito?
Leopoldo, Arturo, Aldo y Polanco, se quedaron viendo la misteriosa
atracción, sorprendidos notaron un resplandor azul emanando adentro
de las cortinas de terciopelo, se parecía más a un telón de teatro
guiñol que a una recreativa. El resplandor desapareció y de la
máquina salio el dueño del establecimiento, el señor Morán. Quizá
la mejor manera de describir su semblante a la hora de que abandono
la máquina, sería el clásico cliché de “parecía haber visto un
fantasma”, fue por eso que todos se asustaron al verlo.
Morán era un señor canoso de más de cuarenta años, no muy alto,
de piel garapiñada y con una gran nariz carnosa. Siempre vestido de
manera informal, con una camiseta gris y unos pantalones de mezclilla
rotos, muchos no lo sabían, pero era ingeniero mecánico.
-Señor Morán, ¿es esa su nueva máquina de instantáneas?
-preguntó desconcertado Aldo.
El dueño de “la mazmorra” no contestó, tenía una mala cara y
no paraba de tocarse su pelo lleno de canas. Desconcertado al darse
cuenta que le estaban hablando contestó.
-¿Disculpen?
-Señor Morán -dijo Polanco-, queremos saber de su nueva máquina
y del por qué si es nueva, está fuera de servicio tan pronto.
-Lo siento muchachos, no quiero hablar de eso en estos momentos.
-¡Por favor díganos! -protestaron todos.
Morán miró a los demás parroquianos, todos estaban absortos en
sus asuntos.
-Miren, la siguiente máquina es única, no la importe de ningún
lado, es creación mía.
-¿Y qué procesador usa, cuántos RAMs de memoria tiene, de
cuántos bits es, qué tarjeta gráfica y de sonido usa? -interrumpió
Aldo.
-No es una máquina como la que tú crees -respondió Morán-. Es
algo muchísimo más complejo: Siempre he tenido desprecio por su
vicio hacia los juegos electrónico, pero al no tener empleo de lo
que estudié, puse mi negoció de “maquinitas”, se gana bien y yo
solo le doy mantenimiento a las cabinas de juego, pero al ver todos
los día sus rostros de enajenación, quise crear una máquina que
por fin le diera verdadera satisfacción al usuario, que realmente
hiciera sus sueños realidad. Así que me puse a trabajar en mi
invención, la invención de Morán.
Y con orgullo señaló a una placa dorada que tenía inscrita las
siguientes palabras: “Generador Onírico del Ingeniero Israel Morán
Castillo aka la invención de Morán” y entre paréntesis tenía la
siguiente leyenda, puesta al enterarse de que en una oficina de
patentes de Argentina tenían registrada una invención con un nombre
similar: “No confundir con la invención de un tal Morel”.
-¿Podemos probarla? -preguntó Polanco
-Lo siento, he creado una abominación, creo que debe desaparecer.
-¿Entonces por qué rayos la puso?
-En un principio creí que era una buena idea, pero resultó ser el
peor invento del mundo.
-¿Entonces no funciona?
-¡Claro que funciona! Es sólo que... -y vislumbró Morán una
idea-, saben qué, mañana en la noche estará a disposición del
público, quiero que sean los primeros en probarla.
El señor Morán se retiró, dejando a los jóvenes mirando la
extraña cortina que ocultaba la más fantástica invención que se
pudieran imaginar.
-Aldo... podemos ya irnos -dijo Luisa cansada-, mi mamá me va a
matar si no llego en este mismo momento a casa.
Todos ese día se quedaron con la angustiosa necesidad de probar la
nueva máquina.
La joven pareja mientras viajaban juntos en el tren subterráneo,
comenzaron a platicar:
-Debe ser un fraude la máquina del señor Morán -comentó Aldo
mientras abrazaba a Luisa-, yo podría programar un juego muchísimo
más complejo y divertido que la máquina de Morán.
-¿Viste el nuevo juego?
-No... pero seguramente debe ser una cosa sencilla y monótona, fue
hecha por un ingeniero mexicano.
-Y cuando tú seas ingeniero, ¿no crees que también ningunearan
tus inventos por el simple hecho de ser mexicano?
-Mi máquina será mejor -se dijo así mismo Aldo, sin saber en
realidad lo que estaba diciendo.
*
Al siguiente día, al caer la noche, todos se mostraron
impacientes por probar la máquina de Morán, pero el señor
argumentó que ya tenía a sus “testers” oficiales y ellos serían
los que comentarían sus impresiones antes de que su invento sea
abierto a todo el público. Cuando llegaron Aldo, Luisa y Polanco al
local, notaron que ahora el foco de atención ya no eran las comunes
máquinas de juego, sino la nueva y única invención del señor
Morán.
-¡Jóvenes! Los estaba esperando, ¿quién se atreve a probar mi
nueva máquina?
Aldo sentía mucha curiosidad, pero decidió contenerse, Luisa era
indiferente ante la extraña máquina, Polanco, un poco más decidido
y atrevido dijo:
-Yo probaré la máquina señor.
-¡He aquí un hombre valiente!
El joven se acercó a la cabina, sentía un escalofrío estrepitoso
proveniente de ningún lugar, la demás gente reunida sentía
impaciencia ante la indecisión de Polanco, cuando caminó con
parsimonia hacía la cabina, sentía como si la máquina lo fuera a
tragar, cerró las cortinas de terciopelo, y de pronto vieron un
resplandor azul a través de ellas.
-¿Estará bien? -preguntó preocupado por su amigo Aldo.
-¡Claro que estará bien!
La gente se quedo estupefacta, esperando a que saliera el valiente
conejillo de indias. Mientras tanto, Arturo y Leopoldo acababan de
llegar.
-¿Qué sucede? -preguntó anonadado Arturo.
-Polanco acaba de entrar a la estúpida máquina de Morán
-contestó Luisa.
-¡Maldición! Yo quería probarla primero.
-Nadie se atreve a probarla -comentó Aldo-, quizá después de que
salga Polanco tengas tu turno.
-¿Alguien sabe qué rayos hace la máquina? -interrogó Leopoldo.
-Nadie sabe qué hace la máquina.
Los poco minutos que Polanco estuvo adentro de la invención de
Morán, estuvieron repletos de tensión y suspenso, todos querían
saber la función de la misteriosa máquina, y de ella surgió su
extraño resplandor azul, Polanco salió de la cabina, sus ojos
verdes parecían grises de la impresión, la gente lo vio con
extrañeza e inmediatamente armaron un escandalo, todos interrogaban
al mismo tiempo.
-¡Vamos hijo! ¡Cuéntales sobre la máquina! -alardeó Morán.
Al mirar los rostros impacientes de los demás, solamente dijo.
-Es increíble.
Polanco quiso desaparecer la impresión que le causó la máquina,
alguien le comentó que no hay nada mejor que comer un pan después
de un susto, recordó ese viejo remedio e inmediatamente se dirigió
a la panadería que estaba enfrente, esquivando a toda persona que se
le acercaba para preguntarle sobre la máquina.
-¿Alguien más quiere hacer una prueba?
Inmediatamente Arturo alzó la mano y entró con emoción a la
insólita cabina.
-Iré a ver a Polanco -dijo Leopoldo-, tengo el presentimiento de
que tiene algo interesante que decirnos.
-Después los alcanzo -contestó Aldo-. Quiero aguardar mi turno.
-¿Entrarás a esa cosa? -dijo aprehensiva Luisa.
-Puede que sea un gran invento, antes quisiera ver la impresión de
Arturo.
Leopoldo encontró a Polanco mordiendo tímidamente una pieza de
pan de dulce, sentado en el asfalto, cerca de la entrada de la
panadería.
-¿Y cómo te fue con la máquina Polanco?
Mientras comía su pieza de pan, miró de manera amenazante a su
amigo.
-No me lo vas a creer, no sé exactamente que hay adentro de esa
cosa, desafía toda lógica, sencillamente no tiene sentido, Morán
es un maldito loco -dio una pequeña pausa y continuó-. Es que... ni
yo puedo creerlo, una vez que entras a la cabina, pareciera que
entras a un gigantesco salón envuelto en sombras, una cámara oscura
del tamaño del mundo, eso no tiene coherencia, todos deducimos que
el tamaño de la cabina es ínfimo, de la entrada a la pared no pasa
de metro y medio de distancia, pero una vez dentro se desafía
cualquier ley de la física.
Y comenzó a narrar:
-De la nada apareció una pantalla azul que decía algo así como
“bienvenido hijo mio, bienvenido a la máquina” y después abajo
del título con letras chiquitas decía “deposite una moneda aquí”
señalando una ranura invisible, cuando puse la moneda, perdí el
conocimiento... fue raro, como entrar a otra dimensión... más bien
como soñar.
»Me encontré ahora envuelto en un tipo diferente de oscuridad, lo
raro es que ahora escuchaba el sonido de la lluvia, no fue hasta que
un rayo iluminó el cuarto en el que me encontraba que logré
vislumbrar mi ubicación, lucía como un departamento, pero me
intrigó que adelante de mí había un cuerpo acostado boca abajo. La
sensación se volvió más intensa cuando escuché que tocaban la
puerta muy fuerte, decían algo así como: “¡Somos la policía!,
¡abra la maldita puerta de una vez!” no supe como reaccionar, mis
ojos fueron acostumbrándose a la oscuridad, y con el siguiente
trueno, supe que el cuerpo tenía clavado un cuchillo en la espalda.
Había algo familiar en la silueta de la víctima.
Polanco hizo una breve pausa, provocando la desesperación de
Leopoldo.
-¿Y luego?
-Descubrí que el cuerpo era el de Aldo (al acercarme vi que
llevaba una de sus horrendas camisas de franela), y que yo,
probablemente era el asesino. Deduje que la policía me estaba
persiguiendo, ellos siguieron tocando la puerta y soltándome
amenazas “¡Abra la puta puerta de una vez! ¡Sabemos que estás
ahí!” Yo no tuve muchas alternativas, miré hacia una ventana, la
abrí, y quede contrariado al descubrir que me encontraba en un piso
muy alto. La sensación de vértigo fue abismal, ver las pequeñas
luces de los coches y la gente paseando como microbios, no tuve
alternativa, me trepé como pude a una pequeñísima viga e intenté
imaginar que era el increíble hombre araña.
»En la diminuta viga me arrimé como pude, el viento soplaba muy
fuerte, con infinito esfuerzo intenté avanzar a la siguiente
ventana, no sólo el viento jugaba en mi contra, el travesaño estaba
mojado y corría el riesgo de resbalarme, continué con todas mis
fuerzas, avanzando despacio, desafortunadamente escuché que
derrumbaron la puerta, debía darme prisa. La lluvia me daba en el
rostro, por lo que anduve a ciegas y avanzando con la fuerza de la
fe. En medio de la desesperación el oficial se asomó por la ventana
que había escapado, y me dijo: “queda usted arrestado, agárrese
de mi brazo y lo llevaremos ante la ley” el oficial extendió su
brazo, pero yo no me dejaría atrapar, a final de cuentas ¿era yo el
asesino? ¿Quién podría negar que tal vez me estaban inculpando de
un crimen? Yo no tengo motivos para matar a mi mejor amigo, a menos
de que...
-A menos de que tuvieras que matar por Luisa -respondió Leopoldo.
-No sé exactamente de qué sería capaz por el amor de Luisa, pero
conociéndome a mí mismo, supe que era perfectamente apto para
asesinar por una mujer. Intenté justificarme de manera desesperada
diciendo “¡Yo no lo hice! ¡No tienen pruebas!” y el oficial
contestó “Los vecinos escucharon ruidos, eras la única persona en
la habitación sin contar a tu amigo muerto, hay signos de violencia,
por favor ríndete” y yo totalmente enloquecido grité “¡No
pueden probarlo! ¡No pueden!”.
»Al seguir replegado a la pared, sostenido como podía de los
ladrillos del edificio, arrastrándome en la miserable viga que bien
podría ser la línea que dividía la vida y la muerte, terminé
resbalándome, casi caigo al vacío, mis manos apenas lograron
estibarse en el filo de la viga, aunque no supe cuánto podría
durar. Mis dedos poco a poco fueron perdiendo fuerza y se resbalaban
con la humedad. En un esfuerzo por sobrevivir, me di cuenta de que
podía entrar a una habitación del piso de abajo si me columpiaba
con todas mis fuerzas y rompía una ventana. ¡Rayos! Todo era tan
real, la lluvia realmente se sentía como lluvia y el sonido de los
truenos eran más que creíbles, de verdad sentía que era un prófugo
de la justicia.
-¿Y luego?
-Sólo tenía una oportunidad, sin más remedio me balanceé, y de
un salto rompí la ventana, al parecer era una familia cenando
tranquilamente en el comedor. Corrí hasta la puerta, y salí huyendo
por los corredores, deduje que tendrían la entrada bloqueada, decidí
entonces subir a la azotea, tuve que hacerlo corriendo lo más rápido
que podía, los policías se dieron cuenta y yo, con la adrenalina al
tope, saque una fuerza atlética de la que no me creí capaz de
poseer. Ya en la azotea, brinque hacia otro edificio, y así
sucesivamente hasta sentir que había logrado burlar a la ley.
-¡Cuenta más!
-Después de saltar por cuatro azoteas, cada una requería de un
salto casi olímpico, llegué a una bastante amplia, con almenas y
una torre de vigilancia. Me acurruqué en dicha torre y me di un
respiro.
-¿Estuviste a salvo?
-No, fue mucho peor, un helicóptero me alumbró con una segadora
luz, mientras un sujeto con un altavoz vociferaba “¡ahí
está!¡Atrápenlo!”
Con una salvaje mordida se acabó su pieza de pan. Adivinando en el
rostro de Leopoldo su impaciencia por conocer el desenlace de su
historia con aquella máquina insólita, Polanco respiro
profundamente, a lo que continuó:
-Me vi súbitamente rodeado de policías, todos me apuntaban con
ametralladoras tommy. En el desconsuelo de ese terrible
instante, obedecí sus ordenes, “alce las manos, queda usted
detenido”, me dijeron, levante mis brazos y empecé a vociferar:
“¡no me maten! ¡Soy inocente!” -se dio un breve tiempo para
tragas saliva y siguió-: Justo cuando un oficial me iba a esposar...
que le suelto un izquierdazo.
-¡Grandioso! ¿Y después?
-Unos policías intentaron detenerme, me abalancé contra uno y
luego con otro, me sentía poseedor de una gran fuerza, no sé a
cuántos policías golpee y derribé, sólo reconozco que fueron
varios... luego recibí un duro golpe en el estómago, sentí un
dolor espantoso -en los ojos de Polanco se veía el horror cuando
narraba-. Caí al suelo, sentí el húmedo piso de la azotea en uno
de mis cachetes, comenzaron a patearme, fue una experiencia
aterradora: el dolor era tan real, que por un momento sentí cerca mi
muerte. Lo último que recuerdo fueron las ametralladoras apuntándome
y el frío de tacto de las balas atravesando mi cuerpo – con alivio
añadió-. Lo bueno es que al final es como despertar de una
pesadilla; la pantalla azul aparece, te da las gracias por jugar y te
invita a volver. No sé si quiera repetir la experiencia, la próxima
vez iré preparado para enfrentarme a la ley. De eso tratan los
juegos, de memorización y aprendizaje, me la van a pelar en mi
siguiente partida.
-¿Entonces es... un videojuego virtual de “policías y
ladrones”? -interrogó por ultima vez a Polanco.
-Yo creo, sólo que su funcionamiento me parece aún un misterio.
En la cuadra de enfrente, donde se encontraba el salón de
videojuegos “La Mazmorra” vieron un gran ajetreo y a lo lejos un
sonámbulo Arturo caminando de una manera cómica. Conforme iba
avanzando, notaron en él una estúpida sonrisa, una sonrisa que sólo
puede ser causada por una suma satisfacción. Tenía suerte de que al
cruzar la calle no viniera un coche, estaba tan contento que ni
siquiera se molestó en ver hacía ambos lados de la acera para
atravesar. Pasó de largo a Leopoldo y Polanco, aunque ellos le
estaban hablando, él entró a la panadería y pidió un chocolate
caliente, una bebida que sólo pedía cuando se encontraba de buen
humor. Arturo se sentó en una de las mesas de la panadería (no eran
muchas sólo tres, y el local se encontraba muy abandonado), sus
amigos se dirigieron hacía él, para interrogarlo.
-¿Y bien? ¿Qué tal te fue? ¿Lograste burlar a los policía
Arturo? -preguntó con mucha curiosidad Polanco.
Arturo volteo a verlos, su mirada extraviada y absorta era más que
inusual, en sus ojos se veían lágrimas, lágrimas de felicidad,
siguió mirando con extrañeza hasta que dijo:
-¿De qué hablan amigos?
-¡De si pasaste el nivel! ¡Si lograste burlar a los policías del
primer nivel!
-No sé de qué hablas...
Polanco no pudo reprimir su impresión de desconcierto, Leopoldo
comentó:
-Entonces... ¿qué fue lo que viste en la máquina de Morán?
Arturo, con picardía y un poco de misterio gritó, no podía
contener su alegría.
-Amigos... ¡es el mejor invento que se ha creado! -golpeó la mesa
con fuerza y carcajeo-. ¡Es maravillosa! ¡Increíble!
-¡Pero qué viste! -desesperados y curiosos se sentaron junto a
Arturo.
Y su experiencia con la máquina fue la siguiente:
-Entré a la misteriosa habitación oscura donde se lee el
letrero...
-¡Esa parte ya la conocemos! -interrumpieron al unísono Polanco y
Leopoldo-, ve directo a lo que viviste adentro de la máquina.
-Es algo difícil y un tanto personal narrar mi experiencia, pero
la contaré de todos modos -habló sin poder borrar su estúpida
sonrisa-: Me encontré inexplicablemente en una exposición de arte,
parecía un lugar sofisticado, era de noche, todos vestían con
cierta distinción, aun yo, que vestía un smoking con un
insoportable moño que casi me asfixia, también tenía la clásica
flor en la solapa y usaba unos lentes de pasta dura, en fin, me pasee
por las distintas salas, todas llenas de gente bizarra, parecían
como sacadas de una película de Fellini o de Blake Edwards.
-No entiendo -interrumpió Polanco-, ¿qué no se supone que todos
deberíamos ver lo mismo dentro de la máquina? ¿Tiene un
reproductor virtual de DVD o algo así? No lo entiendo de verdad.
-Sigue con la historia, apuesto a que pasa algo sensacional -dijo
emocionado Leopoldo.
-Y que lo digas -continuó con su relato-. Me dirigí a la mesa de
los bocadillos, había camarones y canapés muy sabrosos,
acompañados, como no, de un espumoso vino blanco, lo convencional en
las exposiciones. La verdad, me aburren un poco las pinturas, más
cuando es arte abstracto o conceptual, total, me atiborré de
bocadillos hasta que una hermosa joven con un curioso vestido rojo se
sitúa junto a mí, a qué no saben quién era.
-¿Luisa?
-Exacto -no podía contener la alegría-. Lo curioso es que no la
reconocí de inmediato, llevaba el cabello largo, unos lentes un poco
más sofisticados, y bueno... ¿alguien ha visto a Luisa con un
vestido de cocktail? ¿siquiera con una falda larga? A todo eso
agreguenle que estaba maquillada y su leve acné había
desaparecido completamente, era, como decirlo, la mujer más bonita
que haya visto.
-¿Llevaba tacones y medias? -preguntó Leopoldo.
-Tacones sí, medias... no, estoy seguro de eso, como les iba
diciendo, ella estaba frente a mí, sirviéndose en un platito los
canapés y apurando el vino de un sólo trago, de alguna manera,
seguía siendo ella.
»Seguía dudando de si era Luisa o no, me sentí nervioso, y al
igual que ella, apuré el vino de cortesía de un sólo trago para
darme ánimos. Al voltear a verla, noté que me miraba fijamente,
nuestras miradas se cruzaron e involuntariamente desvié mi vista
hacía otra parte. Escuche una encantadora risa, que me confundió
más, porque Luisa nunca ríe. Ella toma un camarón que está
enfrente de mí, lo baña en la salsa roja, veo que le da una
insinuante mordida -ay... con esos labios pintados de rojo-, y
comenta:
»-No te aburren las exposiciones de arte.
»¿Luisa queriendo iniciar una charla conmigo? No puede ser,
aunque todo lo que estaba viviendo era una imposibilidad: yo en una
galería de arte y vestido de etiqueta (peor aún, Luisa de etiqueta
y sentándole más que bien) es obviamente imposible. Pero lo más
raro es que no estaba consiente de ello, fue como vivir un sueño, o
tener la capacidad de recordarlo, un sueño lucido, quizá la máquina
sea eso. Un invento capaz de generar sueños, ¿No creen?
Sus amigos no contestaron, después del mutis, Leopoldo, siempre
guarro, inquirió:
-¿Y te la cogiste?
-Bueno, bueno, ejem... -Arturo estaba más rojo que un tomate-.
Vayamos por partes ¿quieren?
»Mi pulso se acelera y siento la emoción corroer mi estómago,
intento idear una frase sutil e inteligente, pero fracaso:
»-Muchísimo -seré idiota-. Este nuevo arte, creo le llaman, me
parece incomprensible.
»-A mí igual -contesta, a pesar de que metí la pata-. Todos
estos artistas y pseudointelectuales me enferman, digo... pareciera
que no lo hacen por amor al arte.
»No sé si sea el alcohol virtual, o la misma máquina nos incita
a hacer cosas que en la vida real no nos atreveríamos, pero de mí
nace una valentía que no creí capaz de tener.
»-Si no es mucha molestia, ¿podría iniciarme en el mundo de las
artes gráficas?
»-Con muchísimo gusto.
»Me pareció ridículo que finjamos no conocernos, pero tenía su
encanto y en cierta manera los dos eramos diferentes personas. Ella,
tan femenina y hermosa, no digo que Luisa no sea ninguna de esas dos
cosas, pero se esfuerza en no serlo, tampoco digo que un cambio la
haga mejor persona, la quiero tal cual es, grosera, un tanto
marimacho y un poco descuidada. Pero al verla de esa manera, tan
distinta, dentro de “la máquina”... es una experiencia sublime,
es la chica soñada, la versión perfecta de Luisa.
»El salón al cual nos escabullimos estaba repleto de gente
vestida de gala, poco a poco nos internamos para ver el primer
cuadro, recuerdo también haber escuchado música, ese aburrido jazz
y bossa nova que ponen en los ascensores. Escuche murmullos que
decían “increíble” o “fascinante” o “espléndido”
-tarde en darme cuenta que Luisa estaba agarrado de mí, ¡dios!,
como estábamos un poco apretados, sentía uno de sus pechos rozar mi
brazo-. Miramos el cuadro, separados por la barrera de terciopelo,
que por cierto era más interesante que el cuadro que “admirábamos”,
la pintura representaba unos grandes puntos de chillones colores
pastel sobre un fondo blanco, llevaba por título: “Estudio de la
pasión menguante”.
»-¿Qué te parece? -preguntó Luisa.
»-Aburrido y pretencioso -contesto.
»Ella me sonríe, vieras que bonita se ve cuando sonríe.
»-Estoy de acuerdo, tengo que reprimir mi deseo de regurgitar- lo
admito, sigue siendo un poco “ella”, pero en el buen sentido.
»Pasamos a un cuadro que estaba ligeramente menos admirado por los
ahí presentes, al ver la pintura casi tengo ganas de reír, la
verdad, los dos no nos aguantamos las ganas de carcajear. Era, no lo
puedo creer, un crucigrama, no espera, era más bien una sopa de
letras, así, literal, como los que ves en el periódico, o en esos
libros de actividades para chicos, tenía “marcadas” las
palabras: sudor, eternidad, pasión y masturbación. Llevaba por
título “Los sueños se cumplen”.
»-¿De éste otro qué piensas? -volvió a preguntarme.
»-Sin comentarios.
»-¿Eres crítico de arte?
»-Sé de arte muy poco, pero hasta mis primos pequeños pueden
dibujar algo mejor que esto.
»-Pienso que tienes una gran vocación como crítico de arte, yo
también odio el cuadro, veamos el que sigue.
»Al avanzar por la sala, cogimos de un camarero que llevaba una
bandeja, dos copas de vino blanco, es siempre refrescante tomarlo en
una sala, el calor acumulado de las masas es siempre sofocante,
además, necesitaba más valor para seducir a Luisa. El tercer cuadro
-no puedo aguantarme la risa-, era francamente ridículo, no tanto
por que fuera minimalista, al contrario, se notaba el esmero, pero
resultó ser un plagio. Era el cuadro de Van Gogh, la noche
estrellada, lo peor de todo es que le habían puesto otro título,
algo tan imbécil y aberrante como “Vista nocturna de los quebrados
de Acapulco”.
»-¿Y bien?
»-Señorita -dije-, esto es, con toda seguridad, es lo más
absurdo que he visto.
»-El que sigue es el más feo de todos -ella dijo.
»-¿En serio? pues adelante, no me lo quiero perder.
»Ignoraba la sorpresa que me aguardaba, debí sospecharlo desde un
principio, pero como yo me encontraba en un lugar improbable sin
motivo alguno, suponía que Luisa de igual manera se hallaba en la
exposición. Resultó que ella era una de las artistas de la
exposición, ¿cómo lo supe?, sólo al ver el cuadro, era un
autorretrato, dibujado con matices lúgubres y el semblante que de
ella misma se representaba me parecía frío y estéril, se dibujaba
fea y seria, ella, tanto en la realidad como en el mundo virtual, no
es así. Me desagrado por lo exagerado, no tanto porque estuviera mal
pintado.
»-Este es el que menos me gusta -me dijo.
»-¿Cómo? Pero si eres tú.
»-Es un retrato dibujado por mí.
»-¡No me digas que los anteriores cuadros son tuyos! -dije
alarmado.
»-¡No! ¡Cómo crees! -respondió-. Pero... este es el peor de
todos, porque soy yo, ¿Tú que opinas?
»Me entristecía que Luisa se menospreciara tanto, y se pintara a
si misma de una manera triste, sobre todo viéndola como jamás la
veré, debía ser sincero, pero... también “leal” por decirlo de
algún modo.
»-No me gusta... porque tú no eres así, eres mucho más bonita.
»Verla avergonzada es una dicha que no tiene precio.
»-Mentiroso... como sea, salgamos al balcón un rato, ¡el calor
me está sofocando!
»Salimos pues. La noche se veía levemente estrellada, una luna
llena adornaba el sensual fondo. Sentí la tibieza del ambiente y
aprecié a mi inesperada acompañante como un camarógrafo haciendo
una toma de abajo para arriba, me fijé, despacio, en sus torneadas y
largas piernas, luego me asomé a su escote, y finalmente y con calma
posé mis ojos sobre su rostro, lucía divino. Al mirar al suelo vi
que estábamos en un piso un poco alto, un tercer o cuarto piso a lo
mucho. Nos encontrábamos los dos solos en el balcón, lo cual era
incómodo. Doblemente incómodo porque las únicas cosas que me ponen
nervioso son las mujeres y las alturas.
»-Una noche fresca -no pude reprimir mi tendencia a hacer
observaciones obvias.
»Fue cuando ella se acercó, de una manera natural y segura, muy
sutil. Sentí la piel erizada aun antes de que ella diera unos
cuantos pasos hacía mí. La tuve cerca, saboreando el perfume de su
cabello, sentí el mundo dar vueltas. Ella se paro de puntitas, posó
su boca sobre mi oído y susurró:
»-Salgamos de aquí.
»El calor de su aliento me tenía embriagado. Me tomó de la mano
y salimos huyendo del piso donde se estaba llevando acabo la
exposición. La excitación del momento me impidió razonar toda la
situación, si era un sueño, no podía darme cuenta; fue como
vivirlo. ¿Qué diferencia puede existir entre lo vívido dentro de
la máquina, contra lo que uno puede llegar a experimentar en la vida
real?. El picante sabor del vino blanco, el tacto del cuerpo
femenino, los colores percibidos en la galería. Juró por lo más
sagrado que uno no puede llegar a darse cuenta de que lo que ve es en
realidad una ilusión.
La felicidad de Arturo se disipó, el embelesamiento de su sueño
se retiró al darse cuenta que la máquina no podía cumplir deseos,
tan sólo hacía una representación virtual de ellos, ahora el
chocolate le supo amargo, y pronto sus lágrimas de felicidad se
convirtieron en lágrimas de dolor. El amor de Luisa sólo era
posible dentro de la máquina.
-¿Y todo eso como terminó? -preguntaron sus amigos al ver que
Arturo paró su narración de manera seca y parca.
-Subimos al elevador, ella sugirió ver que había en el piso más
alto. Para nuestra sorpresa nos encontramos con una serie de cuartos
abandonados que llevaban el letrero de “se renta”. Luisa,
impulsiva, como también lo es en la vida real, sugirió explorar uno
de esos cuartos vacíos, estaban totalmente oscuros y no logré
encontrar el switch de la luz... esperen, sí lo encontré. Sólo que
nada paso. Debí deducirlo, en los sueños no puedes encender
interruptores -en su voz ya no había alegría, aunque si un poco de
resignación y lástima-. Vimos sobre una amplia ventana las luces de
la ciudad, después la miré, me miró, y bueno... supongo que
sobrará decir que nos quisimos con pasión. Después de amarnos de
una manera apretada, ella volvió a susurrarme al oído: “lástima
que es un sueño”. Fue cuando volví a la realidad y vi la
gigantesca pantalla azul dándome las gracias por “jugar”.
Ahí terminó la narración de Arturo a quien el regreso al mundo
real le hizo más mal que bien.
*
-Piloto de autos de carreras Aldo Giovanni Serrati, compitiendo en
las 500 millas de Daytona -dijo Aldo, quien narraba su experiencia
con la máquina, los cuatro amigos estaban en la panadería, que ya
estaba próxima a cerrar, esperando a que Luisa terminará su
partida; siempre si quiso ver de qué trataba la “máquina”-. Un
título rimbombante y respetuoso que me agradó mucho. ¿A poco no?
No soy muy afecto a los juegos de carreras, pero éste me pareció el
mejor, ¿a ustedes les gustó?
-No sé de qué hablas, yo fui un policía -respondió Polanco,
aún asustado y temeroso, miraba con desconfianza a todos lados y
evitaba ver a los ojos a Aldo.
-Yo... también fui un policía, gran juego ¿eh? -contestó sin
mucho convencimiento Arturo, se veía más triste que de costumbre,
casi al borde del llanto.
-¿Es que no saben divertirse? -reprendió Aldo-. Es el mejor de
los juegos sin duda, no sé que tecnología usa pero... ¡rayos! Las
gráficas eran increíbles, casi reales, ¡qué digo reales! Mejores
que la realidad, el sonido; envolvente, jugabilidad; fascinante y
realista, un gran simulador. Lo único que se me hizo raro fue que no
tuviera una pista musical, todo buen juego, al igual que una buena
película, debe tener pista sonora... se lo diré la próxima semana
a Morán. Tengo unos amigos que hacen música increíble, es el único
detalle que haría perfecto el juego.
-Ok, es un juego sensacional -interrumpió Leopoldo-, pero por
favor dinos, ¿Cómo fue tu experiencia?
-¿Qué ellos no te comentaron? -Aldo los miró, esperando que
alguno de los ahí presentes le diera la razón, al ver la negativa,
continuó-: De lo que te has perdido Leopoldo, es una experiencia
que realmente te pone en una situación creíble. Estaba tan
emocionado que aluciné que olía la gasolina; que sentía el calor
del motor transmitirse a mi volante; que iba a toda velocidad; que
rechinaban mis frenos de manera ensordecedora al derraparme y que mi
vida corría peligro al acechar de cerca a algún competidor. De
hecho, ahora que lo pienso, olvidé que me encontraba adentro de una
cabina jugando un videojuego. Así de bueno es.
-Entonces... ¿no notaste nada raro? -preguntó con preocupación
Polanco.
-¿Qué debería de notar? Ningún error de programación hasta
donde yo jugué, soy un excelente jugador y por lo tanto yo sí gane
la carrera en primer lugar -Aldo reflexionó un breve instante, sí
hubo algo bastante raro-. Esperen, existe un detalle que no tuvo
sentido, pero no tiene que ver con el juego en sí, sino que fue un
sentimiento demasiado extraño a la hora de jugarlo, sentía una gran
necesidad de ganar la carrera. Les parecerá ridículo, pero de
verdad debía ganarla a toda costa. Sentía que si perdía, no sólo
perdería la carrera, sino... todo, sobre todo a Luisa quien siempre
estaba en mi mente, como una especie de culpa o algo así.
-¿Por qué será? -dijo como hablando solo Arturo.
-¿Qué insinúas Arturo? En fin... fue una carrera agobiante, iba
en buena posición, pero debía ser el primero a toda costa. La
ansiedad no desapareció hasta rebasar a mi rival en la última
vuelta. Únicamente así podría estar tranquilo, háganme el favor
de meditar un rato. Si eso fuera la realidad, con el dinero del
premio Luisa y yo viviríamos sin ninguna preocupación.
-Creo ahora comprender amigo -dijo Polanco, cínico-, ¿tu
principal y único miedo es que Luisa te abandoné?
-¿Qué tienen que ver los miedos en todo esto? Si lo quieres
saber, la respuesta es sí, no hay día en que me levanté
preocupado pensando que hoy puede ser el último día que Luisa y yo
estemos juntos. Conmigo ha aguantado, pero con sus otros novios no
duró, creo, que ni un mes. La amo, pero temo que ella me deje de
amar, ven lo caprichuda e impulsiva que es -tuvo una corta pausa y
agregó-. Por cierto, no sé si lo aluciné o estuvo puesto
deliberadamente en la máquina, pero cuando gané la carrera y recibí
mi trofeo, no sé por qué vi a Luisa, vestida con un vestido de
novia, esperándome en medio de un arco nupcial lleno de flores.
-Y hablando del rey (o mejor dicho la reina) de Roma...
Vieron en la ventana a Luisa, echando pestes e insultos, estaba
roja de la furia, los cuatro sujetos salieron del local y acudieron a
su encuentro.
-¿Qué pasa mi pastelito? -ese era el apodo amoroso que le ponía
a Luisa Aldo.
-¡Es que me encabrona que me vean la cara de pendeja! -blasfemó
la iracunda jovencita.
-¿Por qué? -preguntaron los demás.
-¡Esa pinche máquina es un fraude!
-¿No viste nada?
-No, primero vi la pantalla azul que decía “bienvenidos a la
máquina” después todo se puso negro, y al final volvió la
pantalla azul diciendo “gracias por jugar”. O qué, ¿ustedes
tres si vieron algo? -¡Ay! Tan vacía es la pobrecita que no vio
nada.
Los tres jóvenes se guardaron sus experiencias.
Llegó el lunes, todavía no era hora de la primera clase, siempre
que se podía nuestros cinco adolescentes aprovechaban cualquier
oportunidad para jugar en el local de recreativas “La Mazmorra”,
inusualmente se encontraba cerrada. Llegó la hora de salida y seguía
clausurada. Eso era insólito. Paso el martes y seguía igual, así
duro hasta la siguiente semana. Cuando en una tarde de jueves un
coche de la policía y una ambulancia se encontraban estacionadas
cerca del local. Los jóvenes se espantaron ¿qué había pasado? Se
descubrió el cuerpo de Morán muerto, adentro de su famosa
invención, su generador onírico apodado “la máquina”.
Indagando y preguntando a los vecinos descubrieron que Morán tuvo
una vida muy triste, su mujer y sus hijos habían muerto en un
accidente automovilístico. Seguramente el inventor cada vez que se
metía a su propia máquina veía a su desaparecida familia. El
regreso a la realidad supondría un gran dolor. Prefirió entonces
quedarse en su invención sin comer ni realizar ninguna de sus
necesidades primarias, vitales para mantenerse vivo en la realidad.
Prefirió el mundo de las sombras que la vida fuera de la cueva.
El siguiente día los chicos fueron a buscar un nuevo local en
donde gastar su dinero.
La máquina se tuvo que desmantelar, resultó que sólo era una
cabina vacía, no había engranes ni mucho menos chips.
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